Champions League

Fútbol

Liverpool-Atlético: Marcos Llorente derriba Anfield

El Atlético elimina al Liverpool (2-3) con tres goles en la prórroga

Liverpool FC vs Atletico Madrid
Simeone, en Anfield, en el Liverpoo-AtléticoPETER POWELLEFE

El fútbol encuentra héroes inesperados en caminos insospechados. Marcos Llorente, un futbolista despreciado por Simeone durante media temporada, devolvió la respiración al Atlético en Anfield y lo mandó hacia la siguiente fase. Joao Félix, el jugador más peligroso del Atlético, recibió un balón de un mal despeje de Adrián, levantó la cabeza y se lo dio a Llorente, que marcó desde fuera del área. Adrián estaba descolocado y el centrocampista del Atlético tenía casi toda la portería para él.

Llorente había sido la solución de Simeone en la segunda parte para llevar oxígeno a su equipo, completamente encerrado en su área por el campeón de Europa. Y el futbolista que sólo tenía que aportar aire, acabó llevando toneladas de felicidad a su equipo y a su afición en la prórroga.

La escena se repitió en otro contraataque y otro disparo desde fuera del área. Esta vez Adrián estaba en su sitio, pero la pelota entró por el mismo lado. Llorente, un futbolista que no había conseguido marcar en el fútbol de máximo nivel con el Alavés ni con el Real Madrid y que en el Atlético apenas contaba un gol en Liga, marcó dos en el escenario más difícil para derrotar al campeón y clasificar a su equipo para los cuartos de final. Historias imposibles que ofrece el fútbol.

Saúl había hecho un simulacro en el final del tiempo reglamentario. Pero su cabezazo fue anulado, correctamente, por fuera de juego. Hubiera sido el cierre perfecto para una eliminatoria que había comenzado de la misma manera, con un gol de Saúl que el Liverpool no consiguió igualar en el Metropolitano.

La diferencia es que el Liverpool en Madrid no tiró entre los tres palos. Y en Anfield fue un bombardeo constante sobre la portería de Oblak. El Atlético estaba preparado para sufrir. Sabía que el Liverpool es un equipo y vuelve a ir una y otra vez en busca del gol. Un torbellino que acaba envolviendo al equipo contrario en un bucle del que sólo se imagina saliendo pegando pelotazos. Por eso al Atlético no se le ocurría salir jugando, por falta de costumbre y por la inercia a la que le empujaba el equipo local.

Por suerte para los rojblancos tenían a Oblak, un peligro en los balones aéreos y un seguro debajo del larguero. Tuvo dos paradas sobresalientes, una a tiro de Firmino después de fallar en la salida y otra a Mané. Dos muestras de agilidad que demuestran lo que es, el mejor portero del mundo para equipos como el Atlético, que no exigen compromisos modernos a sus guardametas como jugar excesivamente adelantados o participar en la creación de juego con los pies. El valor de Oblak está en las manos y ellas mantuvieron al Liverpool alejado de la siguiente ronda durante casi todo el partido. Sólo Wijnaldum en el final de la primera mitad había conseguido quebrar el muro que habían construido el portero esloveno y sus defensas. Unos más que otros, porque Savic se despistó en el marcaje al holandés, que pudo rematar de cabeza con facilidad para igualar la eliminatora.

El Atlético estaba mentalizado para resistir, pero el partido se le hizo largo. Más que por la insistencia del equipo de Klopp por su incapacidad para salir con la pelota de su terreno. Hubo momentos en que había diez jugadores del equipo rojiblanco encerrados en su área y sólo Joao Félix esperaba en el borde con la esperanza de que alguno de los despejes de sus compañeros le cayera en los pies para iniciar un contraataque que se convertía en una excursión por el desierto sin compañía ni agua para refrescarse.

El portugués era la única salida del Atlético, pero estaba demasiado solo. En la primera parte tuvo la compañía de Diego Costa, pero muy pronto en la segunda se quedó solo. Con el internacional español en el campo, Joao tenía una sombra al lado a la que pasarle la pelota cuando levantaba la cabeza. En la segunda, sólo él probó las manos de Adrián, el portero español que cubría la ausencia de Alisson.

Pero Joao Félix llegaba demasiado cansado al área para rematar con fuerza. Era un esfuerzo sobrehumano el que tenía que hacer para llevar la pelota hasta el área contraria, pero al menos permitía respirar a sus compañeros.

Porque el Liverpool asfixiaba al Atlético, al que le costaba encontrar un respiradero. El equipo de Klopp se permitía, incluso, que Van Dijk tocara la pelota de cabeza en un córner y Mané rematara de chilena. El problema era la puntería, igual que le había sucedido en Madrid.

Hasta que apareció la pierna derecha de Llorente para liquidar al Liverpool en su estadio y ante su afición, un privilegio extraño en estos tiempos de pandemia. Aún tuvo tiempo el equipo de Klopp de probar de nuevo las manos de Oblak. No quería rendirse el campeón, pero estaba derrotado. El Atlético demostró haber aprendido de la experiencia del pasado año en Turín y no se dio por derrotado ni siquiera cuando estaba por debajo en el marcador y acorralado en su área. Y el gol de Morata, medio lesionado, completó la heroicidad de Llorente.