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Los “indepes”, al asalto de los “cielos culés”

Víctor Font es el gran candidato de los independentistas para domesticar una organización que siempre se les ha resistido

Bartomeu, detenido por el Barca gate
Bartomeu, detenido por el Barca gateEnric FontcubertaEFE

Una de las cosas que más me llama la atención de la inmensa mayoría de los candidatos, precandidatos o presuntos candidatos a la presidencia del Barça es el altísimo número de socio que figura en su carné blaugrana. Exceptuando a Joan Rosell (8.000 y pico), a Joan Laporta (16.559) y a Agustí Benedito (29.990), el resto anda entre el 72.609 del súperfavorito Víctor Font, el 62.778 de Toni Freixa o el 35.916 de Xavier Vilajoana. Lo cual induce a una sospecha: la de que muchos de ellos están ahí no por barcelonismo, salvo Rosell y Laporta el resto no es pata negra, sino por business y/o por cuestiones políticas.

El hombre que sale más fuerte en todas las encuestas es Víctor Font, empresario de Granollers con un currículum académico (ESADE y Georgetown) y profesional impresionante. Por su número de socio más parece un arribista que un culé de pura raza. Sea como fuere, es el gran candidato del independentismo para domesticar de una vez una organización que se les ha resistido históricamente cual gato panza arriba. Sucedió con José Luis Núñez, españolista de pro entre otras cosas porque nació en Baracaldo; con Joan Gaspart, vicepresidente de la sucursal catalana de la vieja Alianza Popular de Fraga; con un Laporta que pasaba de las presiones de la Generalitat pese a ser hijo de un histórico de ERC e independentista él mismo; con el Papillon patrio Sandro Rosell, que sabe mejor que nadie que deporte y política son malos compañeros de viaje; e igualmente con Bartomeu, que por muchos gestos que haya hecho por miedo al pensamiento único que manda con puño de hierro en Cataluña sintoniza con ese partido naranja, Ciudadanos, que ganó las últimas autonómicas.

Víctor Font es el personaje con el que el separatismo intenta dar el golpe definitivo, derribar los muros de ese Fort Apache que ha sido secularmente para ellos un Barça que, como bien recalca la leyenda, es más que un club.

Al arriba firmante, que ha presenciado un porrón de partidos en el campo más grande de Europa, no le van a decir ni tampoco a contar cómo los 98.000 espectadores del Camp Nou cantan el Cant del Barça. Al punto que cualquiera diría que ése es el himno del catalanismo y no Els Segadors. Sin embargo, el éxito de la entidad culé ha pasado por mantenerse milimétricamente equidistante de esas dos aguas que conviven en Cataluña de tiempos inmemoriales a esta parte. Los incontrovertibles hechos así lo atestiguan. Font viene a hacer saltar por los aires esta estrategia que, a la vista está, ha funcionado deportivamente. Le avala un empresario turbio como pocos y rico como ninguno: Jaume Roures, furibundo secesionista pese a haberse hecho milmillonario con los derechos de televisión del fútbol español, colaborador del golpe del 1-O, según la Guardia Civil, y dueño de una empresa a la que el FBI –ni más ni menos– acusa de sobornos a la cúpula de la FIFA.

Parece poco probable que en esta ocasión el Barça continúe en el apoliticismo. Font cuenta con la infinita chequera de Roures y ha imitado la estrategia que permitió a Florentino Pérez arrebatar la presidencia del Madrid a un Lorenzo Sanz que acababa de ganar la Copa de Europa: fichar una megaestrella. El merengue se aseguró a Figo y Font tiene apalabrado como míster al genial Xavi Hernández, que sucedería a un Koeman que habrá pasado con más pena que gloria arrojando por la borda el mito que forjó en Wembley. Sólo le puede parar el pragmático Laporta, que cuenta con dos Champions y cuatro Ligas en su haber, o Jordi Roche, el tapado que se adivina en el horizonte apadrinado por Rosell y Bartomeu. A su favor, otro detalle: con su primo de Zumosol Roures tiene más que asegurado el aval de 124 millones necesario para concurrir a las urnas. No creo que todos sus rivales puedan decir lo mismo. El secesionismo tiene más posibilidades que nunca de okupar ese El Dorado que lleva 121 años resistiéndosele.