Opinión
Los espectadores de fútbol son de segunda
¿Qué oscuros intereses impiden la vuelta al 30, 40 ó 50 por ciento de normalidad de público en el balompié?
No soy taurino, pero respeto profundamente este recoveco de nuestra cultura que tan bien retrataron genios como Goya, Picasso o en nuestro tiempo el genial mallorquín Miquel Barceló. Ayer fui a Las Ventas, más como respaldo a otra tradición que nuestra izquierda troglodita se quiere cargar porque le sale de los bemoles, que por convicción. Aun con todo, he de admitir que como espectáculo plástico no tiene parangón, especialmente, esos rejones que parecen sacados de una serie de dibujos animados. El aforo permitido era un 25 por ciento del total. Teniendo en cuenta que en el coso inaugurado por Alfonso XIII en 1930 caben 25.000 personas, hay que colegir que ayer hubo poco más de 6.000. Menos da una piedra. La tarde sirvió para revitalizar una fiesta de capa caída por culpa de los retroprogresistas en general y por esa maldita pandemia que amenaza con arruinar a todo bicho viviente. Era la primera corrida en año y medio.
Hace tres meses, el mundo contempló entre estupefacto e ilusionado cómo los estadounidenses empezaban a abrir la mano permitiendo público en la Superbowl. El partido que catapultó definitivamente a la categoría de leyenda a Tom Brady, al mismo nivel que Jordan, Ali, Pelé, Nicklaus, Federer, Nadal, Phelps, Bolt o Tiger Woods, registró una entrada del 38 por ciento del aforo total del Raymond James Stadium de Tampa. Caben 65.000 personas y metieron a 25.000 para seguir in situ el duelo entre los Bucaneers y los Chiefs. Y que se sepa, nadie se contagió porque se respetaron escrupulosamente las distancias y porque, además, sobra recordarlo, era al aire libre. Si sólo el 2 y pico por ciento de los enfermos de Covid se contagia en bares y restaurantes, cabe deducir que serán bastante menos los que salgan con el virus en su organismo tras presenciar un espectáculo de estas características.
Hace poco volví a sentir sana envidia de un deporte que me encanta, aunque no tanto como el fútbol. Fue contemplando la finalísima del Godó entre el eterno Rafa Nadal y el jugador que más arrea de los que vienen por detrás, el griego Tsitsipas. Aparte del majestuoso partidazo con el que nos deleitaron y de la remontada modelo Rocky Balboa de nuestro héroe nacional, flipé al ver público nuevamente en una gran cita deportiva en España. En divisiones inferiores de nuestro fútbol es normal hace meses. Pero, salvo lapsus o error, creo que es la primera vez en España desde hace un año y un mes que se ve gente en las gradas en un acto deportivo de masas.
Lo mismo está sucediendo estos días en el quinto Grand Slam, el Mutua Madrid Open, el mejor torneo del mundo tras Australia, Roland Garros, Wimbledon y el Open USA. Un acontecimiento que forma parte del ADN de la capital de España y que es posible gracias al expertise de Ion Tiriac y Gérard Tsobanian, seguramente los mejores del mundo en lo suyo. Pues bien, se ha autorizado un 40 por ciento de las algo más de 12.000 almas que caben en la Caja Mágica, 4.800 localidades en números redondos. La gran pregunta que surge a continuación es obvia: ¿por qué no se hace lo propio en el fútbol? ¿Es acaso el patito feo? ¿Qué oscuros intereses impiden la vuelta al 30, 40 ó 50 por ciento de normalidad en el balompié? Conviene no olvidar que un Madrid o un Barça, por poner los ejemplos más bestias, están dejando de ingresar alrededor de 200 millones anuales por la prohibición del ticketing. Y, mientras, nos enteramos que en la finalísima de la Champions de Estambul en el Olímpico Atatürk se podrán meter 9.000 aficionados sobre una capacidad total de 75.000. ¿Hasta cuándo se va mantener este agravio comparativo? Ya está bien. Fútbol con público ya. Tebas, trabaja algo, aunque sea por primera y última vez en tu vida, y ponte las pilas.
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