Opinión
Escocia la brava, Escocia la maldita
Los caledonios están atrapados en un bucle espacio-temporal de rusticidad y fatalismo. Lo demostró Alemania
Es imposible no simpatizar con los escoceses como, se siente, es imposible no lamentar lo terriblemente mala que es su selección. Los inventores en el siglo XIX del «passing game», ilustre ancestro del tiqui-taca o «juego de posesión», están atrapados en un bucle espacio-temporal de rusticidad y fatalismo que los llevó a hacer el ridículo en el partido inaugural. En su primera salida al extranjero para una gran competición desde 1998, los caledonios amenazan con prolongar la maldición que los persiguió durante el pasado milenio: jamás superaron una primera fase. En los pubs de Edimburgo, hizo fortuna un chascarrillo que advertía, en vísperas de cualquier torneo, que sus chicos regresarían a casa antes de que llegasen las postales enviadas desde la concentración.
La goleada de Alemania llevaba implícita una advertencia: esta triste Escocia de Steve Clarke le ganó a España al inicio de la era De la Fuente, aunque mal andaríamos si hubiese que referenciar el rendimiento de la selección con aquel tropiezo. Porque, como siempre, permanecerán en la memoria las hazañas etílicas de los hinchas llegados de la vertiente norte del Muro de Adriano, no las habilidades de sus futbolistas.
En la Sevilla de nuestra niñez, aquel verano de 1982 y Naranjito, los torcedores brasileiros reinaban en las calles hasta que llegó desde Málaga un ejército ebrio y bienhumorado y exhibicionista, alzando el kilt entre cánticos desafinados para mostrar sus culos peludos a los viandantes. Ni siquiera aquel equipazo dirigido por el mito que murió en el banquillo, Jock Stein –Dalglish, Souness, Archibald, Strachan y el desdentado ariete del Milan Joe Jordan–, rompió la maldición, pues quedó eliminado por una peor diferencia de goles con la Unión Soviética, pero su hinchada se ganó el corazón de los aborígenes. Desenfundaban la gaita sin freno, los tíos, ora para tocar su viejo himno, «Escocia la brava», ora para desaguar en cualquier mingitorio improvisado.
Recientemente, volvieron los escoceses dos veces para perder sendas finales de la Copa UEFA/Europa League, los nacionalistas del Celtic en La Cartuja contra el Oporto de Mourinho y los unionistas del Rangers en el Sánchez Pizjuán frente al Eintracht de Fráncfort. Como aquella derrota de 1982 ante Brasil (4-1) fue en el Benito Villamarín, completaron los compatriotas del muy futbolero Rod Stewart su trilogía maldita en Sevilla, ciudad natal del maldito Luis Cernuda que escribió «Como quien espera el alba», su mejor poemario, entre las brumas de Glasgow. Porque los pueblos que hacen fiestas ruidosas también sufren estruendosas tristezas.
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