Fútbol

Una familia con 17 parientes «pobres»

La sostenibilidad económica del campeonato provoca que los clubes españoles sean la «cantera» de otros torneos con más recursos

Riad, Isco y Bartra, jugadores del Real Betis
Riad, Isco y Bartra, jugadores del Real BetisJose Manuel VidalAgencia EFE

A duras penas, el Athletic Club de Bilbao ha podido retener a Nico Williams, tentado por la Premier que recientemente se llevó a Kepa y a Laporte… aunque a ver qué pasa de aquí al 1 de septiembre. La política indigenista del club vizcaíno propicia que sea el único club terrenal de la Liga capaz de pagar sueldos de verdad competitivos, aunque la cortedad de sus objetivos deportivos hace que sus mejores elementos emigren en busca de títulos, mientras que la clase media vasco-navarra se fosiliza en San Mamés formando un cuerpo cuasi funcionarial. De ahí para abajo, el fútbol español es una colección de miserias, penurias y mendicidades.

Sus vecinos de la Real Sociedad, por ejemplo, acometen su primera Liga de Campeones en un decenio tras un mercado raquítico, en el que no han podido suplir aún la baja sensible de David Silva, prematuramente retirado debido a una grave lesión. Llegó un veterano lateral maliense con la carta de libertad desde Francia y cambió Imanol Alguacil de delantero gracias a la buena relación con el RB Leipzig, con quien caducó el préstamo de Sorloth, pero se implementó el del portugués André Silva. El gigantón noruego, por cierto, ha sido el único desembolso importante del Villarreal para contrarrestar los casi cien millones recaudados por Jackson, Pau Torres, Chukwueze y Boulaye Dia, este último fichado por un club de segunda fila de la decadente Serie A como la Salernitana.

El club español vendedor por antonomasia en los últimos lustros ha sido el Sevilla de Monchi, sin dinero siquiera para retener a su director deportivo, que se ha marchado al Aston Villa. Pese a la participación en la Liga de Campeones –séptima en nueve años– que le otorgó su título europeo de mayo, los sevillistas andan haciendo encaje de bolillos para inscribir a todos sus jugadores antes de que empiece la Liga y su presidente, Pepe Castro, pregona las bondades de su plantel, que está en venta al completo. Hace un año, ingresó más de ochenta millones por Diego Carlos y Koundé. Hoy, se conformaría si recaudase en torno a la cincuentena por Bono –uno de los posibles relevos por lo de Courtois– y En-Nesyri, sus dos activos más valiosos.

La situación de sus vecinos del Betis no es mucho más desahogada, todo lo contrario. La bonanza deportiva que ha traído Manuel Pellegrini (título copero en 2022 y tres participaciones continentales consecutivas por primera vez en su historia) apenas si amaina la ruina económica de un club al borde de la bancarrota. Vendido Sergio Canales al Monterrey mexicano, el presidente Haro espera que la junta de accionistas le apruebe una ampliación de capital de casi 43 millones de euros el 25 de agosto para, contrarreloj, poder tramitar las fichas del ramillete de refuerzos que Ramón Planes ha apañado a coste cero o a través de cesiones: Marc Roca y los retornados Bellerín y Bartra, entre otros. Todos los futbolistas béticos también están en venta, y no es descartable alguna salida dolorosa como la de Alex Moreno en enero: el lateral zurdo más desequilibrante de la Liga se marchó a Inglaterra por siete millones porque su club tenía que liberar masa salarial.

Los modestos Rayo y Girona fueron dos de los animadores de la pasada temporada, sin que ello haya repercutido en las maltrechas finanzas de los vallecanos, incapaces de impedir que Andoni Iraola, su entrenador milagro, hiciese las maletas para dirigir al ignoto Bournemouth.

El caso de los catalanes es distinto, puesto que son directamente una terminal del fondo soberano emiratí que controla, entre otros muchos clubes, al Manchester City y funciona como una especie de filial de los ingleses. Otro club, antaño grande, devorado por el monstruo del fútbol globalizado es el Valencia, cuya espiral de decadencia en manos de los testaferros del superagente Jorge Mendes se antoja infinita. No pararán hasta descenderlo o hacerlo desaparecer.

¿Qué decir de la decena de clubes que encaran el campeonato sin otro horizonte que pelear por la permanencia? Entre ellos, quizá con alguna excepción como el siempre ambicioso Celta o el Almería, dopado con dinero saudí, hallamos el habitual catálogo de estrecheces de cada mercado: negociaciones a cara de perro para que un futbolista que no cuenta renuncie a cobrar una parte de su salario, ingeniería financiera en el cuadrado de los balances y creatividad en el cálculo de plusvalías para ensanchar los márgenes del límite salarial.

Javier Tebas se ha empeñado en que la Liga española sea económicamente sostenible y tanto rigor puede terminar en una extinción por «austericidio». Mientras agonizamos, sin embargo, que empiece ya la función.