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Este Barça es una ruina, esta Liga también

La esencia de la competición es la rivalidad entre Real Madrid y Barcelona. Ahora hay protagonista, pero no antagonista. No me extraña que los derechos de televisión estén a la baja

Memphis Depay muestra un gesto de impotencia en el Clásico
Memphis Depay muestra un gesto de impotencia en el ClásicoEnric FontcubertaEFE

La primera gran conclusión del Clásico es que Koeman tiene las horas contadas en el banquillo del Fútbol Club Barcelona. Eso en el caso de que haya tesorería suficiente para abonar los 13 kilos de finiquito necesarios para liquidarle y mandarle de vuelta a Holanda, a su casa de la Ciudad Condal o al mismísimo infierno. El todavía míster culé se hizo un Schuster en las horas previas al partidazo: “Mañana seré el entrenador, luego ya veremos”. Un soniquete que recuerda al ya mítico “ahora no es posible ganar en el Camp Nou” de un nibelungo que no se sentó en el banquillo merengue en ese Clásico de la 2008-2009 que veía perdido de antemano. Le sustituyó un Juande Ramos al que le pasó por encima el Barça de Guardiola con un Leo Messi que dio ese día el primer gran paso a la gloria eterna con un gol superlativo.

Koeman, ciertamente leyenda donde las haya en su faceta de jugador, pasará a la historia como un pésimo entrenador blaugrana: su palmarés se reduce a una mísera Copa del Rey. Y en lo que respecta a los clásicos ha palmado todos los que ha disputado, tres que se dice pronto, y los tres de manera incontestable. Lo del último fue para mear y no echar gota. Prácticamente el gol de Agüero fue la única ocasión de un Barça en el que la gran estrella es un Memphis Depay que si no fuera compatriota del que todavía hace las alineaciones no iría ni convocado. Lo de Ansu Fati es igualmente para hacérselo mirar. Tan cierto es que apunta maneras como que vaticinar como hacen los voceros de Can Barça que es el sucesor de Leo Messi se antoja un sacrilegio de momento. Los gigantes, los peloteros que van para balones de oro, explotan en estos partidos ligueros de campanillas, en las semifinales o en la final de una Copa de Europa o en el match-ball de un Mundial. Y, para colmo, sus cuatro operaciones de menisco y la que se le practicó en los ligamentos siendo un imberbe pesan en la psique de un muchacho al que se le ve siempre con miedo de meter la pierna más de la cuenta. Ayer volvió a resentirse de esa rodilla que es el único elemento que puede frenar su ascenso a la cumbre, bien sea de megaestrella o de estrella a secas.

Aquí el único que desequilibra, que constituye otra historia, es como no podía ser de otra manera un Sergio Agüero cuyos veintitantos minutos de participación se resumen en dos tercios de esa frase que acuñó Julio César: llegó, vio y no venció, pero seguramente otro gallo hubiera cantado si le hubieran dado más minutos. Pero fue entrar él y cambiar la dinámica de un equipo que dominaba, pero no generaba peligro, de un 11 que se vio constantemente superado por las contras diseñadas por ese viejo zorro que es Ancelotti. Tampoco podemos olvidar a un Coutinho que lo dio todo en su partido 99 con el Barça, a uno de esos 100 que obligarán a Laporta a mandar un cheque con un 20 más seis ceros, es decir 20 millones de euros, rumbo a Liverpool. Otro zasca a las raquíticas arcas de Can Barça.

El único que a mi juicio estuvo a la altura de lo que proverbialmente han sido los clásicos fue un Vinicius que hizo con el balón lo que le salió de la entrepierna y que se combinó de maravilla con Rodrygo y Alaba en la jugada de tiralíneas que culminó en el brutal golazo del defensa austriaco. La retaguardia merengue sí estuvo esta vez a la altura de las circunstancias, cosa rara en un plantel al que han marcado más tantos que a los otros ocho primeros de la tabla excepción hecha de los secundarios Osasuna y Rayo.

Más allá del resultado, de la disección concreta de un Barça que es una ruina económica, pero también futbolística, la gran moraleja es que la Liga de “CorrupTebas” es un campeonato ramplón, a años luz de la Premier y no sé si de la Bundesliga y la Serie A. El partido no pasará a la historia por su brillantez. Cualquier tiempo pasado fue mejor, máxime si ese tiempo pasado lo protagonizaron un Messi y un Cristiano a los que echamos compulsivamente de menos. No me extraña que los derechos de la Liga estén a la baja, que Telefónica no quiera apoquinar más de 780 millones frente a los 980 de esta temporada en la que expira el contrato televisivo o que ese otro operador que es Orange diga que no valen ni 600.

El alarmante retrato queda incompleto sin otro botón de muestra: el Camp Nou metió ayer 86.000 espectadores, muy lejos de los 99.000 que caben, en resumidas cuentas, el peor aforo de un Clásico desde 1988. Y lo hizo tras una semana en la que tuvo que tirar el precio de las entradas so pena de que en las gradas se contemplase más cemento que personas. Antaño la gente mataba por un ticket para un Barça-Madrid y ponía encima de la mesa el pastizal que hiciera falta. Esto es un desastre: así como Anquetil jamás hubiera sido tan grande sin Poulidor, ni Ali sin Foreman, o Nadal sin Federer o Djokovic, la esencia de la Liga es la rivalidad blancos-blaugrana. Ahora sigue habiendo protagonista, pero no antagonista. O quizá sí, porque el Atlético está robando foco al Barça a pasos agigantados, al punto que ya no descarto que pronto, tan pronto como ya mismo, Derbi y Clásico acaben siendo términos sinonímicos. En el nombre de todos cuantos amamos este deporte, gracias, “CorrupTebas”. Irónicas gracias. Lo que no es tan irónico es ese clamor que empieza a ser unánime en nuestro balompié: “¡Javier, vete ya!”.