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Cambiar las reglas de juego o morir

Si no se modifican algunas, el fútbol tiene las horas contadas y acabará como ese ciclismo que ya nadie se cree por culpa del dopaje

Boris Johnson, en el palco de Wembley durante la final de la Eurocopa
Boris Johnson, en el palco de Wembley durante la final de la EurocopaMike EgertonAP

La primera enseñanza que nos deja esta Eurocopa es que el Boris Johnson político e intelectual —ahora presenta su biografía de Shakespeare— nos gusta más que el Boris Johnson supporter. El émulo de Sir Winston Churchill prohibió la presencia de espectadores extranjeros por miedo a rebrotes, pese a que tiene al 70% de su población vacunada. Que la salud de sus congéneres le importa un pepino quedó ratificado el domingo al permitir llenar Wembley hasta la bandera con ciudadanos ingleses, mientras mantenía el veto a los italianos no residentes en Reino Unido. Una cacicada como otra cualquiera que la corrupta UEFA no debería haber consentido bajo ningún concepto. “Usted pone la sede pero yo pongo la organización y la pasta y el que paga, manda”, debería haber sido la respuesta del caradura de Ceferin que, sin embargo, prefirió lavarse las manos cual vulgar Poncio Pilatos. ¿Qué es esto de que uno de los dos finalistas, que además es el anfitrión, disponga de cinco veces más público que el otro?

Por eso me alegro de la por otra parte merecida victoria de Italia. También porque los borrachuzos hooligans se han dedicado sistemáticamente a pitar himnos ajenos y a montar altercados callejeros, demostrando que Scotland Yard está lejos de tener controlado este violento fenómeno 36 años después de Heysel. La UEFA debería haberse plantado y dar un ultimátum a Downing Street: “O entran todos o no entra ninguno”. Sin embargo, el primer gran ardid se había producido en semifinales con ese penalti fake que se sacó de la manga el holandés Makkelie. La segunda, insisto, fue consentir este pedazo de agravio comparativo. Yo soy Draghi y les lanzo un órdago de tres pares de narices advirtiéndoles que o se autoriza la llegada de tifosi o no se juega la final. Más allá de estos tocomochos que no sirvieron para que Inglaterra se saliera con la suya, la otra gran moraleja es que o se cambian las reglas de juego o el fútbol, el deporte número 1, tiene las horas contadas y acabará como ese ciclismo que ya no se cree nadie por culpa del dopaje o como esos Juegos Olímpicos que apenas han evolucionado en 125 años.

Por no hablar del propio fútbol italiano que, con la Azzurra como exponente máximo, ha asesinado el catenaccio porque los seguidores desertaban al aburrirse como ostras. Lo digo por la cantidad de eliminatorias que se han resuelto en la prórroga o en los penaltis, empezando por la final. Tan cierto es que la tanda de penas máximas tiene su morbo, que nos lo cuenten para bien y para mal a nosotros, como que muchas veces acaba llevándose el gato al agua el que no lo merecía. No fue el caso del domingo en Wembley pero sí de otros encuentros que supusieron el avance en el cuadro del que peor lo hizo. Las cifras son aterradoras: cuatro se han decidido por penaltis, incluida una semifinal y la final, y otros cuatro se dilucidaron en esos 30 minutos añadidos.

La International Board debería plantearse, por ejemplo, retocar o eliminar las reglas del fuera de juego y sustituirlas por otras que aligeren y embellezcan los partidos. Tal vez eso requeriría hacerlos más cortos. Tampoco estaría de más prohibir los pases atrás. No lo sé, que se estrujen el cerebro ellos, que para eso les pagan, y muy bien por cierto. La tercera y última lección de esta Eurocopa es que ganó el mejor que, ojo al dato, era el que mejor forma física presentaba, demostrando que los Pintus de la vida no sobran precisamente. Italia era la gran tapada y cuando se quitó la careta nos dejó boquiabiertos. Congratulazioni campioni!