Opinión
Si pasamos de cuartos, campeones
La unión del grupo y la devoción que todos profesan al míster es una virtud de la que pocos de nuestros adversarios pueden presumir
El 16 de junio de 2010 caímos contra todo pronóstico frente a Suiza en el primer partido de Sudáfrica. Esa misma noche escribí desde mi hotel de Durban, ahí está la hemeroteca, que nos levantaríamos del suelo cual Rocky Balboa y acabaríamos siendo campeones. Ahora no me atrevo a ir tan lejos porque aquel equipo era teóricamente bastante mejor que éste sobre el papel, aunque no es menos cierto que el de Luis Enrique aún no ha superado esa definitiva prueba del algodón que representa competir en una Copa del Mundo.
Los antecedentes, en cualquier caso, son inmejorables: dos de nuestros mejores peloteros, Carlos Soler y el descomunal Dani Olmo, fueron campeones sub’21 hace tres años en Italia. Y, por si fuera poco, los resultados más recientes también invitan a soñar. Fuimos semifinalistas de la Eurocopa el verano antepasado cayendo en los penaltis ante la campeonísima y ausentísima en Qatar, Italia, y estuvimos en la final de la Liga de Naciones de la UEFA. Luis Rubiales, el linchadísimo presidente de la Federación, lo pudo decir más alto, pero no más claro tras nuestra inesperada, pero no menos brillante trayectoria en el Campeonato de Europa de selecciones: «Este equipo estaba pensado para llegar a lo más alto en Qatar, pero se ha adelantado».
La primera de nuestras fortalezas es el entrenador, un Luis Enrique que pasa por ser uno de los más cotizados del planeta. A las pruebas me remito: cuenta con ofertas de siete ceros encima de la mesa si tras el Mundial del escándalo decide abandonar la Roja, algo que está por ver. Como adelantó un servidor en «El Chiringuito», Rubiales le ha ofrecido alargar su vínculo hasta la Eurocopa de 2024. La gran diferencia es que en un club se metería en la butxaca no menos de 10 millones netos por temporada y en la Federación sus emolumentos rozan los 3 kilos, pero brutos, es decir, 8,5 de diferencia. Que algo debe tener esta agua cuando la bendicen lo certifica el hecho de que la última vez que el Barça levantó La Orejona fue en 2015 con él a los mandos de una nave ahora a la deriva.
Otra de las fortalezas reside en el hambre de un conjunto que aún no ha ganado nada como selección, aunque haya rozado la gloria. Y ya se sabe que la gazuza agudiza el ingenio. Tampoco conviene despreciar lo compacto del colectivo: nombre arriba, nombre abajo, la columna vertebral es la misma que a punto estuvo de dar la campanada en Wembley el año pasado. No contamos con grandes estrellas como las tres grandes favoritas, Brasil, Argentina y la Francia de Mbappé, si bien es verdad que ni a Pedri ni a Gavi, los dos mejores, se les ha visto aún en un Mundial.
Nuestras debilidades comienzan por la retaguardia: los centrales son blanditos y dos (Guillamón y Eric García) miden 1,78, lejos de los estándares del fútbol del siglo XXI, donde si no sobrepasas el 1,85 ni estás ni se te espera para el eje de la zaga.
Otra de nuestras desventajas es el absoluto y total déficit de delanteros centros: sólo disponemos de Álvaro Morata. Es lo que sucede cuando esa demarcación es en la Liga monopolio de «nueves» extranjeros y cuando la otra opción, Gerard Moreno, se ha quedado en casa por lesión.
En los Mundiales me suelo equivocar poco, entre otras razones porque me empollo compulsivamente el cuadro. Repasando la hoja de ruta, veo que si somos primeros de grupo nos cruzaremos con Bélgica o Croacia en octavos. Asequibles ambos. Nuestro siguiente rival sería Brasil, un combinado que, más que miedo, da pánico. La delantera de los de Tite es de largo la número uno del torneo: Neymar, Richarlison, Gabriel Jesús, Vinicius, Rodrigo, Raphinha, Martinelli y Antony. La defensa es también de campanillas: Militao, Marquinhos, Thiago Silva y Danilo, entre otros, con Casemiro por delante. Paradójicamente, si fuéramos segundos de grupo lo tendríamos más sencillo en esos cuartos que hasta la Eurocopa de 2008 fueron nuestra cruz, ya que presumiblemente nos veríamos las caras con Portugal o Uruguay. Las semis tampoco serán pan comido: lo normal es que la disputemos con Argentina. Si fuéramos subcampeones de grupo nos tocarían Francia o Inglaterra. En fin, un campo de minas, aunque la unión del grupo y la devoción que todos profesan al míster es una virtud de la que pocos de nuestros adversarios pueden presumir. El instinto me dice que estaremos en cuartos y que si tumbamos a los cariocas, algo que a día de hoy se antoja un milagro, nos proclamaremos campeones. Dios quiera que acierte.
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