Opinión
Mateu Lahoz merecía mucho más
El único Irán-Estados Unidos a la altura del ego del árbitro valenciano habría sido mediar en la toma de rehenes americanos en Teherán en 1979
Lo menos que puede decirse de Antonio Miguel Mateu Lahoz, Toño en el mundillo arbitral, es que le venía pequeño el Irán-Estados Unidos que dirigió en el fastuoso estadio Al Thumama. Pese a la importancia geopolítica del partido, a la altura del ego del colegiado valenciano apenas estaría haber mediado entre el ayatolá Jomeini y el presidente Carter durante la crisis de los rehenes de 1979, cuando una turba de revolucionarios chiíes asaltó la embajada estadounidense en Teherán. Desde entonces, cada enfrentamiento deportivo entre los dos países –con especial relevancia en la lucha libre, donde los persas son una gran potencia– revigoriza la vieja enemistad.
El Mundial está siendo un permanente recordatorio de cómo, desde tiempos inmemoriales, la política pone al deporte al servicio de sus intereses más bastardos. Pero el factor humano, a veces y felizmente, se impone sobre la razón de Estado hasta en el más hostil de los contextos: el alemán Luz Long, futuro soldado de la Wehrmacht, ayudó a Jesse Owens a superar la clasificatoria de longitud en los Juegos de Berlín y Hitler, verbigracia, o las plantillas al completo de… Estados Unidos e Irán posando junto al árbitro (naturalmente, un suizo: Urs Meier) del partido que acababan de jugar en Lyon, 2-1 para los asiáticos, en el Mundial de 1998.
Torcer por Irán ante Estados Unidos no era debido sólo al reflejo de apoyar a David contra Goliat, era casi una obligación moral después del gesto de rebeldía de los futbolistas iraníes en su primer partido, cuando se negaron a cantar el himno nacional en apoyo a las revueltas populares contra la teocracia criminal que subyuga al país. Luego, al caer en la cuenta del uso espurio que el régimen haría de una victoria sobre Estados Unidos, las simpatías se equilibraban. Ahí sí que habría reaparecido el fantasma de Jorge Videla en 1978, única participación mundialista iraní bajo la monarquía del Sah Reza Pahlevi, glorificando a la selección sobre los cadáveres de un pueblo masacrado.
Desde aquel Mundial argentino –eliminado tras perder con Perú y Países Bajos y empatar contra Escocia–, Irán ha participado en otras cinco ediciones sin superar nunca la fase de grupos. Los tres últimos, con Carlos Queiroz en el banquillo. Para traer a este turista, hace casi veinte años, laminaron en el Madrid a Vicente del Bosque por considerar anticuados sus métodos. Hoy,el añejo salmantino es campeón del mundo y de Europa y el modernísimo portugués blanquea dictaduras con su silencio cómplice tras amenazar las autoridades iraníes a sus futbolistas con torturar a sus familias si volvían a negarse a cantar el himno.
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