Amarcord
La "maldición de Bela Guttman" sí va a durar cien años
Seis decenios después de haber perdido en Wembley la final de la Copa de Europa contra el Milan (2-1), el Benfica continúa padeciendo la venganza de su exentrenador
La numerosa colonia portuguesa presente en Wembley saboreaba satisfecha su pinta de cerveza, porque en aquellos buenos viejos tiempos no había falta restringir el alcohol en los estadios. Ese judío cascarrabias no regía. El Benfica, vigente bicampeón de Europa, caminaba hacia el triple gracias a un gol tempranero de Eusebio y el Milan –un señor equipo con Gianni Rivera al frente más secundarios de postín como Cesare Maldini o Giovanni Trapattoni–, inane, parecía superado por el escenario. Pero en menos de diez minutos, entre el 59 y el 66, el delantero italo-brasileño José Altafini apareció dos veces para firmar la remontada que daba a los «rossoneri» su primera Copa de Europa. Había comenzado la maldición de Bela Guttman.
El entrenador húngaro había llevado al Benfica a la cima del fútbol continental en 1961 y 1962, al ganar al Barcelona y al Real Madrid en dos legendarias finales. Tras su fabulosa victoria en Ámsterdam contra los madridistas –que se adelantaron con dos goles de Puskas y sucumbieron por 5-3–, Guttman pidió un aumento salarial que le fue negado. La directiva pensaba que era mejor usar el dinero en retener a los Eusebio, Mario Coluna, Domiciano Cavem o Costa Pereira que dárselo al técnico magiar, de la quinta de 1899, ya en la edad anciana para los estándares de la época. El chileno Fernando Riera fue fichado para suplirlo y el viejo Bela estalló: «Ni en cien años volverá el Benfica a ganar una Copa de Europa».
Guttman, que revolucionó el fútbol al implantar el esquema de cuatro defensas, el más universal desde entonces, rindió entre sus títulos europeos un servicio al Benfica mayor aún que esos entorchados: fue el descubridor de Eusebio. Cuenta la leyenda que el técnico aquincense escuchó hablar a su barbero de un muchacho mozambiqueño que corría los cien metros en menos de 11 segundos. «Fíchenlo, será nuestro Pelé», ordenó a la directiva de las «Águilas», que por un puñado de escudos arrebataron la perla a sus vecinos del Sporting.
Pero ni siquiera la magia de La Pantera consiguió que el Benfica ganase las finales de la Copa de Europa de 1965 –perdida contra el Inter– ni la de 1968 –derrota ante el Manchester United–, una derrota que marcó el declive continental del club hasta finales de los ochenta, cuando el PSV Eindhoven le impidió ganar su tercer título (1988, perdió en los penaltis). Cuando Antonio Veloso erró el lanzamiento decisivo en el Neckarstadion de Stuttgart, la afición roja comenzó a tomarse en serio aquella «Maldición de Guttman» que ya duraba un cuarto de siglo. Poca broma.
En 1990, la final de la máxima competición continental se celebró en Viena e, igual que en 1963, los contendientes eran Benfica y Milan. Era el momento perfecto para desagraviar a Bela Guttman, nacido en tiempos de la monarquía dual de los Habsburgo y, por consiguiente, ciudadano austriaco hasta su fallecimiento en la capital del vals. Miles de benfiquistas, arrepentidos por el agravio a su gran entrenador, peregrinaron hasta su tumba del cementerio judío del distrito de Rossau para implorar clemencia. Ni caso: un gol de Frank Rijkaard hizo que la Orejona viajase hasta Italia.
Estas cinco finales perdidas deben sumarse a las tres de la Copa UEFA/Liga Europa perdidas contra Anderlecht (1983), Chelsea (2013) y Sevilla (2014), un total de ocho oportunidades para quebrar el mal de ojo. Unos meses antes de aquella derrota en Turín –de nuevo los penaltis–, el Benfica como institución se sumó a los intentos por apaciguar al fantasma de Bela Guttman y le erigieron una estatua delante de la puerta 18 del estadio Da Luz. La efigie, a tamaño natural de bronce, muestra al técnico húngaro con las dos Copas de Europa, una en cada brazo, que llevó a las vitrinas del club lisboeta.
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