Amarcord

El primer anillo de Jordan o los siete años en que el toro tardó en coger lo que era suyo

El 12 de junio de 1991 marcó el inicio del reinado de los Bulls de Jordan, que conquistaron seis títulos en ocho campañas

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Michael Jordan, con su primer título de campeón de la NBA
Michael Jordan, con su primer título de campeón de la NBAlarazonLa Razón

El camino hasta el éxito del mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos, Michael Jordan, no fue sencillo. Universitario prodigio y estrella global desde su revelación al mundo en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, seguramente es también uno de los deportistas más influyentes de la historia. Su elección por los Chicago Bulls lo obligó a curtirse en el fracaso antes de alcanzar la gloria. El divino «Air», que odiaba como pocos la derrota, penó seis temporadas en la NBA hasta que se ciñó el primer anillo de campeón tras batir consecutivamente a Detroit Pistons, su némesis, y los Lakers del «showtime», la referencia de la liga hasta su irrupción.

En la primavera de 1991, cuando terminó su séptima primera fase, Michael Jordan era una estrella unánimemente reconocida. Su campaña como novato, la 84/85, la completó con un promedio de más de 28 puntos anotados por partido y fue, año a año, ampliando su panoplia: tras igualarse con Wilt Chamberlain al superar los 3.000 puntos en una temporada, desmintió a quienes le achacaban ser sólo una máquina de tirar convirtiéndose en el mejor defensor de la NBA en 1988. Sólo le faltaba ganar, que era justo lo que le impidieron los Detroit Pistons, los «Bad Boys» liderados por Isaiah Thomas, eliminándolo tres veces consecutivas en los playoffs.

Jordan, tras arrasar los Bulls, en la primera fase, debió pensar eso de «enough is enough»: en traducción libre, «ya es suficiente». 3-0 a los Knicks en primera ronda, 3-1 frente los Sixers después y una humillante, elocuente, barrida (4-0) a Detroit Pistons en la final de conferencia, lo que los conducía hasta los Lakers del último Magic Johnson, al que acompañaban otros tres titulares de la época del «showtime» (Byron Scott, James Worthy y AC Green) con Vlade Divac como improbable sustituto de Kareem Abdul-Jabbar en el puesto de pívot. La serie viajó empatada a Los Ángeles (1-1), donde Chicago venció sus dos primeros partidos como visitante.

El último partido en California, con 1-3, se jugó bajo un ambiente funerario en el Forum de Inglewood, atestados sus 17.506 asientos pese a todo. Los Lakers podían salvar la primera bola de partido, sí, pero los Bulls dispondrían de otras dos oportunidades para consagrarse en casa. El partido llegó empatado (80-80) al último cuarto, en el que los angelinos notaron la fatiga porque su entrenador, Mike Dunleavy, sólo alineó a siete jugadores. Jordan (30 puntos) y su mejor lugarteniente, Scottie Pippen (32), se ciñeron el primero de los seis anillos que ganarían para Chicago (101-108).

Aquello fue el comienzo de una dinastía, quizás la última de la NBA con excepción de las cinco finales consecutivas –con tres títulos– de los Golden State Warrios entre 2015 y 2019. Los Bulls fueron campeones seis veces, sin derrota en la final, en ocho años, agrupando sus victorias en dos series de tres (91-93 y 96-98) seguidas que coronaron a Michael Jordan como el mejor jugador de todos los tiempos, a despecho del muy meritorio LeBron James.

Nunca antes había logrado franquicia alguna vencer en sus seis primeros accesos al playoff por el título y se mantiene intacto el récord de efectividad de unos Chicago Bulls que han sumado este año un cuarto de siglo sin ser los mejores de la Conferencia Este. Como todos los grandes imperios, el liderado por Michael Jordan (con virreyes tan importantes como el entrenador Phil Jackson y el mánager general Jerry Krause) se derrumbó con gran estrépito y, se intuye, tardarán mucho los laureles en reverdecer –Miami Heat los ha eliminado esta temporada en el «play-in»–.

Quedan algunas tradiciones para el recuerdo como las zapatillas negras que sus jugadores lucen en las noches señaladas y la presentación del quinteto titular con las luces del pabellón atenuadas como reminiscencias de una época gloriosa.