Entrevista a una pionera
Sacramento Moyano o ser judoca en la España de los 70: "Mi madre me enseñó que si un hombre lo puede hacer, una mujer también"
Es la única española noveno dan. Empezó en un gimnasio sólo para chicas. Fue al primer Mundial femenino de la historia
“Mamá, me voy a apuntar a judo”, le dijo Sacramento Moyano a su madre, que era quien “daba el permiso” porque su padre “era más dócil”. Corría el año 1969. “¿Eso qué es?”, preguntó la madre. “Pues una lucha, un arte marcial japonés”, contestó la hija. “Vale, pero la primera vez que vengas lesionada se acabó el judo ese...”, terminó la conversación. Y claro que Sacramento fue a casa lesionada, dolorida, en muchas ocasiones, y su madre, que era masajista, le quitaba las contracturas y los dolores, aunque nunca la iba a ver competir. Porque el judo no se acabó ahí ni se ha acabado todavía. Han pasado más de 50 años y Sacramento es la única española noveno dan, la llaman “maestra” y le llena de orgullo, aunque también le deja el “sabor agridulce” -admite- de saber que sólo se puede conseguir un honor así con el paso del tiempo, siendo mayor, aunque eso no se refleje en la vitalidad que continúa teniendo a sus 71 años. También, aunque sin buscarlo, es una referente, una de esas mujeres que abrió camino en una lucha que hoy en día todavía sigue.
“Empecé por casualidad. Entré a un laboratorio porque necesitaban gente joven, y entonces le conocí a él”, explica, y señala a “él”, Vicente Cepeda, su marido, su entrenador, que también está en el gimnasio Budokan que tienen en Vallecas desde aquella época. “Nos hicimos amiguetes. Él tenía 18 y yo 14, y me dijo que hacía judo, era cinturón naranja, y que había una exhibición en Vallehermoso. Mi madre ha sido siempre muy liberal, no ha tenido ningún problema, y me fui a verlo. Allí estaba Dori Gordon, que era una de las pioneras que hizo judo en España, y me gustó”, rememora. Después, llegó esa charla con su madre y el comienzo de su aventura de vida en las Hermandades del Trabajo, el único gimnasio que había en Madrid sólo para mujeres. “Era una asociación que estaba en el centro. Yo vivía en Vicálvaro, y sigo viviendo, y me iba allí”, describe. Su primer judogui [traje para hacer judo] fue alquilado con la mensualidad del gimnasio, después heredó uno de Vicente Cepeda y hasta 1972, cuando se examinó para cinturón negro, no se compró uno propio. “Casi 'na'”, dice.
“En Hermandades del Trabajo había un grupo de mujeres. Gente joven éramos otra muchacha y yo, las demás iban a aprender un poquito de defensa personal, a mantenerse en forma, y la otra chica y yo lo cogimos bien como un deporte. No empezamos en mal momento”, admite. Se puede decir que ella y alguna más de su generación fueron creciendo a la vez que el judo femenino en España. Describe el primer campeonato nacional “como la gimnasia rítmica”, porque era hacer la técnica y puntuaban; al año siguiente puntuaban la técnica y el combate y al tercer año ya fue combate como los hombres. “Pero no creo que fuera discriminatorio, tampoco había mujeres, tenían que empezar de alguna manera”, analiza Sacramento, que sí veía cómo sus amigas estaban extrañadas por su elección, pero no su madre. “No entendían por qué hacía judo, que era un deporte de lucha, miraban que era un deporte de hombres; mi madre, en cambio, nunca me enseñó que había cosas para hombres y cosas para mujeres, sino que si un hombre podía hacerlo, una mujer también. Pero porque ella era así y si se tenía que poner a hacer cualquier cosa, lo hacía”, continúa.
El primer Mundial femenino de la historia
Sacramento fue once veces campeona de España y ganó cinco medallas en Europeos (dos platas y tres bronces). También estuvo en el primer Mundial femenino de la historia, en 1980, en Nueva York, en el Madison Square Garden. “Vas con toda la ilusión a mostrar lo que sabes, no vas con miedo, porque no conoces a nadie. Yo apenas había visto a una extranjera y allí había chinas, francesas, holandesas... No tiene nada que ver con ahora, que están los vídeos y tu entrenador lo mira y te dice 'no agarres aquí, no agarres allí'. A aquello ibas con los ojos cerrados. No lo hice mal, gané dos combates, perdí el tercero y en la repesca con una japonesa. Luego ya, que fui a tres Mundiales, llevaba mi libretilla y tú apuntabas: 'La japonesa me hace esto y tengo que hacerle yo esto'. Y estudiabas. En el gimnasio me ponían a mis compañeros: 'Tú haz de japonesa, tú de francesa, tú de coreana...' Y cada uno me hacía como si fueran ellas, con sus técnicas. Así vas subiendo, subiendo, hasta 16 años que estuve en la competición”, asegura. En ese primer Mundial todavía se hacían separados el de hombres y el de mujeres y Sacramento admite una diferencia: "Cuando se hacían campeonatos de chicas iban poquísimos a vernos. Los mismos profesores y los mismos judocas decían, 'las chicas no..'. Pero luego ya cuando nos hemos juntado, se ha visto que la mujer tiene la misma calidad".
"Tuve a mi hijo en septiembre, en enero gané el campeonato de España y un mes después fui segunda en el Europeo"
Casi todos los éxitos los consiguió después de haberse quedado embarazada. “El embarazo, si todo va bien, no es una lesión. Con una lesión tienes que guardar reposo, no puedes entrenar. Pasaron los nueves meses, y a los diez ya estaba entrenando. Me dijo el médico: 'Cuidado'. Pero yo estaba bien, era súper joven, tenía 21 años, pues oye, a tirar para adelante. Mi hijo lo tuve en septiembre, en enero quedo campeona de Madrid, creo que el día de Reyes Magos; y dos semanas después campeona de España, y un mes más tarde me fui al campeonato de Europa y acabé segunda”, cuenta. Hasta hace poco no empezó al debate embarazo-mujer, que los sponsors o los clubes lo contemplen en los contratos y no haya penalización económica por ello, no haya discriminación. Pero, claro, en la época de la que habla Sacramento apenas había nada de esto. “Dije a la Federación que quería tener un niño joven y disfrutar de él y claro, no me dijeron nada. No tenía dinero, no tenía beca ni nada. Paré ese año, volvieron a contar conmigo, y volví a quedar campeona”, afirma.
Lo suyo era puro amor a su deporte. “Hasta Barcelona 92 no hubo ADO [programa de becas para deportistas], ni en chicos ni en chicas. Si te llevaba la Federación porque estabas entre las primeras, ibas y nos daban unas dietas para comprarnos algo. Pero cuando íbamos a Francia, por ejemplo, a competiciones que no iba la Federación nos costaba nuestro dinero. Francia, Suiza, Alemania... Y España me la he recorrido en coche, ibas, pagabas la noche y al día siguiente para Madrid. Cuando iba a Suiza o Francia por mi cuenta y venía con medalla sí me acercaba y decía: 'Que vengo con un tercer puesto, por lo menos la gasolina'. Y me daban una ayudilla”, recuerda.
Ella vivía del gimnasio de Vallecas: “El trabajo en el laboratorio lo dejé cuando me casé, porque no querían gente que estuviera casada y me dijeron que me daban el finiquito. Él [Vicente, su marido] estaba en una empresa de maquetas, es delineante, lo dejó, y nos dedicamos al gimnasio. Luego me volvieron a llamar del laboratorio, pero les dije que no. En aquel entonces estaba que reventaba”, desvela. Por Budokan han pasado muchos olímpicos, cinco de los que fueron a los Juegos de Sidney 2000, por ejemplo: Vanesa Arenas (-48 kg), Sara Álvarez (-63 kg), Esther San Miguel (-72 kg), Óscar Peñas (-60 kg) y Ernesto Pérez (+100 kg). En esos Juegos, Sacramento era la seleccionadora nacional. Antes lo había sido del equipo junior. Estuvo 21 años en la Federación, desde que se retiró en 1988, también cobrando sólo dietas por día de competición o de entrenamiento. Ha notado un bajón tras la pandemia, pero el gimnasio sigue funcionando, pequeño, modesto, acogedor por la cercanía que transmite, de barrio. Allí, cuando entran los niños y las niñas, aunque también hay adultos, lo primero que les dice es: “Que sean seres humanos buenos, que se respeten y que aprendan el judo como un arte marcial, que lo aprendan como defensa, para ayudar. Cuando pasan del tatami para allá no hay distinción de unos ni otros, ni chicas ni chicos. Allí todos somos judocas”.
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