
Tenis
Djokovic logra, con 38 años, el punto del año en Wimbledon: impresionante
El serbio ha pasado por encima de Kecmanovic y ha dejado para recuerdo un punto sensacional e inolvidable

Wimbledon es el jardín de Novak Djokovic. No hay viento que lo doblegue, ni rival que lo incomode demasiado cuando pisa la hierba del All England Club. Este sábado, Miomir Kecmanovic intentó arrebatarle algo más que un par de juegos, pero terminó arrasado por una máquina perfectamente calibrada: 6-3, 6-0 y 6-4 en una hora y 58 minutos. Nole avanza a octavos con la firmeza de siempre. Su próximo obstáculo será Álex de Miñaur, pero esa será otra historia. Hoy, el protagonista volvió a ser él.
El partido arrancó con cierta incertidumbre. Kecmanovic,, no se dejó amedrentar en los primeros compases. Plantó cara, atacó, incluso logró igualar a dos juegos el primer set con decisión, pero bastó que Djokovic subiera una marcha, como tantas veces, para cambiar la narrativa del encuentro. De repente, su revés empezaba a afilarse, los saques encontraban esquinas imposibles y las subidas a la red eran sentencias. En un abrir y cerrar de ojos, el marcador pasó del 3-3 a un 6-3 incontestable.
Lo que siguió fue un monólogo. El segundo set duró 24 minutos, un suspiro en términos de Grand Slam. Fue el set en blanco número 51 de Djokovic en torneos majors, una cifra que lo coloca por delante de leyendas como Agassi, Federer, Connors y Nadal. No hubo fisuras, errores ni concesiones. Kecmanovic apenas podía sacar la cabeza. Los puntos eran breves, dominados desde el saque por Nole, y cualquier intento de iniciativa por parte de su compatriota se diluía en la red o se perdía por el fondo.
Y además, Djokovic hacía maravillas como uno de los puntos, que ya va a ser el punto de Wimbledon 2025.
Djokovic entró en ese modo automático que desespera a sus rivales: agresivo al resto, impasible ante la presión, leyendo cada movimiento con antelación. En el 0-4 del segundo parcial, parecía que Kecmanovic apenas era un espectador en su propio partido. El público comenzaba a entregarse al más débil, como ocurre en Wimbledon cuando la victoria se antoja una formalidad.
El tercer set ofreció algo de resistencia y también la única turbulencia del partido. Djokovic, molesto con algunos aplausos inoportunos, pidió silencio al juez de silla tras una doble falta. Fue entonces cuando Kecmanovic aprovechó el único bajón serio del partido de su rival: le rompió el servicio y celebró el break como si hubiera ganado un set. Levantó el puño, se animó y conectó con la grada, que le dio su respaldo.
Durante unos minutos, Djokovic se mostró visiblemente contrariado. Negaba con la cabeza, cometía errores poco habituales, acumuló un par de dobles faltas, y se enredó en un juego de nervios que casi le cuesta la ventaja. Pero en cuanto el marcador se estrechó a un 5-4, el de Belgrado decidió cerrar la puerta con su habitual contundencia.
Ahora le espera Álex de Miñaur en octavos de final, un jugador incómodo, veloz, capaz de convertir cada intercambio en una batalla. Pero para Djokovic, que ha convertido Wimbledon en su segunda casa, todo parte de una premisa clara: si él juega como sabe, solo una versión sobresaliente de su rival puede alterarle el plan.
En el césped sagrado de Londres, Djokovic sigue firme. No necesita fuegos artificiales, solo precisión y control. Y mientras lo tenga, seguirá escribiendo páginas de historia.
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