Especial Energía

La energía ahoga a la industria

La energía, ya sea por su escasez o por sus precios, amenaza el futuro inmediato de la industria europea, que da empleo de forma directa a 35 millones de personas

Piezas en la fábrica de Ford en Almussafes
Piezas en la fábrica de Ford en AlmussafesRober SolsonaEuropa Press

Andreu Mas-Colell, catalán, fue conseller de Economía de la Generalitat en los gobiernos de Artur Mas y antes, cuando sólo se dedicaba a la docencia y la investigación económica, también fue el español que más cerca estuvo del Premio Nobel de Economía. Es considerado el padre intelectual de un grupo de economistas catalanes, de prestigio internacional en sus disciplinas, bastante «indepes». Los seis más relevantes crearon el Colectivo Wilson en 2013. Todos ellos, con Mas-Colell a la cabeza, también consideran que la inflación es el peor de los males. «La inflación es una enfermedad que si no se corta de raíz se convertirá en muy grave», escribía en junio el propio Mas-Colell como síntesis de un pensamiento económico.

La inflación y los precios –mejor dicho, el abastecimiento– de la energía son los dos grandes problemas económicos del momento. El Banco Central Europeo (BCE), que preside Christine Lagarde, consciente de que quizá tardó mucho en reaccionar, volvió a subir el jueves los tipos de interés, que ya están en el 2% y volverán a subir. Puede parecer un drama, pero no lo es, aunque sí sea incómodo y doloroso. Unos tipos de interés entre el 2 y el 3% son bajos en términos históricos y, una vez readaptadas, las economías –empresas, familias y sector público– no deberían tener problemas especiales si no suben mucho más y permiten que los precios se estabilicen.

La crisis energética –responsable en parte, solo en parte, de la inflación–, que ya es comparable con las de los años 70 y 80 del siglo pasado, incide y en algunos casos ahoga a una industria, sobre todo europea y española, que tiene que adaptarse a marchas forzadas y que también se va a dejar muchas cosas por el camino. El «Financial Times», la Biblia de la información económica europea, se preguntaba hace unas semanas, quizá de forma demasiado llamativa, si la crisis energética acabaría con la industria europea. Añadía que, debido a la alta dependencia del gas, las empresas se atrincheraban para pasar lo mejor posible un largo invierno –que ahora se retrasa por fortuna–, y que ejecutivos y políticos temen «una ola de desindustrialización, ya que los precios disparados de la energía han obligado a muchos grupos a paralizar su producción».

El problema es grave. La industria europea da trabajo, de forma directa, a unos 35 millones de personas, lo que representa algo más del 15% de la población activa, un porcentaje reducido en términos históricos, pero importante y que no puede caer mucho más si el continente quiere mantener sus posiciones económicas de privilegio y no depender sobre todo de China y del sudeste asiático. La pandemia destapó algunas de las debilidades industriales europeas y ahora la crisis energética vuelve a incidir en el mismo punto. Además, la competitividad industrial europea es cada vez menor, como advirtió la Mesa Redonda Europea de la Industria en una carta que dirigió a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y al presiente del Consejo de Europa, Charles Michel.

Las empresas, grandes y pequeñas, intentan capear el temporal como pueden, pero todo indica que las principales compañías industriales han empezado a reducir su producción, lo que también afecta a la industria auxiliar y, antes o después, al empleo. Otras, como los gigantes alemanes Bayer y Volkswagen, han vuelto a utilizar los combustibles sólidos, incluido el carbón, «por si acaso», todo unido a un previsible aumento de precios de sus productos. Alemania, por el peso de su sector industrial, es uno de los más afectados, pero la OCDE también incluye a Suecia, Finlandia, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia y el norte de Italia como las zonas en las que existe un mayor porcentaje de empleo en sectores vulnerables al consumo de gas y a sus precios.

España, con sus debilidades industriales, se verá en teoría menos afectada. No habrá problemas de suministro, pero sí de precios de la energía, incluida la excepción ibérica, y sobre todo en aquellos componentes que se fabrican fuera de España y que hay que importar para producir otros bienes. Por el contrario, los más optimistas, como Cris Giles, también del «Financial Times», creen que esta crisis es una gran oportunidad para la industria europea si, una vez más, es capaz de demostrar su enorme capacidad de adaptación y aprovecha para utilizar otras fuentes de energía como la solar y la eólica y también para comprobar en cuánto es capaz de reducir su consumo energético. En Alemania, dicen, las familias ya compiten para ver cuánto tiempo son capaces de estar este otoño sin encender la calefacción. Es también otra manera de cortar de raíz la enfermedad de la inflación según la receta de Mas-Colell.

Los fondos de inversión, cada vez más cerca de poder prestar valores

La industria de los fondos de inversión reivindica desde hace tiempo que se le permita utilizar lo que se denomina el «préstamo de valores». Es un procedimiento, habitual en los mercados internacionales, consistente en que los grandes inversores se ceden los títulos a cambio de una comisión. Implica que no son los propietarios últimos y aumenta los riesgos, aunque la industria dice que están controlados. Ahora la CNMV, que preside Rodrigo Buenaventura, parece favorable a que se permita.

Aumenta la dependencia española de las importaciones del gigante asiático

China se ha convertido por primera vez en el mayor suministrador de mercancías a España. Las importacones españolas procedentes del gigante asiático ya representan un 10,8% del total, por encima del 9,3% de las de Alemania. España, por el contrario, apenas exporta un 2% a China, lo que hace que el déficit con Pekín llegue a los 29.976 millones de euros, que es más del 58% del déficit comercial de mercancías español, que supera los 46.500 millones de euros.