
Economía
Energía de izquierdas y de derechas
La pregunta es si la izquierda europea que defiende mantener en funcionamiento las centrales nucleares es menos izquierda que la que pretende cerrarlas

Cristóbal López, nacido en Almería y formado en Barcelona, cardenal arzobispo de Rabat, dijo unos días antes de que empezara el Cónclave –para algunos estaba entre los «papables»–, que «para ser hereje hay que saber bastante teología, no vale cualquier idiota».
Algo similar ocurre con la energía: hay que tener suficientes conocimientos incluso para hilvanar explicaciones disparatadas, por ejemplo al Gran Apagón. No sirve, por supuesto, cualquier ignaro.
La «vice» y ministra Sara Aagesen sí sabe de lo que habla –aunque no lo diga todo–, pero a veces lo explica de una forma tan técnica que el propio Pedro Sánchez llegó a pedirle, en una de las reuniones de crisis: «Sara, habla en castellano, por favor».
El Gobierno, incluso tras las insuficientes explicaciones del presidente en el Congreso de los Diputados, parece obcecado en la búsqueda de un culpable que le satisfaga y le convenga y en mantener el fervorín antinuclear, cueste lo que cueste.
Dan Jorgensen, comisario europeo de Energía, acaba de insistir en que «la energía nuclear forma parte del mix de la Unión Europea y así seguirá siendo». Hay, por otra parte, un renacer en todo el mundo de la energía nuclear y España es ya el único país que se plantea cerrar centrales nucleares.
Las energías renovables, por otra parte, son la gran oportunidad histórica para España –un país sin fuentes de energía propias desde la revolución industrial– para dar un gran salto hacia delante. Las renovables, lo dicen todos los expertos, son la gran baza española que, sin embargo, debe tener una red de seguridad, ya sea hidroeléctrica o nuclear, que además es más barata y limpia que el gas.
Jordi Sevilla, que fue ministro con José Luis Rodríguez Zapatero, y presidente de Red Eléctrica de España (REE), hasta que fue defenestrado por la ex-vice Teresa Ribera, se pregunta si la energía tiene color político. «¿La izquierda europea que defiende las nucleares –ha escrito en Cinco Días– es menos izquierda?». Luego, con ironía evidente, añade «Cuando la vicepresidenta de la Comisión Europea –Teresa Ribera– dice que ‘las nucleares son necesarias para Europa’, ¿deja de ser socialista? Y ¿por qué para España no son igualmente necesarias?».
El Gobierno, atrapado en lo que algunos ya califican de «paranoia» no tiene respuesta a esas cuestiones y, si la tiene no la comparte. No queda, por lo tanto, ni mucho menos clara la adscripción política de la energía, ni nadie ha podido explicar si la luz que ofrece una humilde bombilla o toda la fuerza que produce turbina más sofisticada y potente son de izquierdas o de derechas y mucho menos por qué, digan lo que digan, por supuesto, incluso Yolanda Díaz, Ione Belarra y también, en el otro extremo Abascal, sin olvidar a los «indepes» catalanes desde Puigdemont a Junqueras, atrapados en el dilema de cerrar las nucleares catalanas o poner en peligro al sector industrial de la Comunidad.
La energía, avanzado ya el siglo XXI, es capital para el desarrollo y el bienestar. Los economistas Gert Bijnens (Banco de Bélgica), John Hutchinson (London School of Economics) y Arthur Saint Guilhem (Banco de Francia) acaban de publicar en el blog del Banco Central Europeo, que preside Christine Lagarde, un estudio en el que analizan «cómo los altos precios de la energía podrían afectar al empleo».
Defienden que los altos costes energéticos «amenazan la competitividad de las empresas europeas y lastran el empleo». Apuntan que un aumento permanente del 10% en los precios de la electricidad podría reducir el empleo en sectores de alto consumo energético hasta en un 2%. «Y el daño –recalcan– podría ser aún mayor: por cada empleo en la industria de alta tecnología, podrían perderse cinco en otras áreas, sobre todo en los servicios».
Además, todos esos efectos serían todavía más significativos en las zonas de concentración de industrias de alto consumo energético, como el sur de Alemania, la cuenca de Ruhr, el norte de Italia y, en menor medida, el norte de Bélgica.
Los autores del informe no han tenido en cuenta a España, sin duda porque la industria tiene un peso menor, pero concluyen que la fórmula para mitigar los efectos negativos sobre empleo: «La solución ideal sería disponer de energía más barata y limpia lo antes posible. Esto impulsaría la competitividad de la industria manufacturera europea y preservaría el empleo». «Sin embargo –concluyen– la transición tardará tiempo y el mercado laboral se verá afectado».
España, por una vez, lleva una gran delantera en renovables, pero deben estar respaldadas por energías firmes para ser del todo fiables, al margen de lo que diga algún hereje por mucho que sepa de energía, como apuntaría el cardenal Cristóbal López.
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