Editorial

Librar una guerra con una mano atada

La creación de divisiones acorazadas ucranianas significaría la voluntad de la Alianza Atlántica de ir más allá de las fronteras de facto establecidas en 2014, incluso, hasta la recuperación de la península de Crimea por parte de Kiev.

Son comprensibles las reticencias de Alemania a la hora de autorizar el envío de carros de combate «Leopard-2», unas máquinas acorazadas muy eficientes, al frente de batalla ucraniano, pero, aunque sea por persona interpuesta, Occidente está librando una guerra contra Rusia que no se va a poder ganar con una mano atada a la espalda. Más aún, porque quien pone los muertos y el sufrimiento, quien afronta la destrucción de sus infraestructuras y centros fabriles es una Ucrania a la que sería inmoral exigir que se inmole, sin esperanza de victoria, para desgastar al coloso ruso.

No cabe duda de que el Kremlin está jugando bien sus cartas, con amenazas de apocalipsis varios si la Alianza Atlántica dota a las fuerzas ucranianas de materiales determinantes en el campo de batalla, pero, hasta el momento, toda advertencia rusa de extensión del conflicto ha quedado en agua de borrajas, pese a que han sido, junto con el valor y la determinación de los ucranianos, las remesas de armamento moderno occidental las que han equilibrado, primero, la batalla y la están decidiendo en favor de los agredidos.

Desde una perspectiva exclusivamente técnica, los medios entregados a Ucrania en el campo de la artillería de precisión, el reconocimiento electrónico, las comunicaciones tácticas, las defensas contra misiles y cazabombarderos o las armas contracarro de quinta generación son tan lesivos para las fuerzas rusas como lo sería el despliegue en pequeñas cantidades de los carros de batalla. La diferencia es, pues, de orden estrictamente político, porque la creación de divisiones acorazadas ucranianas significaría la voluntad de la Alianza Atlántica de ir más allá de las fronteras de facto establecidas en 2014, incluso, hasta la recuperación de la península de Crimea por parte de Kiev.

Ciertamente, el mero planteamiento de esta posibilidad despierta escalofríos en las cancillerías europeas, especialmente, la alemana, desde la experiencia histórica de la capacidad rusa para recomponerse y la inflexibilidad de sus generales a la hora de enviar a sus soldados a luchar en batallas de desgaste que cuestan millares de vidas. Por supuesto, no es cuestión de despreciar las enseñanzas de la historia, pero sí de advertir que la sociedad rusa, como demuestran las dificultades que está encontrando Moscú para el reclutamiento, no es la misma que libró la Gran Guerra Patria bajo el mando de Stalin.

En cualquier caso, Estados Unidos y la Unión Europea tendrán que enfrentarse tarde o temprano al gran dilema, que no es otro que alargar la resistencia ucraniana para proponer un alto el fuego aceptable para Rusia o llegar hasta el final, que es la derrota de Vladimir Putin. La cuestión debería resolverse lo antes posible, porque cada día cuesta muchas vidas de soldados y civiles. Y sea cual sea la decisión, los carros de combate, alemanes o no, van a hacer mucha falta.