Editorial

La única consulta que vale está en las urnas

Se comprobaría fehacientemente cuántos de los siete millones largos de votantes que apoyaron al PSOE en la cita del pasado 23 de julio están de acuerdo con la concesión de la amnistía.

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, vota en la consulta a la militancia del PSOE
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, vota en la consulta a la militancia del PSOE sobre el acuerdo de Gobierno de coalición con Podemos, en Madrid (España) a 23 de noviembre de 2019.23 noviembre 2019, Política, PSOE, Pedro Sánchez, Consulta, MilitanciaJesús Hellín / Europa Press23/11/2019Jesús HellínEuropa Press

Nada tenemos contra la práctica de que los partidos políticos consulten a sus bases aquellas decisiones que afectan a su organización interna o supongan cambios en los órganos directivos, en los que la opinión de los afiliados tiene su razón de ser. Pero, al menos, en lo que se refiere a la consulta sobre los pactos de gobierno que ha llevado a cabo el PSOE, simplemente, es la coartada que precisa su secretario general y candidato a la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez, para justificar lo injustificable.

No es sólo que el aparato del partido haya puesto toda la carne en el asador para conseguir una respuesta favorable, sino que se pregunta a una militancia que se ha radicalizado en los últimos tiempos, mientras buena parte de sus antiguos votantes se alejaban de una opción que se ha vuelto ideológicamente irreconocible. De ahí, que podamos afirmar que la única consulta que legitimaría el abisal cambio de programa socialista sería la de las urnas, con la repetición de las elecciones generales.

Así, se comprobaría fehacientemente cuántos de los siete millones largos de votantes que apoyaron al PSOE en la cita del pasado 23 de julio están de acuerdo con la concesión de la amnistía a los encausados por la intentona golpista del procés, amén de avalar la larga lista de cesiones pactadas con los nacionalistas catalanes, gallegos y vascos, cuya representación en el Congreso no llega, todos sumados, al 7 por ciento de los votos.

Porque en el caso presente, no hablamos de una situación sobrevenida, como puede ser una crisis financiera internacional, una pandemia o una guerra que pueda justificar el incumplimiento de las promesas electorales, sino que hablamos de un cambio de posición sobre asuntos en los que el candidato socialista, sus principales cabezas de lista y buena parte de su Gobierno habían mantenido exactamente lo contrario de lo que ahora van a hacer. Hay un trecho demasiado largo entre prometer que se traduciría al fugado ex presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ante la Justicia, a exonerarle de cualquier responsabilidad penal y pasar por las horcas Caudinas de una negociación política humillante para la dignidad de la Nación.

Sobre todo, porque en el trayecto se van a forzar hasta el extremo las costuras del entramado constitucional, arrastrando en la labor a profesionales que, en otras circunstancias, actuarían sin la enorme presión del poder. Y, por cierto, sin justificar por ello ni el sectarismo ideológico ni la mera ambición de conseguir un mejor acomodo en la vida. Si Pedro Sánchez busca un respaldo para justificarse, no es entre un partido forjado a imagen de la personalidad y los deseos del líder donde debe buscarlo, como en esas consultas "a la búlgara" que han pasado al acervo de la historia política reciente. Porque, cuando los búlgaros votaron en libertad, no lo hicieron por sus antiguos dictadores comunistas.