Sabino Méndez

El relato

Muchos votantes del PSC y Comunes ven bien el separatismo

GRAFCAT4246. ARGELÈS-SUR-MER (FRANCIA), 13/05/2024.- El candidato de Junts a la presidencia de la Generalitat, Carles Puigdemont, durante la rueda de prensa que ha ofrecido este lunes en la que ha anunciado que presentará su candidatura en el Parlament para ser investido como president y ha afirmado que tiene opciones de lograrlo en segunda vuelta y liderar "un Govern de coherencia soberanista". EFE/David Borrat
Puigdemont en su anuncio de que acudirá a la investidura David BorratAgencia EFE

Presenciar en un mismo fin de semana, separados por menos de doce horas, dos eventos como son el festival de Eurovisión y las elecciones autonómicas catalanas, provoca en la mente del espectador unos paralelismos y unas sinestesias inimaginables. No es tan extraño que eso suceda, porque, al fin y al cabo, ambos espectáculos son unas ceremonias basadas en sufragios, que empezaron hace ya muchos años con unos objetivos muy distintos a los que las animan en la actualidad y que han derivado en una cosa bastante diferente.

En el primer caso, se pretendió en origen ofrecer una panorámica de las músicas locales de los integrantes de la Unión Europea a través de sus televisiones. En el segundo caso, se empezó queriendo tener un recuento de las preferencias de los votantes a un nivel más cercano (y que se suponía más próximo a sus problemas) de lo que sería el nivel estatal de unas elecciones generales.

En ambos casos, aquello en lo que ha derivado sus nobles y bienintencionados orígenes ha sido en una teatralización inverosímil y un objetivo obsesivo que es solo ganar como sea. Ambas ceremonias se han teatralizado de una manera absoluta. En los dos casos nos da la sensación de estar asistiendo a un desfile de frikis o fenómenos de carromato de feria en los que se mezclan, en diferentes proporciones, tanto la verdad y el talento como la afectación y la impostura. Asistir en silencio a ese desfile –simplemente escuchando– ya es impresionante y estupefaciente.

Pero escuchar al día siguiente las explicaciones (el relato) de aquello que hemos presenciado en boca de los propios protagonistas y sus corifeos es ya una experiencia extravagante, cuando no una más propia de un consumidor de sustancias alucinógenas.

Así, al día siguiente de ganar Suiza el festival, se nos hizo saber que lo que habíamos presenciado era un hito histórico porque, según los corifeos maravillados, se trataba de la primera victoria de un intérprete no binario.

Lo que en realidad habíamos visto por la tele los espectadores de siempre era a un chavalote encantador, entrañable y muy simpático, con manos de trapo, que estaba emocionadísimo, pero para qué vas a ponerte a discutir bobadas. Ya hace años ganó una señora con barba y no pasó nada. Así que el hito histórico vamos a dejarlo en cotilleo de la semana si les parece, porque la canción era perfectamente olvidable y el hecho de interrogarnos sobre si su intérprete gesta o fecunda creo que es algo a todas luces musicalmente prescindible.

Algo parecido sucedió pocas horas después con las elecciones catalanas. Después de hacer todos los aspavientos y gesticulaciones que en los protagonistas son habituales, se votó y ganó el candidato socialista tal como se esperaba y los sondeos habían previsto.

Ahora bien, lo primero que se nos hizo saber al día siguiente es que eso significaba el final del proceso independentista porque, por primera vez en los últimos años, los partidos que se definían claramente como separatistas no sumaban una mayoría en el hemiciclo regional. Francamente, me conformaría con mucho menos. Suponer que se ha acabado el procés en nuestra región solo porque haya descendido un poco el tirón de los partidos de la segregación ultramontana es no conocer en nada a Cataluña. Cataluña se mueve por ciclos de siete años.

No sé el motivo, ni aspiro a convencer a nadie, ni es idea caprichosa mía. Me limito a levantar acta de las cifras. Entre el pacto del Majestic (1996) y el primer tripartito distan siete años (2003). Entre el millón de votos catalanes de Ciutadans de 2017 y su desaparición del parlamento regional en 2024 con solo veinte mil votos, pasan otros siete años. Se pretende que, por esos desplazamientos, estamos entrando en una nueva etapa y marcan una dinámica diferente. Para nada.

Es lo que a Sánchez y a Illa les gustaría que creyéramos, porque saben que estamos todos deseando que pase. Pero tanto en el Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC) como en los Comunes hay mucho votante que ve bien el separatismo. Negar esa realidad es simple pensamiento colmado de deseo. Algo muy catalán. Lo comprobarán ustedes en los próximos días, cuando Carles Puigdemont nos sorprenda proponiéndose como el primer presidente no binario de la Historia.