Jorge Vilches
La santa voluntad de Puigdemont
Puigdemont dijo la verdad. La amnistía la dan por hecha. Solo hay dudas con las fechas. El Tribunal Constitucional estará de su lado cuando llegue su turno.
Lo declaró Puigdemont hace unos días. «Vamos a hacer lo que nos dé la gana, porque durante seis años y medio ya lo hemos hecho». «Y ahora más», habría que añadir. Sánchez ha renunciado a la represión legal del independentismo delictivo por lo que el líder de Junts está valorando presentarse en España aunque sea detenido. Es una amenaza con objetivo electoral inmediato, y de producirse tras las elecciones dejaría noqueado a Salvador Illa, el títere de Sánchez en Cataluña, y por supuesto a ERC, el presumible socio del PSC, boicoteando así su posible gobierno de coalición.
La idea de Puigdemont es arrebatar a Esquerra el primer puesto en el nacionalismo catalán, recuperar la vitola de jefe del independentismo, y volver a 2017 pero con un Gobierno entregado y débil. El fugado no quiere sentarse en Barcelona y hacer política autonomista.
Eso terminó. Si alcanza el gobierno, piensa, es para negociar el derecho de autodeterminación. Y es ahí donde va a encontrar a ERC, a Comuns Sumar, a Aliança Catalana y, por qué no, al PSC. Hoy no hay nada que indique que haya una negativa rotunda de los socialistas a un referéndum, ni su palabra genera confianza.
En estas elecciones están en pugna más de 700.000 votos, los de aquellos nacionalistas que no fueron a las urnas en 2021. Entonces solo votó el 53,5%. Junts consiguió en las elecciones de 2017, cuando dirigió el independentismo, casi un millón de papeletas con un 79% de participación. Era la segunda fuerza en Cataluña tras Cs.
Entre esas dos elecciones, Junts perdió 380.000 votantes por no tener protagonismo. Ahora necesita movilizar al electorado y aprovechar el 40% de indecisos. Si este 12-M recupera las cifras de 2017 se acercaría al PSC y superaría a ERC. De momento, Puigdemont está jugando bien estas bazas, y la vuelta a España forzaría el regreso al marco mental de 2017. Por eso dicen que Illa quiere para Cataluña un «155 suave».
Puigdemont dijo la verdad. Van a hacer su santa voluntad. La amnistía la dan por hecha. Solo hay dudas con las fechas. El Tribunal Constitucional estará de su lado cuando llegue su turno.
La batalla que está dando el PP en el Senado y con el trámite parlamentario la dan por ganada.
Los medios de izquierdas y los nacionalistas, amén de sus respectivos electores, aceptan la amnistía o no la creen tan relevante como para permitir que gobierne la derecha. El ruido que hagan los populares y algunas instancias judiciales no les importa porque cesará. Además, los resultados electorales sumando PSC, Junts, ERC, Sumar y Aliança serán interpretados como un plebiscito positivo hacia la política de «reconciliación»; es decir, como un «sí» a la amnistía y a la resolución del «conflicto catalán» con una consulta.
Este es el resultado de la política de Sánchez. La victoria de Illa servirá para pavimentar el proceso independentista y, al mismo tiempo, asegurar la merma de los derechos de los castellanohablantes o de los que no quieren la independencia. Si el PSC saca 40 diputados, según las encuestas, necesita 28 más para gobernar. Estos solo pueden proceder de ERC o de Junts. PP y Vox no llegan ni agregando diputados. Comuns Sumar, el negociado de Yolanda Díaz, alcanzará cinco si acaso, por lo que tampoco sirve.
En esa competición por ver quién es más nacionalista y más independiente de Madrid, republicanos y posconvergentes apretarán el cuello a Sánchez hasta que cante una sardana.
Quizá esa presión y desprecio sean excesivos para un narcisista que se cree superior y merecedor de continuos elogios, no de chantajes y desprecios. Puede ser la razón de que Sánchez, antes de sufrir más humillaciones, y cuando los insultos a la «derecha y la ultraderecha» no sirvan de desahogo, decida dejar este pequeño mundo español y opte por una cómoda posición internacional. La performance de la carta habría sido una prueba preconstituida para su marcha.
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