Opinión
Final de infarto
La mayoría sabe lo que va a votar desde hace tiempo
Si a mí me preguntan, que leo las encuestas, el PP va a ganar las elecciones y gobernar con Vox. Todos los sondeos –incluido el de El País– dan ganador a Feijóo, excepto el CIS, que hace el ridículo. Sin embargo, es curioso, el electorado de izquierdas permanece confiado en que Pedro Sánchez tiene posibilidades con Sumar y añadiendo entre 20 y 30 escaños nacionalistas. Supongo que la fuente de esta esperanza son encuestas como las prohibidas, las que estos días salen en Australia, y que dan cifras tan inverosímiles como 40 diputados a Sumar (sacará ente 25 y 35) y 129 al Partido Popular (obtendrá entre 145 y los 156 que le da nuestro periódico en la horquilla máxima).
Lo divertido del asunto es que los seres humanos –todos– nos agarramos a un clavo ardiendo. Y para ello nos inventamos lo que haga falta. Los votantes de izquierdas han cogido aire esta semana con la intervención de Yolanda Díaz en el debate a tres. Habló mucho y claro y creo que ganó. No se dan cuenta de que cada voto que se desliza a Sumar sale del PSOE y que los bloques derecha-izquierda no se mueven. Lo mismo ocurre con los partidarios de Abascal, que estuvo valiente defendiendo posiciones de derechas a solas, sin Feijóo, y afrontando a los otros dos candidatos: si Vox hubiese ganado escaños, lo habría hecho a costa del PP.
Entretanto, continúa la discusión mediática en todo su fragor. Sigue Sánchez mintiendo sobre los peajes y Feijóo ha tenido que encajar que fue amigo o conocido de una persona dudosa (el famoso narco) y que su partido no subió las pensiones con el IPC. Pero todo este follón apenas influye –estoy convencida–en el voto. Primero, porque solo los más cafeteros hilvanan telediarios y discuten de política en las redes, y segundo, porque la mayoría sabe lo que va a votar desde hace tiempo. La boda de Tamara ha despertado más expectación que los debates.
En realidad, el gran enemigo de los partidos y de ambos bloques es la abstención. Es verdad que hay un gran ambiente de voto, pero acercarse a las urnas un 23 de julio con calor es un desafío. Cometemos el error urbano de creer que toda España está pensando en las elecciones, pero olvidamos la indiferencia de los millennials (la gente de treinta años y menos), la frialdad práctica de mucha gente del campo profundo y lo que cuesta conducir desde una playa un domingo para meterse en un atasco.
En fin, lo que ocurra no depende de que el abono de los peajes nos vaya a aflojar el bolsillo o si Feijóo trataba a Marcial Dorado. Tiene que ver con una cuestión mucho más amplia. Durante los últimos cuatro años se ha establecido una forma de poder en España que ha puesto en duda la transición. Todos los adversarios de la unidad nacional se han arracimado en torno al PSOE y ha hecho su agosto. Han dado protagonismo a Bildu, liberado a los golpistas, borrado la secesión como delito y establecido un modelo único de memoria colectiva republicana. Esa misma gente ya no sabe contestar a la simple pregunta de lo que sea una mujer. Sencillamente, ha elevado a categoría antropológica el relativismo y ha decretado que «cada uno es lo que desea ser». El «borrado» del mapa nacional coincide con el «borrado» de las identidades personales. Eso es lo que se vota este domingo. Si deseamos profundizar en este modelo o hacer cuenta nueva. Los sondeos han dicho que los españoles no están contentos. Evidentemente, los protagonistas desde 2019 siguen en lo suyo y se les añaden los que siempre han creído que la izquierda es buena por dogma y el centro derecha, malo. Ahora, a recontar votos.
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