Opinión

El tinto de verano, el peor enemigo de las urnas

En estos momentos, en España son más relevantes las piscinas que los telediarios

Urnas electorales
Urnas electoralesJESUS G. FERIALa Razón

En 2016 el Partido Popular gobernó con 139 escaños. Desde 2019, el PSOE gobierna con 120. Según la encuesta de ayer de NC Report para La Razón, el PP se dispara a una horquilla de entre 151 y 153 diputados y el PSOE sacaría entre 103 y 105. Es una distancia de cincuenta escaños, imposible de remontar para Sánchez. A medida que la izquierda intuye que va a perder el gobierno, el voto sale de Sumar y pasa al PSOE, pero el bloque de izquierdas no crece. A su vez, los populares también se benefician del voto útil y van recogiendo voto de la ultraderecha.

Sin embargo, nada está hecho. No hay precedentes de elecciones nacionales en mitad del período vacacional. No hay peor enemigo de las urnas que el tinto de verano. Aún hay que sacarse de encima la pereza estival para votar en directo un domingo en el que playas y pueblos estarán llenos. Se pide a los votantes españoles, nada más ni nada menos, que interrumpan sus vacaciones –los que las tengan– o, en cualquier caso, su descanso de fin de semana. Miles y miles de personas comerán copiosamente el domingo y, después de la sandía, tomarán café y se pondrán al volante. ¿Alguien se imagina esas carreteras con atasco y esas entradas urbanas colapsadas? ¿Cuántos llegarán tarde al cierre de los colegios? El mayor enemigo del PSOE será el pensamiento de que todo está perdido y que es preferible la siesta al tráfico. Pero es que también para el PP constituye una tentación que el electorado se confíe y dé la victoria por hecha.

En estos momentos, en España son más relevantes las piscinas que los telediarios. Estamos en el período canicular, en el que ni siquiera se recuentan audiencias en el Estudio General de Medios, porque todos los ritmos –escolares, laborales, familiares, de escucha y seguimiento de medios– están alterados. Quien argumente que «sabe» lo que va a ocurrir, miente. Cada voto está reñido con el tintorro, el auto, la cama, la partida de cartas vespertina y la sensación senequiana de que nada en la vida merece un infarto.

Por otro lado, es difícil pensar en grandes sorpresas de final de campaña. Toda la artillería financiera para regalar pagas y subsidios ha sido empleada a mansalva desde el Gobierno. La campaña del miedo a Vox, desde la izquierda, y el ridículo de Sumar, desde la derecha, lleva articulada desde las elecciones locales. Y la pólvora de los debates va sin chispa desde que el Feijóo se ha negado a comparecer en los debates a cuatro. El último gran disparo fue, en realidad, el cara a cara del lunes, que se ha saldado con un rotundo despiste de Sánchez, que ha despilfarrado ostensiblemente su último cartucho. Quizá algún día sepamos por qué se asustó tanto. Cómo fue posible que apareciese tan desmadejado y confuso. Con el rostro desencajado, el ojo medio cerrado y el labio superior rígido. Con manos temblorosas. Sin responder cuando las preguntas se le hacían molestas, sin capacidad de regate, repitiendo sin ton ni son cifras y conceptos mal digeridos y mintiendo hasta el ridículo de las autovías.

Lo hecho, hecho está. Me he metido en las redes del candidato socialista, Pedro Sánchez para ver qué intenta hacer en este final de campaña: algo de trabajo en Bruselas, manifiesto con los representantes de izquierdas de la cultura, condenas al machismo de Vox, acusación de mentiras al líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo en el debate y una frase lapidaria: «Votemos la España que soñaron nuestros abuelos y nuestras abuelas». Una síntesis antigua, «Va a ganar el avance y va a perder el retroceso». Al final, el líder incombustible se entrega a lo más clásico, lo de vota a los buenos que, de lo contrario, llegarán los malos.

Veremos si eso mueve a mucha gente de la piscina.