Coronavirus
Supervivientes del coronavirus
Su lucha no ha sido sencilla. Muchos de ellos han permanecido semanas sedados, intubados, sin saber lo que ocurría a su alrededor. Otros, se han hecho inmunes a la enfermedad tras síntomas más leves. Todos han negativizado el coronavirus y forman parte de la cara positiva de las estadísticas. Su mensaje: «Nunca hay que perder la esperanza»
Juan Vicente ha olvidado una semana de su vida. Literalmente, borrada de su mente. Lo último que recuerda es ingresar en las urgencias del Hospital de Nuestra Señora del Rosario de Madrid y despertar siete días después en la UCI. Este informático de 37 años nos lo cuenta ahora desde casa, con la voz todavía tomada por las secuelas de la intubación, pero con la satisfacción de poder confirmar que está «totalmente recuperado». Ya ha negativizado el coronavirus y solo le queda ir cogiendo fuerza poco a poco y, eso sí, mantenerse aislado otros 15 días.
Él es uno de los 74.662 supervivientes que hasta la fecha han vencido la infección o, para ser más exactos, los que han sido sometidos al test del Covid-19 y han conseguido aniquilarlo. Juan Vicente nunca pensó que su salud pudiera complicarse tanto con «este maldito bicho» pues, es joven y sin afecciones relevantes en su historial médico, lo que demuestra que este virus no entiende ni de edades ni enfermedades previas. Junto a él reunimos a otras 17 personas que han sobrevivido y que en estos momentos quieren mandar un mensaje de esperanza y confianza a los que todavía luchan, ya sea desde su casa o postrados en la cama del hospital, contra la que se ha convertido en la enfermedad del siglo XXI. Ellos son la cara positiva de la moneda, la de la ilusión, la buena noticia que todos esperamos y los datos estadísticos que los sanitarios ansían que se multipliquen.
«Llegué al hospital con fiebre y dificultad para respirar, cuando me despertaron a la semana siguiente, los médicos me confesaron que esperaban que estuviera 28 días sedado e intubado porque estaba muy mal, pero mi evolución, al parecer, fue buena. Todos están realmente sorprendidos. Yo lo achaco a los grandes profesionales de nuestra Sanidad, al magnífico cuidado que me han dado y al cómo se han volcado en mi recuperación, ese buen espíritu ayuda mucho», dice con voz entrecortada.
La neumonía bilateral ya ha desaparecido de sus pulmones, come con normalidad y el riñón, que también se había visto afectado, mejora de manera sobresaliente. Hoy mismo tiene una revisión para confirmar que todo marcha según los previsto. «He estado muy delicado, pero afortunadamente ya ha pasado y todo irá bien, actuaron rápidamente y por eso he sobrevivido», dice. El camino recorrido hasta conseguir que le dieran el alta tampoco ha sido sencillo, más que nada por el aislamiento al que ha estado sometido. «No he podido ni ver a mi mujer. Es duro, pero nos conformábamos con videollamadas», dice resignado. Fue ella la que más tarde le contó todo: que en total llevaba 22 días ingresado y lo mucho que había temido por su vida.
Las manos «de cera»
«Creo que la mente te protege del dolor insoportable, porque si no...», reflexiona. Luego llegó su cumpleaños, el 5 de abril, y todo el equipo de enfermeras fueron sus «invitadas». Recuerda emocionado cómo le cantaban y el postre especial que le llevaron. «Esa es la energía que me sacó adelante», asegura. Desde su experiencia quiere enviar un mensaje tranquilizador a los que ahora se encuentran en su situación y, sobre todo, a sus familiares, «porque ellos son los que más sufren la angustia, la espera de esa llamada del doctor sin saber qué le dirá o qué pasará. Creo que es lo más duro». El abrazo que él le dio a su mujer nada más abandonar el hospital nunca lo olvidará: «Ella es la que más ha sufrido, porque yo, realmente, no fui consciente», sentencia.
Una angustia que conoce bien Susana. Ella también dio positivo y como era asmática la ingresaron rápidamente en el Hospital La Paz, pese a que sus síntomas eran leves: pérdida del olfato y del gusto. Su marido fue el que peor lo pasó. David Gil, de 43 años, comenzó con un catarro y décimas de fiebre que fueron en aumento, sobrepasó los 40 grados. Les ingresaron en la misma habitación, lo cual fue de ayuda, pero mientras Susana mejoraba, David iba a peor.
«Tosía mucho, incluso echaba sangre por la boca, no me podía mover, había perdido el apetito y me pasé casi tres días sin comer», detalla este padre de familia. «Al verlo así, me dijeron que podía quedarme con él en la habitación y dormir en la butaca en vez de irme a casa, porque yo ya no estaba para mantenerme ingresada. Como ya había generado los anticuerpos no corría peligro. Así hice, los días siguientes fueron muy duros. Le pusieron oxígeno al máximo, antibiótico por vía y hasta tres tratamientos diferentes: de la malaria, del sida y del ébola», puntualiza Susana, que, ahora, en casa, no puede evitar emocionarse al recordar aquellos días.
David estuvo 12 días luchando contra el «corona», la fiebre no remitía y la respiración cada vez era más tenue, pero él seguía valiente su guerra. «No me podía ni mover, recuerdo que decían que evitara estar mucho tiempo dormido porque despierto se vencía mejor al bicho», relata. Susana destaca las manos de su esposo: «Eran blancas, parecían de cera, yo no me lo podía creer, estaba muy asustada».
Poco a poco, la medicación fue haciendo efecto. A David le dieron de alta el día 26 y salió de La Paz inmune, sin tratamiento y, eso sí, muy cansado. La guerra había sido dura. «Nos dijeron que la neumonía había sido muy grave y que había atravesado una situación muy crítica. Yo la verdad es que tengo recuerdos borrosos, pero pensé que no salía de ésta, que no lo contaba. De hecho, no quería apagar la luz de la habitación por la noche, porque pensaba que si me dormía no iba a despertarme», reconoce.
Pero salió adelante y mereció la pena, ya que en casa la esperaba Ángela, su hija de nueve años. «Nos pusimos todos a llorar de la emoción. Hay que tratar de ser positivo y enviamos toda nuestra fuerza a la gente que ahora está pasándolo mal. Yo les diría que confíen en nuestros sanitarios, porque tenemos los mejores médicos del mundo», dice el matrimonio. Cuando pase la cuarentena, lo primero que harán será volver al Hospital La Paz, para dar un abrazo a todo el personal que tan bien les cuidó, ya que al salir de allí no pudieron hacerlo.
Rosa y Eugenio también piensan en qué harán en cuanto se nos permita salir de casa: una cervecita por Huertas. Este matrimonio también ha sufrido lo suyo, pero son muy optimistas, irradian energía y, a sus 78 y 71 años, respectivamente, son unos todoterrenos. Han aplastado al virus, aunque su batalla no fue sencilla. «Estamos muy machacados con esta situación, hemos perdido a varios amigos y cuando estábamos malitos y veíamos esas imágenes de ataúdes, la verdad que era horrible», cuenta Rosa.
Eugenio es pintor y, hoy, por fin, ha regresado a su estudio para continuar creando, «eso es buena señal», dice su esposa. Ella pasó el virus en casa, «parece que yo fui más dura y no le dejé entrar demasiado», bromea tras su recuperación. Sin embargo, Eugenio fue diagnosticado de neumonía basal izquierda por Covid-19, no sabe dónde lo cogió. Es un matrimonio muy activo, involucrados de lleno en el mundo del arte y son frecuentes las reuniones con creadores y galeristas. «Pudo ser en cualquier lugar», dicen.
«Empezamos con fiebre y él iba a peor. Estaba muy flojo, no quería comer. Sentía mucha preocupación por él. Llamamos a mi hija que es neuróloga, se presentó en casa y se lo llevaron corriendo al hospital, donde estuvo ingresado cinco días, tenía una mancha muy fea en el pulmón», relata Rosa. Los síntomas de ella fueron leves, aunque la fiebre fue alta. «Nos dejó el cuerpo como si pasara por encima de nosotros una apisonadora», confiesan.
Esta artista, que ahora coquetea con las creaciones digitales y que pese a rondar las ocho décadas está a la vanguardia –de hecho, se define como una «abuelita digital»–, describe cómo ambos, cuando estaban pasándolo mal, se daban la mano y no hablaban. Era su manera de comunicar su dolor y su ansiedad.
¿Nos está pasando de verdad?
«Pensábamos, ¿esto nos está ocurriendo a nosotros de verdad?», recuerda Rosa. Eugenio es más callado, no le gusta molestar, «pero lucha por vivir como todo el mundo», matiza su mujer. Como ejemplo, hasta que le asignaron una cama en el hospital, aguantó estoico en un sillón, «ahí estaba el pobre con su oxígeno y el suero», apunta. Para ambos, el Paracetamol, el Nolotil y, por supuesto, el Dolquine (el fármaco que están utilizando con todos los infectados de coronavirus) fue su salvación. «Pero bueno, preferimos quedarnos con lo positivo y es que nos hemos recuperado y ya estamos juntos de nuevo. Hay que ser fuertes, sobre todo para que nuestros hijos estén tranquilos. Tenemos la suerte de que llegamos rápido al hospital. Ahora, sería precioso que con los anticuerpos pudieran crear una vacuna que salvara más vidas», dice el matrimonio.
Acaban de celebrar el cumpleaños virtual de esta abuela «molona», como le dicen por ahí. Han sacado su mejor mantel, la vajilla más espléndida y van a celebrarlo los dos, «con traje y pajarita», añade él. Son el rostro de la felicidad y de la superación. Una alegría que comparten con José Garzón, contable de 52 años que ahora respira tranquilo tras dar negativo y haber superado la infección. Estuvo ingresado en el Hospital de Fuenlabrada y, más tarde, en el 12 de Octubre. Padeció una complicación cardiaca y tuvieron que insertarle un catéter «para destruir un trombo que me afectaba al corazón, en total, he estado dos semanas hospitalizado». Pese a su buena recuperación, aún esta convaleciente y le cuesta hablar, pero no duda en participar en este reportaje en cuanto se lo proponemos.
«Quiero enviar mucho ánimo a los que se encuentran infectados, les aconsejo que tengan paciencia, pero que todo pasará. Es fundamental que pongan de su parte y que colaboren con los médicos en todo lo que les digan, son excelentes, tenemos una buenísima Sanidad, yo estoy especialmente agradecido a los dos hospitales en los que me han tratado», explica. Un agradecimiento que recoge con humildad Iván Encabo, supervisor de radiología en el Hospital 12 de octubre que también ha superado la enfermedad. Para este madrileño de 44 años, el principal agobio era no poder estar en el hospital con sus compañeros en un momento en el que toda la ayuda es poca. En cuanto concluyó su encierro de 17 días en una habitación de siete metros cuadrados y dio negativo en el test, se incorporó a su puesto de trabajo en el centro sanitario.
«En casa, como no me encontraba demasiado mal, hacía pedidos y algunas gestiones, me venía también bien», reconoce. Sus síntomas pasaron por la fiebre, dolor de garganta, diarreas y mucha ansiedad derivada de la angustiosa situación.
«Los últimos días notaba que me faltaba el aire así que lo comuniqué y me hicieron placas para comprobar que no fuera neumonía. Era ansiedad. El encierro no me vino nada bien, leía los últimos informes sobre la enfermedad, veía cómo gente de mi edad estaba en situación crítica y como dicen que es al séptimo día cuando empeoras, yo rezaba para que todo se quedara como estaba y, por suerte, así fue», dice con voz pesadumbrosa.
El confinamiento lo llevó a cabo en casa de sus padres, aislado en una habitación: «Comía solo, la bandeja que me traían se desinfectaba y la ropa la metía en una bolsa de plástico, me preocupaba que ellos también se pudieran contagiar», reconoce. Ahora, piensa en cómo será la vuelta a la normalidad, aunque confiesa que tardará tiempo en llegar. «Cada día que amanece es uno día menos para que termine esta batalla», sentencia.
Una «guerra» en la que también está metido de lleno Alejandro Martín, médico de urgencias de La Paz que también resultó contagiado. «Estando en un hospital es difícil saber cuándo y dónde me contagié exactamente», afirma. Él pasó por una fuerte congestión nasal, cansancio, que achacaba al cansancio derivado del gran volumen de trabajo. Pero le hicieron las pruebas y dio positivo: «Me dio mucha rabia, porque dejaba en cuadro el servicio, pero no tuve más remedio que aislarme en casa». A sus 37 años y sin afecciones previas, Alejandro dice que el lo ha pasado como el 80% de la sociedad, con síntomas leves. Estuvo en su domicilio 17 días. «Soy una persona tranquila y había estudiado bastante sobre el virus, pero aún así sí que tenía un poco de preocupación, pero me tranquilizaba al pensar que siendo joven y sin presentar factores de riesgo, lo normal es que no se me complicara», analiza.
Un «viacrucis»
Cuando se lo comunicó a sus padres, estos enseguida quisieron ir a estar con él, pero les explicó que, precisamente, lo que tenía que estar era solo para no contagiar a nadie. «El aislamiento fue duro, me subía por las paredes, quería volver al hospital. De hecho, se planteó la posibilidad de realizar el seguimiento de pacientes en domicilio por vía telefónica. Me angustiaba el haber dejado el servicio con menos gente», lamenta. Lo mismo le ocurrió Lubna Dani, de 36 años, compañera suya de La Paz, que, precisamente, fue la paciente 1. «Creo que me contagie en una guardia que fue muy mala, teníamos varios casos de Covid, y estábamos al principio de la crisis. Yo pensé que era cansancio, porque no había dormido nada en 24 horas, pero me hice la prueba y di positivo. Tuve un dolor muscular terrorífico, aunque no me subió mucho la fiebre. Experimenté sensación de falta de aire y sobre todo, estuve afectada la primera semana, no podía moverme de la cama», detalla.
No tuvo que ingresar en el hospital, pero, en casa, la cabeza le daba vueltas pensando en las secuelas que podría dejarle el virus, que aún era desconocido. A su familia tardó en comunicárselo, para no preocuparles, y cuando se lo dijo, «tenían más miedo que yo». Su pareja también dio positivo, «así que pudimos hacer el aislamiento juntos». Lo que más deseaba era «volver al trabajo» y ponerse manos a la obra para conseguir que otros contagiados como ella se recuperaran pronto.
El «viacrucis» de Luis González, no fue tan sencillo, «estuve muy fastidiado», reconoce. A la neumonía se le juntó la anemia y le ingresaron rápidamente. «Me miré los tobillos y estaban hinchádisimos, eran como el muslo. Me empecé a preocupar. En el hospital había muchísima gente, había gritos, arcadas, ruidos estertores, era horrible. Sinceramente en aquel momento no me resultaba extraño que yo fuera un muerto más», asevera este jubilado de 68 años. Pero la medicación le devolvió al a vida «y ahora estoy perfecto», afirma ilusionado. «Ha sido una experiencia dura, pero asumible, imagino que hay gente que lo ha pasado peor que yo. Al final estuve 12 días ingresado yme tuvieron que hacer una transfusión, incluso», puntualiza.
Como cantante de lírica, confiesa que ya ha estado haciendo ejercicios de respiración para probar «si todo está en orden», y parece que sí. «Mis pulmones están recuperados totalmente y estoy feliz de poder decir que este virus no me ha despellejado, hay que ser fuerte y no venirse abajo», dice.
Una actitud que también mantiene Manuel Clemente, que, afortunadamente no tuvo que ser ingresado y pasó la enfermedad en casa. A sus 62 años, este técnico en sistemas de seguridad, aconsejado por el centro de salud, se aisló en casa con paracetamol y una alta dosis de paciencia. «Estuve jodido, con mucho dolor de cabeza, tos, fiebre. No podía ni moverme, como si me hubieran pegado una paliza», reconoce. Ahora hace balance y se siente uno de los contagiados «afortunados», porque el virus no fuera a más en su organismo. Como Franklin Acosta, que también pudo vencer al «corona» en su domicilio, con paracetamol y reposo. «Tuve miedo porque, obviamente, no sabía a lo que me estaba enfrentando, por tanta ambigüedad en la información sobre este virus, pero también porque mi madre vive conmigo, y que por su edad, me preocupaba que fuese contagiada», reconoce.
Él se aferró a su fe para superar los peores momentos, «me refugié en Dios y en la Virgen, ya que soy muy católico», matiza. Y, aunque la recuperación es lenta, «y hace, que uno se desespere un poco, quiero decir a todos los que están ahora pasándolo mal, que se aferren a la vida 100%, es lo primordial. Que por muy mal que podamos sentirnos, no decaigan, que no se den por vencido, todo lo contrario, hay que llenarse de ánimo a diario y decir: “yo lo voy a supera y seguiré adelante”». Y es que la mente juega también un papel muy importante en toda recuperación, si no, que se lo pregunten a Martha Catalina.
Esta cocinera de 39 años estuvo un mes ingresada y dos semanas sedada en el 12 de Octubre. «En casa me ahogaba, tenía fiebre y un dolor inmenso en el cuerpo, así que le dije a mi madre: ‘‘Vamos al hospital porque esto no es normal’’», relata. A la progenitora también la ingresaron porque comenzaba con los mismos síntomas, eso sí, no llegó a estar tan grave. Ahora, Martha ya está en casa «más tranquila y animada» aunque con una larga recuperación por delante. «Continúo aislada, pese a haber dado negativo en la única PCR, es lo que me han dicho los médicos que debo hacer», afirma, al tiempo que añade que, por suerte, sus dos hijas y su hermana, con las que también vive, no se han contagiado.
Tras las dos semanas intubada, «lo primero que pensé al despertar fue en mi madre y mis hijas, y, por supuesto, muy agradecida a Dios y al equipo médico por estar siempre ahí. La paciencia y el afecto ha sido primordial. Ellos siempre me hablaban y me daban fuerza», rememora.
Todavía se siente frágil, tiene mareos y algún que otro dolor de cabeza, «pero nunca tuve miedo ni perdí la esperanza de recuperarme», eso sí, los doctores le dijeron a posteriori que, al principio, su cuerpo «no reaccionaba» y que incluso había pocas posibilidades de que volviera a ser la misma. «Pero aquí estoy, me encomendé a Dios, hablaba con él y le decía que todavía no me llevara, que tenía que cuidar de mis hijas, así que cuando me desperté y los médicos veían cómo me recuperaba, no se lo podían creer», recuerda. Para Martha, esto supone un bache en su vida, un «pequeño trauma, porque te deja muy tocados los sentimientos».
Una conmoción similar a la que vivió Ángel Pastor, que trabaja como gobernante en el Hospital de Fuenlabrada. Dice que cuando ingresó en urgencias no sabía «ni cómo saldría ni cuándo, era angustioso». A sus 44 años describe su padecimiento como un dolor muy raro en los riñones, fiebre de 40 grados, fatiga y el corazón muy acelerado. Fue su mujer, Nuria, quien le llevó al hospital. «Tenía principio de neumonía, es una enfermedad que avanza muy rápido, así que me pusieron el tratamiento y me enviaron en casa. Al salir, los sanitarios me dijeron: ‘‘Eres el único de los que ha venido que le hemos dado permiso para recuperarse en casa’’», relata.
Una vez que la medicación empezó a hacer efecto, sus ganas estaban ya puestas en la vuelta al trabajo: «Sentía impotencia de no poder estar en el hospital con todo lo que había que hacer, así que a los seis días de dar negativo, me incorporé». Eso sí, toda su familia también se contagio, su mujer y sus cuatro hijas, pero con la suerte de que todas experimentaron síntomas muy leves. Su recomendación para los que todavía siguen ingresados: « Estar muy vigilante de nuestro cuerpo, porque pillar la neumonía a tiempo es fundamental y, por supuesto, confiar en nuestra Sanidad, cuyos profesionales se están dejando el alma por salvarnos».
«No era consciente»
Un agradecimiento que ratifica Juan Bermúdez. A él le trataron en el Hospital Universitario Rey Juan Carlos de Móstoles. «Me confirmaron que padecía una neumonía bilateral aguda. Los síntomas desde el principio fueron fiebre constante, tos seca y mucho cansancio. En todo momento me he sentido muy bien atendido por todos los trabajadores del hospital, por su entrega y empeño por ayudar a todos los pacientes», dice. Para este directivo de telecomunicaciones lo peor quizá ha sido todo lo que aún se le pasa por la cabeza en estos momentos. «La incertidumbre de verme totalmente sorprendido por un cansancio y un agotamiento total. Después, la dudas de si la recuperación sería al 100%, de si podrían quedarme secuelas, etc. Temí por mi vida, los primeros días me encontraba tan mal que no era consciente de mi situación. Cuando comencé a mejorar, me fui dando cuenta de la situación tan crítica para mi salud por la que estaba atravesando».
Rafael Aranda, guardia civil de 68 años, también tuvo que permanecer unos días ingresado, en su caso, en el Hospital Universitario Infanta Elena de Valdemoro. «Estaba muy cansado, tenía vómitos, fiebre, había perdido el paladar, me dolía el pecho y respiraba mal, pero el buen hacer de los médicos me sacó adelante. Eso sí, tanto tiempo solo da para pensar en muchas cosas, sobre todo en mi esposa, a quien dejé reponiéndose en casa solita, ya que ella también ha tenido el dichoso virus, pero más suave».
Con mejor pronóstico superó Pablo Demelo, de 35 años, el coronavirus. Este médico internista del Gregorio Marañón cayó enfermo a mediados de marzo. Pasó la enfermedad en casa. «La verdad es que pese a que no tuve graves manifestaciones, este virus te deja el cuerpo destrozado», reconoce. A pesar de su formación, y de ser una persona apasionada de la investigación, reconoce que los «médicos no somos inmunes ni al miedo ni a la enfermedad». Es más, en muchos casos, todos sus conocimientos sobre la materia pueden ser contraproducentes «ya que sabes qué consecuencias puede tener cada enfermedad. Así que, claro, estás asustado en cierto modo», reflexiona.
Una preocupación que también angustiaba a Elena, de 53 años, quien confiesa que estaba «fatal anímicamente, sentía un dolor muy fuerte en las articulaciones». Ella también lo superó en casa y le han hecho seguimiento desde el centro de salud. Esta semana le dijeron que ya estaba «limpia». «El aislamiento fue duro, intentaba no deprimirme, pero lo cierto es que cuando supe que los sanitarios me tenían controlada, me quedé más tranquila pese al malestar», confiesa. El mensaje que lanza a los que aún luchan por su vida resume a la perfección la lección aprendida por estos «supervivientes»: «Estáis en buenas manos, no tengáis miedo porque éste nos hace débiles. Pronto volveremos todos a la calle y retomaremos la felicidad». Amén.
✕
Accede a tu cuenta para comentar