Elecciones País Vasco
El PSE-EE sufre el estigma del socio menor
A la sombra del lendakari. Los socialistas apenas rentabilizan el altavoz del poder, pero serán decisivos para la formación de Gobierno: reniegan del tripartito de izquierdas con Bildu y reeditarán la coalición
El PSE-EE/PSOE certificó en 2016 el peor resultado de su historia. Nueve escaños que supusieron la ruptura de su suelo histórico y que a duras penas lograron revertir ayer. Entonces, la debacle se contextualizó por un Gobierno adverso en La Moncloa –al frente del Ejecutivo estaba Mariano Rajoy–, una profunda crisis en el seno del propio partido con la pugna abierta entre Pedro Sánchez y Susana Díaz, así como la irrupción con fuerza de una nueva formación política por la izquierda, Unidas Podemos, que dio la puntilla a los socialistas. Ahora, con prácticamente el mismo resultado, este diagnóstico no es válido. Sánchez es el presidente del Gobierno y mantiene un férreo control del PSOE, convertido en un remanso de paz, y los morados han quedado arrasados por el paso del tiempo sin que los socialistas, que resisten, sean capaces de rentabilizar este hundimiento, captando a sus votantes.
Entonces como ahora la política nacional tiene un impacto innegable que no permite a los socialistas remontar en la deriva que transitan desde que en 2009 alcanzaron su mejor resultado, con 25 escaños. Patxi López se convirtió en el primer lendakari no nacionalista, gracias al apoyo del PP, para acabar con la etapa Ibarretxe y alineado con José Luis Rodríguez Zapatero en La Moncloa. Esta vez, el PSE-PSOE también concurría a los comicios desde el altavoz que proporciona el poder, pero ha sufrido el estigma que persigue a todo socio menor, que adolece de falta de reconocimiento por parte del electorado. Entonces como ahora, un mal resultado para los socialistas les permitirá volver a sentarse en el Gobierno.
El PSE-PSOE concurría a estos comicios con un doble objetivo, rentabilizar su entrada en el Gobierno hace cuatro años y materializar los buenos pronósticos que les auguraban las encuestas. No ha conseguido ninguno de los dos. Los socialistas acusan la maldición del socio menor y apenas obtienen reconocimiento de la gestión del Gabinete. La alargada sombra del lendakari Iñigo Urkullu capitaliza la imagen del Ejecutivo vasco y no deja espacio para nadie más. No obstante, la ampliación en tres escaños de la coalición supone un aprobado a la gestión que se ha hecho de estos cuatro años, pero especialmente de la crisis del coronavirus. El PNV se convirtió en uno de los apoyos seguros de Sánchez para sacar adelante las prórrogas del estado de alarma, al tiempo que negociaba más autogobierno –como la gestión del Ingreso Mínimo Vital– o la recuperación de algunas de las competencias que –consideraban– recentralizadas por Moncloa.
Dique de contención
Los socialistas aspiran a mantenerse en el País Vasco como el dique de contención contra un eventual contagio del soberanismo catalán. Lo harán frenando las ansias dormidas del PNV y negándose a aceptar la mano tendida de EH Bildu. No en vano, se presentan como la opción «certera» que garantiza un gobierno vasco «alejado de sectarismos y de amagos de consulta». «Un gobierno en el que esté el PSE no va a plantear, ni siquiera de forma disimulada ni a plazos, ningún proyecto de ruptura con España», sostiene Idoia Mendia con insistencia.
La candidata del PSE-EE/PSOE tendrá en su mano quien gobierna el País Vasco los próximos cuatro años y la decisión parece clara. Pese a que la suma de izquierdas entre EH Bildu, socialistas y morados alcanzaría los 38 diputados en los que está ubicada la mayoría absoluta, Mendia ha renegado de esta opción con insistencia durante la campaña. Ha sostenido que no puede compartir Gobierno con aquellos partidos que no condenan la violencia o negando cualquier expectativa de liderar un Ejecutivo con los votos de los abertzales. En esta línea, los socialistas sostienen que serán el contrapeso para que el PNV no haga políticas solo para nacionalistas, reivindicando a su partido como una garantía para atraer, además, a Urkullu hacia una política más progresista para abordar la reconstrucción económica y social que se debe acometer en la región después del impacto del coronavirus y tras los últimos rebrotes.
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