Partido Popular

El PP rompe con Rajoy: “Nada se hacía sin él”

El partido corta todos los lazos con el antecesor de Pablo Casado y reniega incluso de la sede de Génova porque suena a corrupción

Espionajes, traiciones, juego sucio. La dirección del PP refugia el discurso oficial ante el resurgir de los peores fantasmas del pasado con el «caso Kitchen» en la realidad de que son un nuevo equipo que no tuvo nada que ver con esa corrupción que «quemó» las siglas del partido y que les hizo perder millones de votos. También apuntan oficialmente contra la Fiscalía liderada por la ex ministra Dolores Delgado, igual que en otros tiempos el equipo de Mariano Rajoy buscó consuelo en atacar a los jueces con aquello de que había una «causa general» contra el partido que, en aquel momento, gobernaba España.

Pero las revelaciones de la «Operación Kitchen» han reabierto el debate sobre el alcance de la «herencia maldita» que dejó Mariano Rajoy y sobre lo que se esconde verdaderamente detrás de la figura del ex presidente. Fuentes de la cúpula popular apuntan que Rajoy «tiene que estar muy preocupado» porque se encuentra en «una posición muy comprometida» en «un asunto muy turbio». «Estamos hablando de la presunta utilización del aparato del Estado para obstruir a la Justicia y en beneficio propio». En el partido señalan que el origen del problema nace del «nerviosismo» del entonces presidente por controlar «los mensajes que se había intercambiado con Bárcenas». Tanto en la estructura actual de la dirección del partido como quienes entonces colaboraban estrechamente en el Gobierno de Mariano Rajoy sostienen que «no se hacía nada que no tuviera el visto bueno de Rajoy», aunque las órdenes las ejecutaran otros, y «menos un tema tan delicado como éste». «Las decisiones no se tomaban ni siquiera en el Ministerio del Interior, se tomaban en el Palacio de la Moncloa. Otra cosa es lo que se pueda probar penalmente». Así habla un ex ministro, que conoció de primera mano cómo funcionaba el Gabinete de Rajoy y la «cocina» de La Moncloa.

De hecho, en el anterior equipo de Gobierno de Rajoy apuntan que el presidente hablaba personalmente con el ex secretario de Estado de Interior Francisco Martínez. Y advierten del error del «mal trato» que Rajoy y «los que llegaron luego» dieron a una pieza clave en este «turbio asunto». «Es un hombre joven, con tres hijos, al que no se le ha dado ni siquiera la oportunidad de tener un amparo, un aforamiento, en la Asamblea de Madrid, nada. Puede verse inhabilitado de por vida. Trabaja en un despacho, y ahí también tiene el riesgo de que el descrédito le haga perder su puesto. La orden viene de arriba, lo que supuestamente hizo mal, lo hizo para proteger y tapar a otros, y ahí es donde está el problema», señala otro ex alto cargo del Gobierno de Rajoy.

Mientras, el partido ha borrado al «marianismo» de su agenda, por completo. La única excepción es el «barón» gallego, Alberto Núñez Feijóo, recientemente vencedor en unas elecciones autonómicas en las que incluso aumentó su mayoría absoluta. Pero si tanteas hoy las estructuras territoriales, no hay sede autonómica o provincial que considere que el «marianismo» es una herencia a reivindicar. Al contrario, reniegan de ella, aunque no se atrevan en público a abjurar de su figura, como tampoco de la de José María Aznar. El PP es hoy un partido que sigue lamiéndose las heridas que les han dejado los casos de corrupción en Valencia, Madrid y en Génova, la sede nacional del partido. Y que sigue temiendo que esta herencia del pasado pueda todavía penalizarles electoralmente, o al menos, si no castigarles más, no ayudarles a recuperar voto de centro que necesitan para conseguir una mayoría de gobierno.

En su argumentario el PP ha construido un mensaje político de condena y victimismo ante la moción de censura, pero, sin embargo, el partido ha sido el primero que ha enterrado a los protagonistas de las supuestas víctimas políticas de la «puñalada» de la izquierda. Todos aquellos nombres que estaban en primera línea, con Mariano Rajoy a la cabeza, se ven dentro del partido como un lastre, como una carga que no quieren tener cerca ni en actos ni en mítines ni en nada.

Pablo Casado jubiló a toda la generación anterior en el plano orgánico, pero esto no quita para que el partido pudiese haber seguido tirando de ella desde el punto de vista político en coherencia con el discurso que hacen contra la moción de censura que les tumbó. Preguntes en gobiernos autonómicos, en alcaldías, en direcciones regionales del PP, de un perfil o de otro, y todos concluyen que no quieren saber nada de Rajoy ni de los ex ministros del Gobierno de Rajoy. Salvo excepciones puntuales como puede ser Ana Pastor, que sigue en primera línea política con el equipo de Casado.

Hasta tal punto reniegan de La Moncloa de Rajoy, y de ese pasado que vuelve a primera línea al estrecharse el cerco por la investigación sobre el espionaje al ex tesorero del PP Luis Bárcenas, que en el PP hay un debate soterrado, recurrente, sobre hasta dónde debe llegar la refundación del centro-derecha para ser exitosa, y si debe incluir el precio de renunciar a la sede de Génova porque, inevitablemente, está asociada a las fechorías que llevaron al PP a perder la bandera de la regeneración. Son voces con cargos de primer nivel las que te comentan que el PP necesita dejar de estar asociado «al nombre de Génova porque para la opinión pública está ligado a corrupción». El cambio de sede nacional son palabras mayores, que tienen una repercusión política y también exigen un análisis del presupuesto, pero esta reflexión interna confirma hasta qué punto el PP considera como «tierra quemada» toda la herencia que dejó el «marianismo». De hecho, hasta en esas voces con cargo, no se trata de comentarios de bases, hay quienes defienden que en la necesaria fusión con Ciudadanos no tiene ni siquiera que ser una línea roja introducir matices en las siglas del partido. Mejor esta salida que la fórmula de la coalición que Génova intentó en el País Vasco con tan malos resultados.