La Covid en el Peñón
Así se vive sin mascarilla en Gibraltar
Con un 90% de su población vacunada, la colonia militar británica empiezan a relajar las medidas contra el virus. Mientras, en el resto de Cádiz, solo un 5% se ha vacunado
Los idiomas se mezclan en el graderío del Victoria Stadium, donde seiscientos espectadores –previa realización de un test de antígenos– arengan a su equipo a cara descubierta: «Come on boys. ¡Vamos, coño, vamos!», he aquí una hinchada bilingüe. La selección gibraltareña de fútbol, una animosa muchachada amateur cuya estrella, Liam Walker, apenas despuntó en la Balompédica Linense o en la segunda división inglesa con el Notts County, no podrá impedir que los Países Bajos la goleen (0-7) en la fase previa del Mundial de Qatar. Pero el partido del martes supuso algo mucho más importante en el Peñón: fue el día en el que los llanitos pudieron asistir a un espectáculo libres de la degradante mordaza.
El sábado anterior, por ser rigurosos, ya se organizó un combate de boxeo en las mismas condiciones. Los asistentes a ambos eventos han sido invitados por el responsable gibraltareño de Salud Pública, Sohail Bhatti, «a someterse voluntariamente diez días después a una prueba de detección de covid-19 que proporcionará la información necesaria para planificar los siguientes pasos orientados a regresar a la normalidad». Entre los espectadores que colaboren con la Autoridad Sanitaria de Gibraltar, se sortearán dos pares de guantes pertenecientes a los púgiles que pelearon en la velada, el campeón olímpico ruso Alexander Povetkin y el jamaicano Dillian Whyte, y una camiseta de los Países Bajos firmada por los internacionales neerlandeses.
El Jueves Santo, como cada día, InfoGibraltar –el eficiente servicio de prensa la colonia– actualiza los datos de vacunación, que suponen a la vez un soplo de esperanza por lo que está por venir y la desazón por comprobar cuán distintas son las cosas a uno y otro lado de la Verja. Anteayer, 28.526 personas habían recibido la segunda dosis y tres mil esperan inyectársela en las próximas semanas. Según el último censo, la población gibraltareña asciende a 34.003 habitantes, por lo que la cuenta es sencilla: más del 90% son ya inmunes. En la limítrofe provincia de Cádiz, con 68.288 vacunados sobre 1.244.049 habitantes, este porcentaje desciende al 5,5%. Es evidente que las comparaciones son odiosas.
Las cifras relativas a los llamados trabajadores transfronterizos –residentes en España que ingresan diariamente en la Roca por motivos laborales– también mueven al optimismo. De las casi quince mil personas registradas el pasado mes de febrero, más de dos mil se encontraban inmunizadas el Viernes de Dolores (estos datos se actualizan con menos agilidad) y a otros cuatro millares les ha sido ya administrada la primera dosis, es decir, en torno a la mitad esperan aún su turno. Alrededor de dos tercios de estos ciudadanos, unos 9.500, son de nacionalidad española, de modo que toda la comarca del Campo de Gibraltar se está beneficiando del eficaz proceso de vacunación puesto en marcha por las autoridades sanitarias gibraltareñas.
Así, la situación estaba madura en vísperas de Semana Santa para que comenzaran a relajarse las medidas de contención del virus más draconianas. En vísperas del Domingo de Ramos, el gabinete Picardo derogó la norma que obligaba a portar mascarilla incluso por la calle, un exceso que incluso los «covidianos» más rigoristas dudaban que sirviese para algo. No importa. Enseguida, por Casemates Square y Main Street comenzaron a florecer sonrisas libres de tapabocas, rostros completos anhelantes de normalidad (la de verdad, la de toda la vida) y que animaban a su gobierno a continuar con la desescalada. «Ojalá amplíen pronto el número de participantes en una reunión, que ahora está limitado a dieciséis», suspiraba la dependienta de una tienda durante su pausa para el cigarrillo.
Los llanitos, prudentes, se dividen por ahora casi al cincuenta por ciento entre los que pasean a rostro descubierto y quienes continúan guardando para sí sus aerosoles. «Pero una cosa es que alguien, o muchos, se ponga la mascarilla porque le da la gana y otra muy distinta es que te obliguen a llevarla bajo amenaza de multa», puntualiza el taxista Jack, que no tiene elección porque en su puesto de trabajo, igual que en todos los espacios cubiertos, sigue siendo obligatoria la protección, como se encarga de recordar un letrero en la puerta de cada uno de los comercios del Peñón. Al fin y al cabo, en Gibraltar es numerosa la población flotante, aunque ahora no hay turistas propiamente dichos.
Porque, a efectos de movilidad, Gibraltar pertenece a la provincia de Cádiz y no es posible, por tanto, que los turistas que esta primavera aterricen en el aeropuerto de Málaga visiten la Roca. Además, sólo dos compañías siguen operando vuelos entre Londres y el aeródromo gibraltareño, pero tampoco los británicos pueden venir libremente: necesitan acreditar una causa justificada –laboral, médica o familiar– y exhibir una PCR negativa. Tampoco se han restablecido los servicios de helicóptero de pasajeros desde Málaga y Marruecos.
La frontera terrestre sí es más permeable, aunque sólo los residentes gaditanos pueden entrar como visitantes y ése es el motivo por el que la escasa planta hotelera de la colonia ofrece habitaciones a precio bastante asequible, a la mitad de lo que solían cobrar en esta época del año. La hostelería gibraltareña, en cualquier caso, no ha notado aún el incremento de visitantes españoles o, al menos, no desde la derogación de la norma de llevar protección facial en la vía pública. «Es curioso que justo en la semana en la que España endurece la normativa de la mascarilla en la calle, Gibraltar la abandona. Ya tengo un motivo más para ir a echar el día allí», lamenta Jesús, residente en Puerto Real.
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