Inmigración

La historia del niño Jaouad llegó a Europa

Pasó 24 horas en Ceuta con su hermano y luego fue expulsado a Marruecos. Ahora sueña con volver mientras la UE se ahoga en la burocracia

Jaouad Belarbi y su hermano mayor, Soulaiman, volverían a saltar la valla
Jaouad Belarbi y su hermano mayor, Soulaiman, volverían a saltar la vallaLa Razón La Razón

A sus 13 años, Jaouad Belarbi trabaja como ayudante en una peluquería en el barrio tetuaní de Semsa. Como su hermano Soulaiman, estudiante de letras de 19 años en la Universidad Abdelmalek Essaadi, y al igual que varios miles de personas más –marroquíes y subsaharianos, jóvenes pero también familias enteras–, accedió a territorio de Ceuta en la madrugada del 18 de mayo.

Jaouad, al igual que todos ellos, sueña con un futuro mejor en España o en algún otro lugar de Europa. En su entorno, el norte de Marruecos más próximo a la ciudad autónoma española, especialmente golpeada su economía en los últimos meses –Rabat acabó con la aduana en octubre de 2019 y la pandemia obligó a cerrar a los dos países la frontera en marzo de 2020–, no ven en el horizonte oportunidades como para desear quedarse.

«Ahora estamos tranquilos y tenemos la esperanza de volver a intentarlo», explica el muchacho a LA RAZÓN, algo más de dos semanas después de abandonar suelo ceutí. Jaouad admite que se conformaría con «cualquier empleo en España», aunque su sueño es ser un rapero y escribir y –sobre todo– cantar letras de protesta. Es Marruecos, y el norte en particular, tierra de raperos, un florecimiento que –como tantas otras realidades sociales y culturales del país vecino– completamente ignorado al otro lado del Estrecho.

No hay dudas de que su familia –son siete hermanos, cuatro hombres y tres féminas, el más pequeño apenas un bebé de 16 meses– conocía lo que Jaouad y su hermano se disponían a hacer, pues fue su progenitor el que les acercó en su taxi desde Tetuán –402.000 habitantes– hasta la frontera. «Mi padre quiere un futuro mejor para nosotros, por eso nos trajo», relatan. Los dos hermanos entraron a Ceuta por la frontera de Benzú, al noroeste del territorio español, una de las dos vías de acceso –la principal en las jornadas del 17 y del 18 de mayo fue, no obstante, la del paso desde la ciudad marroquí de Castillejos con la playa del Tarajal– a la ciudad autónoma.

Los jóvenes la cruzaron a pie frontera en la madrugada del martes 18 de mayo tras haber pasado varias horas escondidos en un bosque cercano burlando a las fuerzas de seguridad españolas. Jaouad, que dejó de estudiar a los 11 años, explica que fueron «lives en Facebook» y en otras redes sociales el medio de transmisión del mensaje de que las fronteras estaban abiertas. «¿Miedo? Bueno, sí, por la preocupación de nuestra familia. Pero allí en la frontera nos encontramos con cinco conocidos de la ciudad con los que entramos a la vez y se te pasa el miedo por completo en ese momento», admite a este periódico el joven tetuaní.

La familia de Jaouad y Soulaiman no pasa apuros económicos y está lejos del retrato de la desesperación con el que se asocia el drama migratorio. Muchos jóvenes de clases medias de los municipios de la zona –Tánger, Rincón, Martil, Beliones o Castillejos– se lanzaron a probar suerte, y muchos dejaron ese día de acudir a la escuela. Aunque la lengua española está aún muy presente no sólo en el nomenclátor, sino entre muchos de los habitantes de los municipios de la extensa y populosa región de Tánger-Tetuán-Alhucemas –sobre todo quienes se dedican al comercio y al turismo o tienen mayor edad– y no es el caso de las nuevas generaciones como los hermanos Belarbi, que apenas conocen expresiones básicas en castellano.

Un plan truncado

Su plan una vez en suelo ceutí, como el de otros muchachos que les acompañaban, era descender a la ciudad por comida y regresar al bosque para dormir. Pero fueron descubiertos por la Guardia Civil, que los trasladó desde allí hasta las naves instaladas en El Tarajal. Su expulsión se produjo en la madrugada del miércoles 19, a las 24 horas de su entrada.

Con todo, no tienen los hermanos Belarbi queja del trato recibido por la Policía Nacional y la Guardia Civil en aquellas horas. «Fueron excelentes con nosotros, nos dieron lo que necesitábamos», aseguran. Su padre, al volante del taxi con el que saca adelante a su extensa prole, los recogió tras su corta y frustrada aventura ceutí en la misma frontera de Castillejos para poner rumbo de nuevo a Tetuán, la apodada como «blanca paloma» a los pies del Rif (y a 36,9 kilómetros de la raya de Castillejos).

La frustración de Jaouad es la de no haber podido permanecer en la ciudad autónoma como sí fue el caso de cerca de un millar de menores que hoy aguarda su destino en territorio español. «No esperábamos que nos echaran, queríamos habernos quedado en el centro de menores», lamenta el adolescente.

De hecho, a pesar de que Jaouad tiene 13 años y de que su hermano mayor mintió con su edad a la Guardia Civil –aseguró tener 17 años–, ambos fueron expulsados de territorio español, lo que evidencia las dudas sobre los procedimientos seguidos por las autoridades españolas aquellas jornadas. Precisamente el pasado miércoles, tras dos duros comunicados dirigidos por su diplomacia a las autoridades españolas, Marruecos anunció su deseo de repatriar a los menores no acompañados que se encuentran a día de hoy en países europeos, la mayoría de ellos se encuentran en España. Lo cierto es que, en plena crisis entre Madrid y Rabat, no hay nada concreto sobre cuándo y cómo se iniciará el proceso de regreso de los niños marroquíes.

La del 18 de mayo fue la primera tentativa de entrada en Ceuta del adolescente tetuaní. ¿Lo volverían a hacer? «Sí, sin duda», responden al alimón a este periódico Jaouad y Soulaiman desde la tranquilidad del salón de su casa tetuaní, víctimas de la falta de oportunidades, la crisis agravada por la pandemia y las decisiones de la alta y lejana política.