Imparable
Nadia Calviño: Un ascenso con mensaje a la UE y a Podemos
Reforzada en los cambios, a partir de ahora contará con un control absoluto sobre todos los asuntos económicos
Seis de noviembre de 2019. Cuatro días antes de las elecciones generales de la actual decimocuarta legislatura. Pablo Iglesias, entonces secretario general de Podemos y candidato a la presidencia del Gobierno, comparecía en rueda de prensa para descartar que Calviño fuera a ser vicepresidenta de un Ejecutivo de coalición entre PSOE y Unidas Podemos: «El modelo de Calviño como vicepresidenta sólo es viable con una coalición blanda con el Partido Popular. En un acuerdo con nosotros creo que tendría protagonismo otra gente que se sitúa más a la izquierda». Si bien Pablo Iglesias no llegó a plantear un veto como tal, sí echó un jarro de agua fría a las expectativas de una entente entre ambas formaciones de izquierdas con Calviño al frente de una vicepresidencia. Poco más de año y medio después, la descartada ha sido nombrada vicepresidenta primera del Gobierno y el descartador se halla fuera del Ejecutivo de coalición.
La anécdota sirve para ilustrar perfectamente cuánto ha cambiado el panorama político en menos de 20 meses. Del primer Gobierno «socialcomunista» desde la II República –con todo lo que ello parecía que significaba– hemos pasado a un Gobierno sometido a la tutela de Bruselas. Porque eso es lo que simboliza, o lo que debería simbolizar, Nadia Calviño. La que fuera directora general de Presupuesto de la Comisión Europea (DG BUDG) es la quinta columna de la otrora Troika dentro del Gobierno de España, de modo que su ascenso a la vicepresidencia primera merece dos lecturas.
Por un lado, que la dirección hacia la que pretende orientar Sánchez lo que resta de legislatura: la recuperación económica y la gestión de los fondos europeos. Para lograrlo, necesita colocar las riendas del Ejecutivo en manos de alguien que mantenga una relación fluida con Bruselas y que, por consiguiente, puede desactivar cualquier conato de fricción en la transferencia de los fondos. No se trata, pues, de señalizar únicamente que el foco de la legislatura ha cambiado (de luchar contra la crisis sanitaria a luchar contra la crisis económica) sino también de mantener una interlocución fluida con la Comisión Europea (la institución que tiene que autorizar los desembolsos de los fondos y supervisar el grado de cumplimiento de las reformas).
Por otro, que las relaciones con la facción de Podemos dentro del Gobierno van a agriarse. Como hemos visto, Nadia Calviño constituye la figura política más opuesta a los morados dentro del Ejecutivo: no en vano, Calviño es la Troika y Podemos nació contra la Troika. Por ello, el sentido común parecería indicar que el ascenso de Calviño constituye un cortafuegos para el populismo económico de Podemos: ni contrarreforma laboral ni control del precio de los alquileres. A partir de ahora, la vicepresidenta poseerá un control absoluto sobre los asuntos económicos frente a las invectivas de la extrema izquierda. Y recordemos, en este sentido, que a Calviño se le atribuye aquella famosa frase/amenaza interna de que «el gobierno que derogue la reforma laboral será uno en el que yo no estaré». No es casualidad, pues la reforma laboral, aun cuando fuera aprobada por el PP de Rajoy, fue realmente redactada desde los despachos de Bruselas: despachos que en aquel entonces ocupaba la propia Nadia Calviño. ¿Aceptará la nueva vicepresidenta que su gobierno mate a uno de sus ahijados normativos que tan crucial ha sido para la recuperación económica de España y que en buena lógica debería seguir siéndolo durante el venidero bienio?
Pero con Pedro Sánchez nunca se sabe: del mismo modo que no ha dudado en echar a Iván Redondo barranco abajo después de que éste mostrara su predisposición a hacerlo o del mismo modo que Carmen Calvo perdió su batalla contra la ministra de Igualdad, la lógica de la jerarquía gubernamental no tiene por qué terminar implicando nada. Sin ir más lejos, Raquel Sánchez, la nueva ministra de Fomento –encargada de promover la normativa sobre el mercado del alquiler–, se manifestó en diversas ocasiones, como alcaldesa de Gavà, a favor del control del precio de los alquileres: esto es, su misma elección como ministra de Fomento ya supone una desautorización de algunas de las tesis de Calviño.
En definitiva, ojalá el ascenso de Nadia Calviño a vicepresidenta primera del Gobierno la convierta en una camisa de fuerza frente a los alocados planteamientos antieconómicos de Podemos y no en un mero reclamo propagandístico frente a la Comisión Europea. Pero con Pedro Sánchez puede ser demasiado suponer.
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