Defensa
Afganistán: «Los intérpretes han salvado vidas con su trabajo»
Militares destinados en Afganistán reconocen que «les debemos mucho a los traductores afganos. No debemos dejar a ninguno atrás»
La historia se repite. Siempre que España deja una «zona de operaciones», inevitablemente comienzan los daños colaterales. Nada que no les ocurra a americanos, ingleses, alemanes, australianos… Todos los países que intervienen usan la mano de obra local para poder entenderse y negociar con las diferentes facciones armadas y con los gobiernos en el poder, pero no siempre acaba la misión y se vuelve a casa con el problema resuelto. La historia nos enseña que normalmente, con los años, se vuelve a un Estado fallido y las milicias insurgentes vuelven a ocupar el espacio físico, social y político cedido ante las grandes coaliciones internacionales, incluidas las propias Naciones Unidas.
El caso de Afganistán es muy diferente al de los Balcanes y Kosovo. Los hombres y mujeres afganos no han acabado emparentando con los soldados españoles, por lo que el vínculo familiar y los lazos de sangre han sido prácticamente inexistentes. Ese mestizaje no ha existido entre afganos y españoles en los 19 años de misión con la OTAN, por lo que los colaboradores de los servicios diplomáticos, servicios de información, contratistas, unidades militares desplegadas de las Fuerzas Armadas, una vez cumplido su contrato vuelven a sus pueblos, ciudades y barrios sabiéndose que durante años han trabajado mano con mano con el Ejército invasor y sus tropas desplegadas y los servicios de información del otro mundo.
En muchos casos la labor del intérprete es un trabajo imparcial e independiente de para quien se trabaje, pero con el tiempo las partes se implican más allá de lo estrictamente oficial y la información fluye al igual que los regalos, los sueldos astronómicos o los favores, todos bienvenidos para la maltrecha economía local basada en la supervivencia. Es entonces cuando suelen aparecer algunos, más que merecidos, privilegios frente al resto de compatriotas.
Booján luchaba por sobrevivir
Este es el caso de Booján, que durante una de las rotaciones (ASPFOR XXX) trabajó codo con codo con la Legión. Corría entonces el año 2012 cuando el joven uzbeko, de piel clara y aspecto occidental, aprendió a chapurrear en español con el único objetivo de sobrevivir él y alejar de la miseria lo más posible a su extensa familia.
Inteligente y rápido, pronto se supo ganar la confianza del pelotón con el que fue empotrado. Entre su inglés, español, el pastún (lengua oficial de Afganistán), y otros dialectos con los que se manejaba consiguió trabajar en equipo con los legionarios hasta el punto de integrarse como uno más. Como recuerda un antiguo teniente coronel, hoy general: «Con la Legión Española o te acoplas o mejor abandonas».
Booján no solo no abandonó, sino que fue adiestrado en el funcionamiento del armamento individual, fusil y pistola HK, para poder apoyar a sus compañeros en caso de ser emboscados y tener bajas. Comentaba en Darrei-i-Bum un joven teniente del Tercio Don Juan de Austria que repetía en Afganistán que «Booján es uzbeco, noble y comprometido, amigo de sus amigos. Nos acompaña a muerte y ha conseguido meterse hasta la cocina en nuestra misión». Cuando un oficial de la Legión habla del traductor como si fuera un hermano o un compañero de armas es que algo está funcionando bien por ambas partes. De ahí que haya el interés que ha habido desde 2014 de no dejar a ninguno de estos hombres y sus familias en el camino.
Muchos han sido «repatriados» en estos años. Pero otros muchos han preferido quedarse trabajando para organismos internacionales y embajadas, la OTAN, colaborando con los servicios de inteligencia que les captaron o montando empresas para convertirse en «conseguidores», proveedores y contratistas de la coalición internacional que comandaba la ISAF, la Fuerza Internacional de Asistencia para Seguridad creada en 2001 por Naciones Unidas para luchar contra la Insurgencia de los talibanes.
Operaciones médicas
La entrega con la que Booján se implicaba en su trabajo llegó a ponerle solución a una enfermedad o problema que sufría en todo su cuerpo. Tras semanas de compartir el reducido espacio del vehículo blindado RG-31 durante interminables jornadas de 12, 24 o 48 horas, cama, ducha y rancho. El sargento «Grajo» y sus compañeros de pelotón se dieron cuenta de una serie de bultos de grasa que el joven traductor uzbeko tenía por todo su cuerpo bajo su fina y blanca piel.
Agradecidos por su trabajo y camaradería, entre todos los componentes del pelotón se las vieron y desearon para conseguir el tiempo y la intendencia para que un comandante médico de la Guardia Real, jefe del pequeño hospital de campaña instalado en el puesto avanzado «Hernán Cortés» que España había levantado en Darre-i-Bum, le operase en sucesivas y muy seguidas intervenciones extirpando todos y cada uno de los quistes sebáceos que tenía en su cuerpo.
Pero no todos los traductores tenían la misma procedencia y formación que el joven Booján. Un oficial jefe, curtido en misiones de paz y experto negociador sobre el terreno, explicaba en la base de Qala-i-naw cómo se entendían con los militares afganos, policías, los gobernadores, y sobre todo con los señores de la guerra a los que había que convencer de dejar el lado insurgente para pasar a apoyar a la coalición internacional en su lucha contra los talibanes.
Los primeros fueron reclutados en España por los servicios de inteligencia españoles, el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y el Centro de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (CIFAS).
La crisis económica de principios del siglo XXI posiblitó que profesionales, empresarios y trabajadores procedentes de varios países en los que se habla pastún, optasen por dar un giro a sus vidas y salvar el futuro de sus negocios y familias viajando a la zona de operaciones con los primeros contingentes desplegados en Kabul, capital del país.
Tenían la ventaja de hablar pastún y español, muy ricos en vocabulario, pero eran unos perfectos desconocedores del terreno al que se iban a enfrentar las Fuerzas Armanas españolas.
Acto seguido surgió la necesidad de encontrar traductores locales a pie de terreno, en plena zona de conflicto. Para ello, la embajada española, el agregado militar y el CNI recurrieron a las universidades de Kabul y de Herat, donde las tropas españolas estaban establecidas desde el principio de la participación de nuestro país en la coalición internacional.
Estos conocían mejor al pueblo y la idiosincrasia de la sociedad afgana. Pero al haber tres escenarios diferentes de actuación para España: Kabul (la capital), Herat (Base Aérea de ISAF) y Qala-i Naw (Base del Equipo de Reconstrucción Provincial español), fue necesario captar traductores en la provincia norteña de Badghís, donde las tropas españolas tenían que reconstruir la Ruta Litium, fundamental para el tráfico de mercancías y la economía afgana, al tiempo que dar seguridad y estabilidad a la zona.
Según fuentes del Ministerio de Defensa quedan 52 intérpretes afganos, de los cuales dos han preferido permanecer en su país. Los 50 restantes entran dentro del programa coordinado por el Mando de Operaciones (MOPS) del Ministerio, encargado de acogerlos dándoles asilo en España junto a sus familias. La ministra Margarita Robles es conocedora personalmente de cada caso y valora la aportación de los traductores a la seguridad de los militares españoles y al éxito de la misión, a pesar de las 102 bajas (dos intérpretes nacionalizados españoles) y 86 heridos (un intérprete).
“Han sufrido hostigamientos y combates”
Militares que se han desplegado dejan muy clara su opinión: «Los intérpretes han prestado un servicio brutal. Lo sabemos todos los que hemos saboreado el polvo de la Ruta Litium o el Paso de Sab-zak, y España les debe mucho. Han sufrido los hostigamientos y combates a nuestro lado. Han salvado vidas con su trabajo… Les debemos mucho. No debemos dejar a ninguno atrás». Así de contundente es un general español que se ha recorrido Afganistán desde Kabul hasta Qala-i-Naw con la inestimable ayuda de estos intérpretes.
Baashima fue rebautizado como «Risitas». Casado y padre de dos hijos, fue apodado como «el sonriente» y su cara y actitud siempre hacía honor a su nombre. Trabajaba desde hacía tiempo con los españoles en Qala-i-Naw. Sabía a la perfección las expresiones más vulgares que uno pueda imaginar e incluso chistes de leperos adaptados a los talibanes. Un portento que nunca se dejó fotografiar. Temía hasta tal punto por los suyos que estaba guardando dinero para que cuando todo acabase poder hacerse una operación facial de cirugía estética para poder sobrevivir. Baashima sabía que los talibanes tarde o temprano volverían. En cada pueblo, aldea o cruce de carreteras en el que descendía de su vehículo para acompañar al Capitán «Osito», –nunca aprendió a decir José, la «J» se le resistió o simplemente rebautizó a su jefe a su manera, decía: «Yo ‘Risitas’… tu ‘Osito’»–, se sabía observado.
En las reuniones con algunos jefes tribales, alcaldes y Policía afgana se sentía radiografiado. Temía los teléfonos móviles, las cámaras de fotos y sobre todo los vídeos. Sabía que una fotografía sería el principio del fin de los suyos. A él era muy difícil llegar pues siempre estaba rodeado de legionarios españoles, bravos y temidos guerreros, a los que los talibanes respetaban por sus gestas y su historia. Internet igual hace perder miedos como ganarse el respeto.
Un buen sueldo
Los primeros en dejar Afganistán fueron su mujer y sus hijos. Nunca dijo si con ayuda española o con su dinero ni a dónde, ya que ganaba más que un buen cirujano o un controlador aéreo. Después sus padres y alguno de sus hermanos, no todos… Baashima era culto e inteligente, tenía un buen inglés. Su valentía y carisma le hicieron adaptarse rápido a los soldados españoles. No los veía tan diferentes. «Algunos eran musulmanes como él y eso le ayudó mucho a abrirse y ganarse la confianza del mando» recuerda con nostalgia un oficial de la VIII Bandera Colón con el que el redactor de esta información tuvo la suerte de desplazarse de Qala-i-Naw a Darre-i Bum, Ludina y Moqur.
«Risitas» aconsejaba a los periodistas españoles: «Cuando pare el convoy mucho cuidado. Si pasa mucha hora… Cuando veas una moto viene. Tu ponte al otro lado de RG-31 cerca de rueda. A veces ‘Boom’. Moto bomba. Ellos saben que hay periodista en convoy y es buen objetivo y muy bueno para internet». Desde entonces este periodista dejó de hacer fotografías con el gran angular cuando pasaba una moto. Ya tenía suficientes y empezó a usar el 300 mm que separa bastante del peligro de un artefacto «y te ahorras pasar malos ratos». Ver como los talibanes toman las bases españolas de Qala-i-Naw y Herat duele a este redactor. Sobre todo por los que dejaron su «sangre, sudor y lágrimas», como rezaba «El cantar del Mío Cid», o las 100 vidas arrebatadas en suelo afgano cumpliendo con su deber. Pero también por todos aquellos que hicieron con su trabajo de intérpretes más segura la misión de España en Afganistán.
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