Jorge Vilches

Sánchez: nueva imagen o catástrofe

La pretensión es cambiar la sensación de que el Presidente vive al margen de las preocupaciones corrientes.

La tarea pendiente del Gobierno es aumentar la popularidad del Presidente. Un candidato antipático con el que nadie es capaz de empatizar no gana unas elecciones. La labor de Óscar López, el nuevo jefe de Gabinete, es mejorar la imagen de Sánchez. Para ello en este curso va a trabajar tres facetas: la calle, los lugares donde ha habido una catástrofe, y la escena internacional.

Lo primero, transitar la calle, se ha empezado con el viaje a una residencia de ancianos en Extremadura, en Navalmoral de la Mata. Todo estaba preparado para un baño de masas, aunque contó con lo que viene siendo habitual: los abucheos. El propósito es que Sánchez parezca preocupado por los más desfavorecidos de la sociedad, en este caso los mayores.

La pretensión es cambiar la sensación de que el Presidente vive al margen de las preocupaciones corrientes. La imagen norteamericana que imprimió Iván Redondo, con el Falcon y las gafas de sol, el chándal y el perrito, no funcionó. Mientras la gente sufría la pandemia, la crisis social y el desempleo, Sánchez aparecía de vacaciones, o rodeado de oropeles, o con ministros aplaudiendo. Esa distancia con la gente común le ha perjudicado mucho.

Otro elemento para la remontada es su presencia allí donde haya una desgracia. Eso ha pasado en el incendio en Ávila. Un presidente debe aparentar ser el cuidador máximo, siempre preocupado por el bienestar emocional y material de los ciudadanos. Sufrir con la gente y disfrutar con sus triunfos. Esta es la clave para generar identificación del votante con el candidato: ser uno más con un cargo de responsabilidad, interesado solo en el servicio público.

Esto se perdió en la etapa de Iván Redondo, más atento a los juegos de ajedrez con los nacionalistas para conservar la mayoría que al bienestar general de los españoles. Sánchez tuvo la imagen de ser una persona ambiciosa e irresponsable, capaz de cualquier cosa para permanecer en Moncloa, aunque fuera a costa del interés de la mayoría. Un candidato distante y egoísta no gana unas elecciones, máxime cuando el país lo está pasando mal.

La política exterior fue otro de los puntos débiles. A la invasión de Ceuta por parte de Marruecos como represalia por el acogimiento del líder del Frente Polisario, se unió la ridícula entrevista de 26 segundos con Biden a la carrera. Un Presidente ninguneado en el exterior no consigue el respeto de sus conciudadanos, que desconfían de él ahora más que nunca cuando nuestra economía depende de las buenas relaciones internacionales.

Esa remontada en la imagen exterior la está emprendiendo con Albares, el nuevo ministro que ha sustituido a Laya. No solo ha reconstruido las relaciones con Marruecos, sino que junto a Margarita Robles ha llevado a cabo una operación en Afganistán muy loable.

Sánchez necesita más presencia internacional. Por esto se ha programado una visita a Marruecos y se va a aprovechar cualquier ocasión para hacerse la foto con mandatarios europeos, como en el aeropuerto de Torrejón de Ardoz recibiendo a los refugiados afganos. En este sentido, el Gobierno de Sánchez tendrá una baza importante: la presidencia del Consejo Europeo el último semestre de 2023, justo antes de las elecciones de enero de 2024.

La asignatura pendiente será la escena nacional. Sánchez sigue evitando al Parlamento, en una torpe estrategia de no dar la cara en los asuntos importantes. Quizá quepa recordar aquí que esa táctica la siguió Adolfo Suárez, que rehuyó todo lo que pudo la confrontación parlamentaria con la oposición y acabó desdibujado.

Sánchez ha evitado tener que dar explicaciones en el Congreso esta semana que empieza sobre la crisis afgana, la sentencia del Supremo sobre el estado de alarma, o el precio de la electricidad. La imagen de espectador nacional no sirve.