El personaje

Carles Puigdemont, el mesías errante del procés

El prófugo se considera legítimo titular del Govern y afirma: «Aquí mando yo»

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IlustraciónPlatónLa Razón

Carles Puigdemont no se rinde. En medio de un pulso judicial sin precedentes entre el Tribunal Supremo, la Abogacía del Estado y los Tribunales Europeos, el expresidente fugitivo resurge de las cenizas como el ave fénix. Tras su detención en el aeropuerto de L,Alguer en Cerdeña, horas antes de su comparecencia ante la justicia italiana y en el aniversario del 1-O, «Puchi» se declara legítimo heredero del referéndum ilegal, apuesta por la confrontación con el gobierno de España y reivindica su Consell por la República como el verdadero Govern de Cataluña en el exilio. Desde su huida a Bélgica, instalado en su corte de Waterloo, no ha cesado de viajar por toda Europa amparado en su inmunidad parlamentaria, rechazada por el juez Pablo Llarena al mantener en vigor la euroorden, que ahora reclama al tribunal italiano de Cerdeña. En pleno litigio con el actual presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, el fugitivo se erige en el líder que mantiene la hoja de ruta independentista y se considera el auténtico Mesías errante del procés.

Hasta el primer ministro italiano, Mario Draghi, tuvo que salir a la palestra y negar la implicación de su gobierno en la detención de Puigdemont. Una vez liberado, Puigdemont se vio crecido en sus expectativas políticas, afronta su comparecencia de mañana con absoluta tranquilidad convencido de que, pase lo que pase, es de nuevo una dura piedra en lso zapatos de Pedro Sánchez, Pere Aragonés y la famosa mesa de diálogo. Tanto si sigue en libertad como si la justicia italiana acepta la petición de Llarena para su entrega inmediata a España, su figura emerge polémica y protagonista de la cruzada soberanista. «El Gobierno español ha hecho el ridículo», insiste el ex presidente con fuerzas para rivalizar con su eterno adversario, Oriol Junqueras y Esquerra Republicana.

El fugitivo profeta de la independencia catalana ha movido de nuevo ficha en su batalla para evitar la extradición a España. En una maniobra de última hora contra el juez Pablo Llarena pidió al Tribunal General de la Unión Europea (TGUE) que le devuelva la inmunidad parlamentaria, lo que puede condicionar la decisión del tribunal italiano de Cerdeña, dónde Puigdemont piensa acudir de manera presencial. El culebrón judicial suma y sigue mientras el prófugo reitera que España no respeta sus derechos como eurodiputado. En el cuarto aniversario del 1-0 emitió un discurso por videoconferencia confrontado con el presidente Pere Aragonés en el que reclama con toda solemnidad el Consell por la República, su «gobierno en el exilio». Un acto que demuestra la profunda división en el mundo independentista, dado que el prófugo se considera el presidente legítimo de La Generalitat y así lo traslada a todo su equipo: «Aquí sigo mandando yo».

Han pasado cuatro años de aquel mes de octubre de 2017 en que Carles Puigdemont despistó a todos, huyó a Bélgica e instaló su corte en Waterloo. Como acusan los republicanos desde entonces «ha vivido como un rey», mientras su líder, Oriol Junqueras, permanecía en la cárcel de Lledoners. En todo este tiempo el fugitivo pisó temporalmente una prisión alemana, ha mantenido incesante su reivindicación de la república catalana, logró ser eurodiputado, utilizó como un títere a su sucesor, Quím Torra, observó satisfecho la ruptura de su antiguo partido, el PDECaT y articuló la nueva coalición JuntsxCat. Rodeado de un núcleo duro con su íntimo amigo el empresario Josep María Matamala, los ex consejeros Toni Comín y Clara Ponsatí, y con un «lobby» en Barcelona manejado por los antiguos altos cargos de La Generalitat, detenidos y posteriormente puestos en libertad, David Madí y Xavier Vendrell, no ha dejado un solo día de «dar la lata», dicen sus adversarios de ERC. Puigdemont maneja con demagogia su embrollo judicial, hasta la fecha ha escapado de la justicia española y en su entorno aseguran que sigue siendo el auténtico Mesías del procés.

Con una discreta escolta que le acompaña día y noche, el fugado lleva una vida lujosa que, según su entorno, costea con su sueldo de eurodiputado y aportaciones de amigos o empresarios independentistas. Una elevada suma que pasa por los casi cinco mil euros de alquiler de la mansión en Waterloo, varios coches con conductor y un reducido personal de servicio. En estos cuatro años de lo que él llama su «exilio político», teledirige la línea dura de confrontación con el Estado, mantiene el contacto con su familia en Girona, acude a la ópera, lee prensa extranjera y ha aprendido el idioma flamenco que une a su dominio del inglés, francés y rumano. Sus leales aseguran que jamás dará un paso atrás en la vía unilateral hacia la independencia y boicoteará la mesa de diálogo con el gobierno de España: «Sin nosotros nada se puede pactar», advierten a ERC en medio de un Govern que hace agua por todas partes. Pero en Esquerra opinan que JuntsxCat no lo romperá hasta las municipales para mantener la financiación del partido.

Al margen de la política, su vida es «la de un sibarita», acusan en ERC mientras Junqueras estaba en la cárcel. Para su entorno, sin embargo, una vida discreta marcada por la música, la lectura y la buena comida. Acompañado de sus leales, entre los que figura el diputado flamenco Lorin Parys, frecuenta el restaurante Pronto Tapas, ubicado en la vecina Lovaina, en cuyo escaparate lucen una gran estelada y fotos de los condenados por el procés. La mansión de Waterloo tiene quinientos metros cuadrados, seis habitaciones, tres baños, garaje y un amplio jardín. Según algunos vecinos, muy temprano hace ejercicio por los bosques cercanos de la urbanización, una de las más elitistas y tranquilas a las afueras de Bruselas. Sobre su vida familiar el hermetismo es absoluto, aunque en su entorno admiten algunos viajes de su esposa, la rumana Marcela Topor, que mantiene su jugoso sueldo en un programa de televisión en Barcelona. Carles Puigdemont prosigue con su «dolce vita» y sortea los tribunales europeos al frente de un independentismo en flagrante división.