Julio Valdeón

Una tormenta imbatible

La trifulca presenta hondones inexplorados incluso para populistas. Se reclama inteligencia tecnócrata, realismo europeísta

Los tambores de guerra en el consejo de ministros no pueden interpretarse como la continuación del teatro por otros medios. A diferencia de lo ocurrido con anteriores desacuerdos entre el socio mayoritario y sus satélites, la trifulca por la reforma laboral presenta hondones inexplorados incluso para un topo populista con las garras del calibre de Pedro Sánchez, experto en perforar túneles inverosímiles en el ideario de un partido, el Psoe, moralmente jibarizado. No hay forma de descorchar nuevos cohetes sensacionalistas si a tu vera ya trabaja una cuadrilla de magos en pirotecnias bullshit. Superar sus reclamaciones por el flanco izquierdo exigiría adoptar posturas limítrofes con los pasotes de peña tan surrealista como los ideólogos de la Cup.

Cuando Yolanda Díaz reclama la derogación de la misma reforma que le ha permitido poner en pie los Ertes, el presidente reclama la inteligencia tecnócrata, el realismo europeísta de Nadia Calviño. De largo lo mejor, lo más solvente y creíble de este gobierno. Sánchez no puede metabolizar las soflamas de la dirigente de Podemos porque estas ya bordean la cuota de delirio que anuncia los pantanos de la ciencia ficción. Exceden con mucho los antiguos masajes propagandísticos que disponía el brujo Redondo, lumbrera publicitaria que ahora parece postularse como vendedor puerta a puerta de la vicepresidente roja.

La tragedia de Sánchez consiste en que en lo tocante a la reforma laboral la señora Díaz dispone del usufructo del caudal de efectismo disponible. Y esto resulta letal para un tipo que conquistó primero las bodegas del Psoe y posteriormente Moncloa aupado a los tifones plebiscitarios y los reflejos antisistema. Sánchez, tan amoral como killer, leyó muy pronto que la socialdemocracia europea necesitaba resetearse con el abecedario de los populistas si no quería acabar devorada por el tigre revolucionario, que en nuestros días juega a minar el sistema desde dentro. Necesitaba competir, usando sus mismos naipes, con quienes proponen un recetario infame, que va del pobrismo como virtud ascética a lo identitario/estamental y del referéndum como champú anticasta a las presuntas virtudes de una democracia directa que aspira a derruir los finos engranajes de los sistemas liberales. De ahí que mediada la andadura del proyecto Frankenstein pudiera jactarse de haber fagocitado a Podemos, podemizando el PSOE.

Quiero decir que los fondos que nos salvarán de la ruina viajan cosidos a la exigencia de cumplir con los requerimientos de la ortodoxia bancaria. No cabe hacer el ganso, repartir cheques bebé o reconstruir el mercado laboral siguiendo pautas cubanas o estrategias jemeres si aspiramos a recibir los millones. O circo o fondos. O apretar el puñito o aceptar sin aspavientos las sobrias condiciones de los donantes. De ahí que a Sánchez no le quede más remedio que ponerse de perfil y escudarse tras la coraza de una Calviño a la que en los últimos meses había usado como contrapunto dramático de la tragicomedia fake.

Calviño, mil veces ninguneada en cuanto los socios morados alzaban la voz, cumplirá ahora como garante y garantía de nuestra última oportunidad antes de la debacle. Sin las ayudas que llegarán de fuera las previsiones más descabelladas de los apocalípticos más reconcentrados se quedarán en mero pasatiempo de guardería. Sin descontar el más que probable avance de una ciclogénesis inflacionaria que ya ha barrido todos los salarios mínimos y las ayudas paliativas desplegadas en los últimos tiempos.

Los golpes de efecto antifascistas, las mesas de diálogo paralelas a la soberanía nacional, los féretros volantes en Cuelgamuros, la propaganda contra Madrid y los shows de la memoria histórica lucirán cadavéricos, puramente inservibles de cara a unas elecciones si la cesta de la compra mantiene su ritmo alcista y si el recibo de la luz sigue en magnitudes propias del kilogramo de coca. La batalla por la contrarreforma laboral amenaza con ser el principio de una tormenta imbatible. Hemos desembocado en los bailes de máscaras de un impostor que apura los últimos centímetros de mecha.