Historia
Cuando Antonino vio a los blindados cruzar el lago Ilmen con la División Azul
Se cumplen 78 años de la repatriación escalonada de los voluntarios enviados a Rusia en 1941
Se cumple el 78 aniversario de la repatriación –escalonada– de la División Azul, aunque muchos –lo que quedaba de sus restos– no volvieran hasta hace solo unos años, o directamente se quedaran en Rusia hasta el fin de sus días. Aquella unidad que causó asombro entre las filas alemanas por su arrojo durante la gélida campaña rusa la formaron casi 50.000 voluntarios que Franco envió a Hitler tras esquivar en Hendaya la pretensión del Führer de contarle como aliado. Antonio García Nieto fue uno de aquellos jóvenes llegados de todas partes del país que fueron puestos a las órdenes de oficiales del Ejército español.
Antonino, como le llamaba su familia, dejó un blog con anotaciones de vivencias y recuerdos en el que destacan sus días como divisionario al mando del teniente general Muñoz Grandes. «Salí para Alemania, desde la estación del Norte de Madrid, en la primera expedición, el 16 de julio del año 1941. Yo había cumplido 19 años el mes anterior (...). Desembarcamos en un campamento de una ciudad de Baviera llamada Grafenwöhr, donde se nos equipó y entrenó para convertirnos en una unidad completamente alemana. Se nos uniformó y juramos bandera. Yo pertenecía a la segunda batería de Artillería del 250 Regimiento, mandada por el capitán Eduardo Pérez Bajo», escribió.
Relata el voluntario que en marcha hacia Rusia tuvieron «serias dificultades al cruzar Polonia, pues los ferrocarriles en algunas zonas estaban destruidos». Sitúa su «primer emplazamiento» en Novgorod, «gran ciudad al borde del lago Ilmen, en invierno a más de 30 grados negativos, tanto que por el lago cruzaban los vehículos blindados».
La División Azul ocupó posiciones de primera línea el día 12 de octubre del mismo 1941, sustituyendo a la 126ª División alemana, que se encontraba entre Barisovo y Spaso.
Recordaba Antonino que entablaron «fortísimos combates contra todo tipo de fuerzas enemigas, sufriendo unas pérdidas cifradas en 4.000 muertos, 12.000 heridos, 326 desaparecidos y 40 prisioneros, mostrando en todo momento un gran espíritu combativo y protagonizando numerosos actos de heroísmo que fueron reconocidos y premiados por los propios alemanes».
Rememoraba que tuvo «la fortuna de recibir una herida que me valió para desaparecer de aquel infierno y descansar en un hospital de la capital de Letonia, Riga». Con el alta en la mano, explicaba, «volví al frente en Novgorod, donde me concedieron la Cruz de Hierro de 2ª clase». Tras un tiempo, «los de menor edad y los casados fueron repatriados, por lo que permanecí en Rusia menos de un año».
Antonio García nunca fue muy hablador sobre los días del frente ruso, pero quiso el destino que tiempo después compartiera residencia en un pueblo de Ávila con otro voluntario: Konrad Kropnic. Hijo de madre española y padre alemán, miembro de una familia de centenaria tradición militar, había seguido también el camino castrense en la IV Escuadrilla Azul, el equivalente aéreo a la tropa de Infantería enviada por Franco. Después de muchos años, tras vivir en Hannover, Madrid y recorrer medio mundo, recaló en Navalperal de Pinares en busca del mejor clima para sus castigados bronquios.
Quizá se cruzaran algún día en el pueblo, pero no consta que se conocieran, aunque su historia común era también la de sus condecoraciones. Konrad conservó con orgullo hasta su muerte la Cruz al Mérito con Espadas. Uno de los hijos de Antonino, fallecido en 2017, guarda hoy su preciada Cruz de Hierro de 2ª clase.
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