Terrorismo
A mi padre, Fernando Múgica, asesinado por ETA
“La izquierda orgánica española ha ido aún más lejos, exhibiendo hoy sus alianzas de poder con quienes aplaudían y celebraban los asesinatos, si es que no los cometían; de la capucha al escaño, como se nos amenaza con el tal David Pla”, afirma Rubén Múgica.
Shalom, Fernando: Mañana se cumplirán veintiséis años de tu asesinato a manos de ETA. Fue a su manera: por la espalda. A los días escupieron a tu viuda en las calles de San Sebastián, hicieron pintadas en la casa familiar y a tus tres hijos nos pusieron escolta policial. Es de necios, o de malintencionados, llamar a eso “conflicto”.
Llamemos a las cosas por su nombre: no hubo un conflicto, que es cosa entre iguales. Tampoco hubo una guerra, y esto va para los que manosean la palabra “paz”. Llamemos a las cosas por su nombre: hubo una persecución totalitaria, violenta y racista, planificada y ejecutada contra ciudadanos indefensos. Uno de ellos, entre tantos, fue Fernando.
Con todo, mi familia es afortunada: los pistoleros y los chivatos al servicio de la banda fueron identificados, detenidos, juzgados y sentenciados. Pero no es tal la situación de las casi trescientas cincuenta familias españolas que ignoran quién señaló, quién disparó, quién colocó los explosivos. Hay una primera deuda del Estado con esas víctimas, que no buscan leyes excepcionales, sino que las leyes se cumplan sin excepción; es inaceptable que muchas víctimas del terrorismo deban promover la reapertura de sumarios olvidados y abandonados en estanterías de la audiencia nacional. No es la única deuda del Estado con las víctimas del terrorismo. Llamemos a las cosas por su nombre: Franco impuso una dictadura militar contra España.
No llamemos a las cosas por el nombre que no tienen: la monarquía parlamentaria y la forma de gobierno no son prolongaciones del franquismo, sino el resultado de la expresión popular en las urnas de 1978. También lo fueron los partidos políticos, los sindicatos, la separación de poderes, los derechos de reunión y de manifestación, el derecho a la huelga, el principio de la sagrada igualdad entre todos, los derechos que a todos nos asisten ante los tribunales, y tantos derechos.
La secuela que el franquismo dejó para nuestra democracia fue bien distinta: un Estado acomplejado, incapaz de articular a tiempo un cuerpo normativo moderno que permitiera derrotar con prontitud a los aldeanos con pistolón. Eso fue ETA: los últimos criminales de Europa. A mi familia se le pregunta con frecuencia qué pensaría hoy Fernando.
La respuesta es invariable: no podemos saberlo, pero sí sabemos que era esto lo que Fernando pensaba cinco minutos antes de ser asesinado. No llamemos a las cosas por el nombre que no tienen: nunca hubo audacia en ETA, ni mentes preclaras dirigían la organización, ni a sus miembros guiaban elevados ideales. Llamemos a las cosas por su nombre: una cuadrilla de matones ensimismados, a los que un Estado acomplejado tardó muchos años en aprender a combatir con eficacia; aunque estremece hoy que no haya respuesta a lo que en cualquier rincón de Europa sería inconcebible: fanfarrones recibidos como héroes a su salida de prisión, con acompañamiento incluso de niños, educados en el siniestro valor del crimen organizado.
Qué pensaría hoy Fernando. Vuelvo a lo que él pensaba cinco minutos antes del disparo que lo derribó: también el nacionalismo vasco tiene una deuda con las víctimas del terrorismo. Han sido años de deliberado abandono hacia las víctimas de ETA, hacia los amenazados, hacia los que tuvieron que abandonar esta tierra. Años de compadreo con los mensajeros de los criminales. Años de ventajas a cuenta de una oposición, no sólo política, sino también anónima y cívica, que vivió perseguida y hubo de ser escoltada. Traigo aquí la memoria y la expresión del amigo, José Mari Calleja: si los que mataban merecen atención por haber dejado de matar, mayor atención merecemos quienes no hemos matado nunca.
Qué pensaría hoy Fernando. En casa no lo sabemos, pero sí lo que pensamos nosotros. Quienes asistís año tras año a este homenaje sabéis que mi familia sigue en la denuncia: la izquierda orgánica española, subrayo lo de orgánica, debe explicar qué clase de progreso hay en alcanzar el poder con el apoyo de partidos nacionalistas, que reclaman privilegios nacidos de la tierra y del origen, contrarios a la igualdad entre los españoles.
Todo a peor: la izquierda orgánica española ha ido aún más lejos, exhibiendo hoy sus alianzas de poder con quienes aplaudían y celebraban los asesinatos, si es que no los cometían; de la capucha al escaño, como se nos amenaza con el tal David Pla. Quiero terminar con una reflexión: hemos hablado mucho de los recibimientos que se organizan cuando los terroristas salen de prisión y regresan a sus pueblos y ciudades. Pero hablamos poco de los homenajes que se tributan a los asesinados.
De qué sirven, cabe preguntarse, si el gobierno de la nación hace alquimia con las leyes para beneficiar a los terroristas. Lo adelantó Otegui: presupuestos a cambio de presos; el gobierno y el Partido Socialista no sólo callaron, sino que en su agenda legislativa tienen incluida una reforma del código penal, con la que reducir las condenas de los criminales. Hay que denunciar las intrigas entre el presidente Pedro Sánchez y el cortejo de los criminales, y combatir cada intento de favorecer a los asesinos. Las víctimas del terrorismo estamos legitimadas para denunciar: mientras los criminales alardean de sus crímenes, sus víctimas reivindicamos que nunca ninguna se tomó la justicia por su mano.
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