Antonio Martín Beaumont

Deberían ser tablas

El desenlace de la negociación sobre el Consejo General del Poder Judicial tendría que ser un acuerdo sin vencedores ni vencidos

Una de las últimas reuniones del Consejo del Poder Judicial con Carlos Lesmes al frente
Una de las últimas reuniones del Consejo del Poder Judicial con Carlos Lesmes al frenteCGPJCGPJ/EFE

El «divide y vencerás» puede ser un consejo muy guerrero, pero poco útil en las sociedades modernas, que desean políticos moderados y sensatos que busquen soluciones asumibles para las grandes mayorías. Nunca he entendido a esos políticos que están siempre buscando la confrontación. Menos aún se entiende ese ánimo de división en un país como España, cuyos ciudadanos creen mayoritariamente en la afabilidad y se sienten más a gusto tendiendo la mano que negando el saludo. De ahí que cueste tanto trabajo comprender el comportamiento de Pedro Sánchez, quien un día sí y otro también busca poner distancia con quienes no opinan según sus gustos. Además, no se para en barras: la aversión al Partido Popular es la característica más observable en él desde que llegó a la cúspide del PSOE. NO, cuando de los populares se trata, es consustancial a su manera estratégica de moverse.

Lleva razón Alberto Núñez Feijóo advirtiendo de que el sanchismo se sustenta sobre un retoñado «Pacto del Tinell» cuyo leitmotiv es la exclusión del centroderecha. De ahí que Sánchez no buscase acuerdos con la mayor fuerza política de la oposición ni en las peores circunstancias de la pandemia. Su obsesión es hacer política tanto con el populismo de ultraizquierda de Podemos como con toda la cera que arde en el «bloque Frankenstein», cuyo mayor nexo es su inquina a cuanto se sitúe a la derecha del socialismo. El presidente del Gobierno solo ha dado el paso de concordar con el Partido Popular cuando no le ha quedado más remedio.

Es lo que está ocurriendo ahora con el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), cuya renovación después de cuatro años de terminar su mandato es imposible sin el concurso de los populares. Sí o si necesita Sánchez al PP. Y ha crecido tanto esa anomalía, es tan visible su cicatriz tras la dimisión de su presidente Carlos Lesmes, que el líder socialista intenta, a regañadientes y a toda prisa, cerrar un asunto que incluso Europa le afea y que además le impide cambiar el signo de un Tribunal Constitucional, que ha de tomar decisiones vitales que podrían allanarle los planes «inconfesables» de futuro pergeñados con sus socios y costaleros.

No debió salir muy confiado Feijóo del cara a cara de tres horas que mantuvo con Sánchez en La Moncloa. Su mensaje posterior en Twitter había que leerlo entre líneas: «Hemos avanzado para abordar la renovación conjunta de CGPJ y TC con un nuevo marco que profundice en criterios de independencia. Creo que este paso se podía haber dado mucho antes, y confío en que también será posible una reforma legal como pide la UE y lleva pidiendo meses el PP». El presidente del Partido Popular marcaba de esta forma las bases de las conversaciones.

Alberto Núñez Feijóo sabe bien que la credibilidad del presidente del Gobierno no es su fuerte. Son innumerables sus compromisos rotos. Pero la partida se juega bajo la presión del cronómetro, y la grave crisis institucional desatada fuerza al Gobierno y al PP a situarse en el camino de una entente. No hay dudas sobre esto. Ahora bien, las dos partes son conscientes de que ese pacto solo cristalizará si ambas ceden. El desenlace de la negociación que llevan entre manos Félix Bolaños y Esteban González Pons, dos personalidades idóneas para llegar a consensos, debería ser un acuerdo que deje el resultado final en tablas. Sin vencedores ni vencidos. Tal idea se antoja clave.

Y aquí entra en juego el propio carácter personal de Sánchez. La pasada semana sometió a Feijóo a una ducha fría en la recepción del Palacio Real con motivo de la Fiesta Nacional del 12 de Octubre. El presidente convirtió su corrillo en un ventilador de sus cuitas contra el líder popular. Sánchez no quiere solo ganar siempre, sino además que se vea. «Van a tener que digerir» –explicitó a las bravas– la falta de entendimiento sobre un cambio de modelo de elección de los jueces. Tal salida de pata de banco no hizo más que afianzar la prevención que anida en Alberto Núñez Feijóo y en Génova ante una posición presidencial que consideran de «atrincheramiento». Mala forma parece de alumbrar un pacto.

La firma del acuerdo, obligada por la situación crítica que se ha desencadenado en uno de los poderes del Estado, seguramente no se producirá hasta comprobar cómo afronta Sánchez este martes su duelo con Feijóo en el Senado. En La Moncloa impera la idea de que hay que seguir intentando «desmontar» al líder rival. La seguridad de que esa es la estrategia a seguir es total. Veremos si las heridas que deje el debate en la Cámara Alta no obligan otra vez a retrasar las cosas hasta que los ánimos se relajen. Desgraciadamente, el presidente del Gobierno ya ha demostrado con creces la querencia por anteponer sus intereses particulares a los del Estado.