Toni Bolaño
No es la amnistía, es Puigdemont
El pinchazo de Diada puso de manifiesto que la voluntad política del independentismo para lograr la medida de gracia no existe
El PP ha movido pieza tras las declaraciones de Aznar. No se suma a la rebelión cívica que proponía su expresidente pero organiza un acto de partido. Nada que ver con movilizaciones en la calle, no vaya a ser que Vox le robe la cartera y, lo que es peor, el protagonismo. Nada que ver con las mesas de recogidas de firmas contra el Estatut de Rajoy. La derecha española es consciente la amnistía remueve conciencias y ante la derrota de su candidato en la investidura, ha puesto toda la carne en el asador para, utilizando a Carles Puigdemont, evitar la investidura de Pedro Sánchez. Por eso, desde Vox a Ciudadanos mueven el tablero.
El PP no quiere jugar a una nueva foto de Colón –de los que quedan pocos en primera línea por cierto-, y monta un escenario propio. Por eso, se ausentaron de las manifestaciones de este fin de semana en ayuntamientos, con Vox como punta de lanza, y dudan si acudir a la manifestación convocada el 8 de octubre en Barcelona por Sociedad Civil Catalana. La entidad mantiene el nombre pero poco se parece a la que convocó la manifestación del año 2017. Muy poco. Más bien nada.
Pero a pesar del lío, de las dificultades, la derecha lo ha conseguido, también a pesar de los vaivenes de su líder, Alberto Núñez Feijóo. Ha centrado el debate contra Sánchez y le ha quitado presión a Feijóo, al que se le hace largo y farragoso el camino hacía su investidura. En el año 2019 puso toda la carne en el asador centrando el debate contra el Gobierno de coalición. El resultado, repetición electoral. Y no lo olvidemos, tuvo consecuencias para la izquierda. Ahora, utilizan el mismo librillo. En 2023, el debate no es el Gobierno de coalición y, si me apuran, no es la amnistía. Es Carles Puigdemont.
Hay gente en España, de derechas y de izquierdas, que pueden estar a favor de la amnistía para pasar página, para buscar el reencuentro, para demostrar que el Estado es magnánimo con el objetivo de favorecer la convivencia. Porque la amnistía es una decisión política, no es una cuestión de justicia. Estos ciudadanos son los mismos que estuvieron a favor de los indultos. Pero incluir en esta ecuación a Carles Puigdemont se les atraganta y se plantan. Dos ejemplos poco sospechosos de centralistas e intolerantes así se han expresado. Ramón Jáuregui y Jesús Eguiguren, ambos clave en la evolución de ETA y el conflicto vasco. ¿Por qué? Porque no se discute de la amnistía, se discute de Puigdemont.
Y Puigdemont, ufano, ansioso de recuperar protagonismo en el mundo independentista, está haciendo el juego a la derecha por su sobreactuación permanente. Un detalle. Cuando se fraguaron los indultos, el presidente del Gobierno era el que llevaba la iniciativa política y ERC trabajó su no protagonismo para ayudar a construir el relato. Hoy, con la amnistía, el griterío de Puigdemont ayuda a crear un frente en contra de esta medida. El pinchazo de la manifestación del 11S puso de manifiesto que la voluntad política del independentismo para lograrla no existe. ¿La tiene Puigdemont?
La respuesta, a partir del 2 de octubre, cuando el inflamado discurso de los secesionistas baje decibelios, pero tardar en explicar la amnistía y convertir su debate en un sainete, en una subasta pública, puede llevar al PSOE a cerrarse en banda. O sea, la derecha conseguirá su objetivo. El líder de Waterloo debe entender esta dicotomía. El 11S superó a los frikis que aspiran a repetir un enfrentamiento con el Estado sin decir cómo, claro, pero debe reducir su protagonismo porque la utilización de sus gesticulaciones por la derecha está teniendo éxito en su fin final, que es impedir la investidura de Sánchez porque el PSOE dé un puñetazo encima de la mesa. Tardar en arbitrar un texto para centrar el debate es un error porque abre el espacio al griterío desmedido.
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