Opinión
Armengol al espacio exterior
Es ridículo que quite palabras malsonantes del Diario de Sesiones, pero que no asuma lo mal que suena que la Presidenta del Congreso esté en la “koldosfera”
He de confesar que no hay cosa que me satisfaga más en política que la caída de los virtuosos. Quizá fue desde que desmitifiqué la Revolución Francesa, aquel baño de sangre orquestado por totalitarios que enarbolaban la virtud mientras mataban sin parar. Es obvio que aquel lábaro cursi de la virtud guiando al pueblo lo recogió la izquierda y no lo ha soltado desde entonces.
Aquí, en este país, el PSOE ha querido demoler una y otra vez el orden social y político apelando a la virtud. No ha importado cuánta dosis de demagogia hiciera falta. Los socialistas siempre se han presentado como los profetas del templo, venidos para apalear a quien no comulgara con el dogma. De ahí el muro. El de Berlín y el de Sánchez. Por eso el PSOE felipista habló de los «cien años de honradez» mientras preparaba la mayor red de corrupción de la historia.
Luego llegó Zapatero y se aupó con un discurso moral. Su política de oposición para llegar al poder fue denunciar la inmoralidad en el vertido del Prestige y la guerra de Irak, y aprovechar el atentado terrorista del 11-M. Al irse dejó un país económicamente hundido, con un nacionalismo envalentonado, y una generación echada a las calles en el 15-M.
Esa manía de la virtud, tan facilona, la retomó Sánchez, que presentó una moción de censura para acabar con el «corrupto» PP de Rajoy. Lo hizo otra vez con la moral como bandera, con el propósito, mintió, de limpiar y regenerar el país. No fue el único. A los partidos de la nueva política, como Cs y Podemos, no se les caía de la boca la monserga de la regeneración virtuosa del país. Después todos cayeron en purgas poco virtuosas o por comportamientos nada edificantes.
Y llegó la pandemia, y con la muerte llamando a la puerta pareció que, como dijo la «jurista de reconocido prestigio» Carmen Calvo, el dinero público no era de nadie. Todo indica que algunos socialistas se hincharon a robar. Un día más en la oficina del PSOE. Y si hay algo que la historia enseña es que la inundación en el piso de arriba se anuncia con una gota que cae en el de abajo. Esa gota es el asunto de Ábalos y Koldo, que nos ha descubierto el charco que hay arriba, quizá muy arriba.
La corrupción es inmoral. De hecho, su admirado Robespierre se hacía llamar «El Incorruptible». No obstante, lo mejor es que se quede solo como la ambición económica de unos idiotas y no manche a las instituciones. Eso es lo peor, que su codicia y latrocinio ensucien a los organismos que representan a la nación. Y el más importante de todos es el Congreso de los Diputados. Resulta intolerable que su Presidenta esté envuelta en un negocio turbio con material sanitario cuando moría gente. Es insultante y sospechoso que su gobierno comprara material defectuoso sabiendo que era inservible, que pagara de forma inmediata y que tardara tres años en reaccionar.
Si Armengol quiere servir a este país debe irse. Si cree en la democracia, como dice, lo más digno es separarse del cargo, que es la tercera autoridad del país, y dejar que la justicia funcione. Las personas pasan, las instituciones permanecen. Esa es la responsabilidad auténtica de un político. La virtud se predica con el ejemplo propio, no insultando al adversario. Es ridículo que quite palabras malsonantes del Diario de Sesiones, pero que no asuma lo mal que suena que la Presidenta del Congreso esté en la «koldosfera». Cuanto antes esté Armengol en el espacio exterior de la política, mejor.
No es propio de una democracia digna el espectáculo de unos diputados interpelando sobre una corrupción que afecta a la Presidenta de la Cámara. Tan poco saludable como que los políticos elijan a los jueces que los pueden juzgar, como quiere el PSOE, quizá no solo por la amnistía sino también por esta trama.
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