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Opinión

La degradación del discurso político

Solo hace falta la voluntad de levantar un teléfono. A más autoridad, más responsabilidad, pero lo fácil también es esconderse detrás del «no me llaman»

Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, dos políticos que tendieron puentes en su día Ángel MillánEFE

Simon & Garfunkel compusieron una canción que hoy me evoca una reflexión política. Su título «Bridge over Troubled Water», («Puente sobre aguas turbulentas»), y yo me pregunto si no están las aguas lo suficientemente turbulentas en la política internacional, nacional e incluso regional como para que se construya un puente entre demócratas. Desconozco qué más debe pasar en nuestra manera de entender la vida democrática en esta vieja Europa para que el diálogo entre derecha e izquierda supere las trincheras ideológicas que nos separan para afrontar los retos tan serios e importantes que nos acucian. A cada problema que da la cara en los últimos tiempos todos nos dedicamos a ponerle una raya roja a las posibles soluciones en función de quién las pronuncie. No reparamos en lo que se dice, solo distinguimos quién lo dice para negar la mayor. No nos interesa el argumento, solo el origen para descartarlo. Así es imposible construir ni un puente ni tan siquiera una pasarela.

Y los problemas y asuntos cada vez son más inquietantes y con peores augurios. Si sumamos gasto en seguridad, respuesta y protección de nuestros productores ante los aranceles caprichosos del Sr. Trump, transición energética, dificultad del mercado del alquiler de la vivienda…, la lista podría ser interminable y muy urgente. Me pregunto si es que no son cuestiones suficientes para dialogar y afrontar las soluciones desde todas las perspectivas posibles. Esta semana, tras el apagón que paró nuestro país, solo hemos oído la pregunta sobre quién debe dimitir, al margen de que aún desconozcamos las causas (tiempo habrá para exigir responsabilidades) y si esto se soluciona con nucleares Sí y con renovables, No. Una reacción simplista a un acontecimiento extraordinario e inimaginable donde hemos comprobado lo vulnerable que es nuestra sociedad.

No quiero ni imaginar qué hubiera sido de nuestro país o de Europa si quienes aprobaron el acta única europea o alumbraron nuestra Constitución se hubieran instalado en el frentismo y en la polarización que hoy contemplamos. La respuesta es evidente, no se hubieran alcanzado estas décadas de paz, libertad, democracia y cooperación de las que hemos disfrutado.

Solo hace falta voluntad, la voluntad de levantar un teléfono para hablar. Es cierto que, a más autoridad, mayor responsabilidad, pero cierto es también que lo fácil es esconderse detrás del «no me han llamado». Yo lo habría hecho, sin duda lo habría hecho, no habría esperado a que el teléfono sonara. Estamos obligados a hablar al margen de quién levante ese teléfono porque me importa más mi país que la táctica o el desgaste del adversario. Desgraciadamente, eso hoy puede parecer revolucionario, políticamente incorrecto, incluso plantearlo sería descalificado de inmediato, pero hay urgencias que no pueden esperar. Qué más da quién lo haga, lo que quedará en la historia no fue si Suárez llamó a Carrillo o si los amigos de este convencieron a Suárez de tener ese encuentro, ni incluso qué hablaron Fraga con Carrillo y Felipe, lo importante fueron sus consecuencias históricas, que es lo que necesitaba la gran mayoría de nuestro país. De eso se trató, de construir un puente.

Hoy hace falta querer construir ese puente, posiblemente nadie recordará quiénes lo hicieron, pero será imprescindible para avanzar, y se quedarán confortados con saber que ayudaron a avanzar poniendo su trabajo en construirlo.

La sociedad española no puede renunciar a los principios y valores que nos han guiado en las últimas décadas como la libertad, la igualdad, la tolerancia, la diversidad y, también, el respeto a las instituciones. Esos principios e instituciones nos han hecho transitar de una de las peores épocas de nuestra historia a otra de progreso y avances económicos y sociales como anteriormente no habíamos visto. Esas instituciones no pertenecen a nadie, a ningún partido político, y siento bochorno cuando alguien pretende apropiarse de ellas, de sus símbolos, de los días y efemérides que pertenecen a todos, al espacio público que compartimos, para convertirlo en actos partidistas. ¿Para eso de verdad hemos quedado? Esa apropiación de las instituciones debemos combatirla con nuestras ideas y nuestras creencias más profundas como sociedad.

No podemos caer en la trampa de la crispación que siguen planteando quienes no se encuentran cómodos en el espacio de libertad e igualdad compartido que conforma nuestra democracia. Quienes se esconden detrás de esas posiciones extremistas de crispación y enfrentamiento son expertos en la mentira y en distorsionar la verdad, no quieren hablar de ideas y valores porque los que defienden van en sentido contrario a lo que siente la inmensa mayoría de los demócratas. Hay que salir de ese pozo cuanto antes, y hacerlo a base de hablar de propuestas, de valores y de políticas. En caso contrario, ya sabemos el horizonte, ya hay quienes han decidido un nuevo orden mundial donde el individualismo, la ley del más fuerte, el egoísmo y la inseguridad campen a sus anchas. La degradación del discurso político es más que evidente y sus consecuencias lamentablemente enraízan en nuestra sociedad. La crispación está instalada en nuestro día a día. Cuidado, la democracia es frágil y la convivencia sensible.

Susana Díaz, senadora, fue presidenta de la Junta de Andalucía por el PSOE entre 2013 y 2019