Crisis del PSOE

Javier Fernández, el buen socialista

Seis meses después de llegar a Ferraz ante una crisis histórica, Javier Fernández, «el mudo» para sus detractores y un «hombre de estado» para los suyos, se va como llegó, apelando a la unidad.

Javier Fernández, el buen socialista
Javier Fernández, el buen socialistalarazon

Seis meses después de llegar a Ferraz ante una crisis histórica, Javier Fernández, «el mudo» para sus detractores y un «hombre de estado» para los suyos, se va como llegó, apelando a la unidad.

«Apagar el incendio interior que nos está consumiendo». Con estas palabras define Javier Fernández su objetivo al frente de la gestora del PSOE. Seis meses después de aquel bochornoso Comité Federal que se llevó por delante a Pedro Sánchez, este socialista asturiano con fama de hombre sólido, dialogante y sensato da un paso atrás y pasa a un segundo plano. «Ha sido una etapa de sufrimiento», reconoce el presidente del Principado de Asturias y capitán provisional de un partido desgarrado. Las espadas están en alto, aunque las aguas parecen más calmadas tras el consenso de todas las federaciones para la batalla de los avales y convocatoria de primarias. Fernández ha demostrado en todo este tiempo una capacidad de aguante como pocos, bajo una profunda tristeza. Porque si en algo coinciden los equipos de los tres aspirantes, Susana, Patxi y Sánchez, es que Javier es un socialista de principios arraigados desde la cuna. «Ha llorado en silencio», apuntan miembros de la ya extinguida gestora al tiempo que precisan: «Pedro no fue derrocado, sino derrotado».

Javier Fernández Fernández nació un siete de enero de 1948 en Mieres, en el barrio del Requejo. En el corazón de la minería asturiana y en el seno de una familia vinculada desde siempre a la izquierda, hijo y nieto de socialistas exiliados tras la guerra civil que un día retornaron a su tierra. Era un niño serio, introvertido y tímido, al que le gustaba estudiar. Sus compañeros de la Escuela de Ingenieros de Oviedo le recuerdan «reflexivo y profundamente socialista», partido al que se afilió en 1985. Pero mucho antes, Javier estaba vinculado al sindicato «pata negra» del PSOE asturiano, el poderoso Soma-UGT y la federación Socialista del Principado. Ligado familiarmente a su fundador, Manuel Llaneza, conoció a quien sería su gran amigo y mentor político, el histórico José Ángel Fernández Villa. Cuando al sindicalista le salpicó un escándalo de corrupción, «a Javier se le abrieron las carnes», dicen sus compañeros como prueba de la conmoción que sufrió ante la mancha de una trayectoria que hasta entonces muchos socialistas juzgaban impecable.

Fue entonces cuando Fernández se acercó a Vicente Álvarez Areces, quien en su etapa de presidente asturiano le nombró Consejero de Industria. Previamente a su paso por la política, había trabajado en un despacho de Ingeniería y Medio Ambiente, sus dos grandes pasiones. Tras sus estudios y oposición al Cuerpo Superior de Ingenieros de Minas se diplomó en Ciencias Medioambientales y realizó un máster en Economía. Precisamente una de sus etapas menos conocidas públicamente fue como diputado en la legislatura del 96 al 99 y portavoz de la Comisión de Presupuestos del Congreso de los Diputados. Era un parlamentario muy trabajador, discreto y conciliador, vinculado a Alfonso Guerra. Esa faceta de «apaciguar incendios» le ha acompañado toda su vida hasta coger las riendas de un partido en ebullición interna. Muchos le deseaban como líder nacional, pero él nunca ha querido, sobre todo tras una faceta personal que le marcó: la dolencia cardiaca que le obligó a colocarse un «bay-pas». Se diría que los disgustos políticos dañaron su corazón de rocoso socialista.

En estos seis meses de tremenda convulsión ha mantenido una buena relación con Mariano Rajoy, con quien a pesar de la distancia ideológica tiene similitudes. «No son amigos, pero los dos tienen sensatez y sentido común», coinciden en el PP y el PSOE. Javier Fernández se proclama socialista de pedigrí, cree en un partido de gobierno, pronuncia con orgullo la palabra España y detesta intrigas personalistas. «Es un político con sentido de estado», proclaman sus defensores. Por el contrario, en las filas «pedristas» critican su falta de coraje y algunos le llaman despectivamente «el mudo». Curiosamente los más fieles a Sánchez y radicales partidarios de un pacto con Podemos, formación que a Fernández le horroriza y acusa de pretender fagocitar al PSOE. Al frente de la gestora nunca ha perdido los nervios y se ha tragado muchos sapos. «Le duele el espectáculo», dicen sus compañeros. Su rostro casi impenetrable y sus profundas ojeras así lo atestiguan.

Celoso al máximo de su vida privada, es asturiano hasta la médula y se refugia en una casita rural de Llanes, cerca del mar, dónde se rodó una de sus películas preferidas, «Remando al viento». Fervoroso de las minas, es buen conocedor del Real Instituto de Naútica y Mineralogía fundado por su paisano Melchor Gaspar de Jovellanos. Ahora ya fuera de la gestora, tiene decidido terminar su mandato como presidente del Principado y dejar la primera línea política. En la tradicional rivalidad entre Oviedo y Gijón, él pertenece a la agrupación socialista gijonesa desde su afiliación pero ha intentado conciliar posturas y buscar una sucesión de consenso. «Es un hombre de pactos», aseguran sus colaboradores. Tras la investidura del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, con quien ha tenido conversaciones fluidas y discretas, se ha cansado de repetirlo frente a los ataques de los «sanchistas»: «La abstención no significa entrega».

El termómetro hacia las primarias ha comenzado y el equilibrio de fuerzas se verá el cinco de mayo con la proclamación de candidatos que hayan superado el listón de nueve mil avales de la militancia. Javier Fernández ha sido un buen gestor en medio de un caos sin precedentes. Desde hoy se retira y observa con hondo pesar la situación de su partido. «Esto es como el Titanic, con tres náufragos en busca del salvavidas», apunta un veterano dirigente del PSOE. El líder asturiano se va como llegó, con elegancia, sobriedad y apelando a la unidad. Aunque en su fuero interno atisbe un proceso con el temor de que divida a los socialistas al día siguiente de cerrarse.