El análisis

No future

Asistimos al espectáculo de una élite progresista que habla consigo misma de cosas de un país que en realidad no existe

Cientos de manifestantes, en la plaza de Catalunya, a 1 de octubre de 2023, en Barcelona, Catalunya (España). Este acto, cuyo objetivo es proyectar una imagen de unidad a pesar de la desunión independentista no resuelta entre partidos, conmemora el sexto aniversario del referéndum de independencia que fue convocado por el Gobierno de Cataluña, suspendido por el Tribunal Constitucional y celebrado de manera ilegal en Cataluña el 1 de octubre de 2017.
Conmemoración del referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017.Kike RincónEuropa Press

Dado que la democracia consiste básicamente en evitar la imposición por la fuerza de esta o aquella ideología, los gobiernos democráticos gastan mucho esfuerzo en trabajar enérgicamente los discursos dominantes. La ley no puede entrar en el pensamiento, ni reglamentar las ideas o las creencias. Por tanto, los gobiernos actuales en democracia se lanzan a una carrera mediática desesperada para conseguir que todos los medios afines reproduzcan su discurso dominante. A fuerza de repetición, creen que podrán hacerlo pasar por una verdad indiscutible. Pero la realidad siempre es tozuda.

La Brunete progre puede esforzarse al máximo en intentar convencer a los españoles de que todo lo que está pasando es inocuo, que estamos dentro de una normalidad democrática y que todo aquel que plantee objeciones a las endebles decisiones gubernamentales es porque en el fondo es un facha. Pero, claro, ese discurso dominante, de ser cierto, supondría que casi el ochenta por cien de la población debemos ser, en mayor o menor medida, casposos fascistas. Lo cual, echando un simple vistazo alrededor, es imposible de creer.

La situación me recuerda mucho a la que se dio entre los movimientos juveniles a finales de los años 70. El discurso dominante era lo jipi, con sus utopías, sus llamadas a la paz y el amor, y una ilusa (y difusa) apelación a la vida rural. Llegaron entonces los punks, con un discurso que apelaba a la realidad observable, recordando que en las ciudades se estaba viviendo peor que nunca y que solo podían permitirse ir al campo a fundar comunas los hijos con posibles de las familias bien. La reacción de la élite progre (lo que en el barrio llamábamos «los jipis de oro») fue, por supuesto, acusarnos a los jóvenes punks de fascistas y reaccionarios. Habían pasado ya diez años de la década prodigiosa y no se había realizado ninguna de sus utopías. En menos que canta un gallo, por mucho que nos llamaran fachas, la realidad fue que lo jipi se vino abajo y su prestigio quedó a la altura del incauto manipulable: filosofía oriental banalizada en un póster y luego a trabajar de funcionario.

Puestas así las cosas, uno ya tiene callo para soportar que le llamen facha por señalar que el emperador va desnudo. Es mucho más interesante, en cambio, observar el otro lado y ver cómo reaccionan los representantes del poder ante la impugnación del discurso dominante. Ahí, se detectan tres líneas de acción diferenciadas. La primera es la que practica, por ejemplo, Pilar Alegría, que consiste básicamente en negar la realidad pintando mundos inexistentes y afirmando cosas que nunca han sucedido. La segunda sería el estilo que podríamos bautizar «Nadia Calviño», que era mirar para otro lado y hacer ver que estaba muy ocupada cuando presenciaba decisiones demenciales de sus colegas de gabinete. La tercera, más popular entre los menos dotados, es ser agresivo con quien discrepe y ponga objeciones al discurso dominante. Por elegancia, no diré nombres de sus practicantes, pero son reconocibles porque podrían ser sustituidos perfectamente por orangutanes adiestrados que harían las mismas tareas de una manera menos conflictiva y más rápida.

En cualquier caso, pretender que la mayoría de la población que alberga serias dudas sobre la bondad de la dirección en que legisla el gobierno son todos fachas tiene menos futuro que la carrera de Mafalda como stripper. Un ejemplo son todas las bobadas que dicen sobre Cataluña, la región que habito. Precisamente cuando el independentismo estaba por fin dudando de que sus delirios fueran sensatos, el gobierno actual les ha dicho que tenían razón. El discurso dominante gubernamental pretende que con ello ha desarticulado su presión, pero tendrían que venir aquí y comprobar como, en comarcas, han conseguido todo lo contrario: una euforia de masa crítica que los ha llevado desde la más profunda depresión a pensar que la única salida posible para la región será, otra vez, la secesión. Ninguna ley de amnistía podrá legislar el pensamiento. Y lo único que han conseguido es rearmar la idea irredenta.

Como en la época que alumbró el punk, asistimos al espectáculo de una élite progresista que habla consigo misma sobre cosas de un país que en realidad no existe.