Res non verba
Hablemos de lo concreto
Pedro Sánchez es el rey del gerundio. «Cumpliendo» es el lema de sus balances. Lo usa porque nunca se acaba y le permite esquivar el pasado a cambio de no llegar al futuro
Generalizar siempre fue un deporte arriesgado, porque en el mundo hay mucha gente, cada uno es de su padre y de su madre y, como decía mi abuelo, a todos hay que darles de comer. Por eso divagar sobre el «volkgeist» de los pueblos es tarea complicada. Aun así, el clásico siempre se atrevió a aventurar que el inglés es empirista; el francés, racionalista y el alemán, idealista. Pero, ¿y el español? Ah, España esa vieja nación, laberinto de espejos cóncavos y convexos. Aquí no son pocos los que han aseverado que Andalucía o Castilla-La Mancha son territorios progresistas porque durante muchos años han votado socialismo secularizante. Y, sin embargo, no encontrará el viajero regiones más conservadoras de espíritu, más depositarias de las esencias hispanas. Ya lo decía Gustavo Bueno: la identidad española es compleja y ambigua, en parte, porque se forjó en la frontera.
Nuestra querencia por la sangre, por la familia, nos hace solidarios y el quijotismo que anida en nuestro pecho nos exhorta a rechazar la injusticia social. Todo eso ha hecho germinar en nosotros un cierto sentido del colectivismo que, en diversos momentos, lo mismo ha encajado en el paternalismo franquista, que ha hecho buenas migas con los planteamientos izquierdistas. Y, aun con todo, por paradójico que resulte, el español es decididamente individualista. Incluso más de lo que él mismo sospecha. Individualista porque nuestra nación se fundó en la raya, la muga, la Extremadura. Allí donde se arriesgaba para ganar, el lugar en el que se asumía el riesgo de ser atacado sin que nadie te socorriese, a cambio de nuevas oportunidades. Los gringos lo llaman «fresh beginning» y presumen de su Wild West. Pero para salvaje Oeste, nuestra Reconquista peninsular y Conquista americana.
Las dos almas de nuestro «volkgeist» hispano han chocado estos días dramáticamente. Otra vez. Ocurrió con la DANA y ahora con los incendios. Compatriotas esperando el manto protector de un Estado, de una idea de colectividad, que ha vuelto a llegar tarde y mal. Compatriotas que han sentido la llamada ancestral de la frontera para defender lo suyo con uñas y dientes, en ocasiones rebelándose contra las indicaciones de las autoridades. Algunos ven en eso la semilla de la anarquía, otros el colapso de la España autonómica. Yo no soy de tremendismos ni sé leer los posos del café.
No me atrevería a decir que somos el Imperio austrohúngaro un día antes de colapsar, pero sí tengo claro que esa idea de Estado con vocación social, que nos pide civismo e impuestos a cambio de orden y progreso, está perdiendo unas ocasiones magníficas para legitimarse. Y eso es un jodido problema en un país donde las encuestas aseguran que los jóvenes cada vez ven menos sentido a pagar impuestos. Ese problema, principalmente, se llama clase política y lleva demasiado tiempo omitiendo su deber de identificar los fallos del sistema para subsanarlos. Bien al contrario, los deja emponzoñar por pereza o los empeora adrede por tacticismo. De octubre del 24 al verano del 25 hemos cambiado el barro por el fuego, pero el problema es el mismo. Dirigentes más pendientes de la foto que de solicitar o declarar un estado de Emergencia Nacional para que no les digan que fueron incapaces de apañarse solos o para no tener que asumir la responsabilidad que se espera del gobierno de la Nación. De todos ellos el más desesperante, y al que más cabe exigir por su cargo, es Pedro Sánchez, el rey del gerundio. «Cumpliendo» es el lema de sus balances anuales. Usa el gerundio porque nunca se acaba, porque le permite esquivar el pasado a cambio de no llegar al futuro. Eternizarse en el poder. Renunciar a ser un buen presidente a cambio de no ser un expresidente. El rey de proponer una y otra vez los mismos Pactos de Estado. Siempre diciendo que todos los medios ya están a disposición y siempre anunciando nuevos medios. ¿En qué quedamos? Siempre la misma plantilla mental: el problema son los ovnis, hace falta un pacto de Estado contra los ovnis y, finalmente, qué mala es la oposición por no acoger con entusiasmo mi propuesta de pacto de Estado contra los ovnis. Hasta que un buen día algún organismo internacional denuncia que Moncloa no está haciendo nada de lo que prometió contra los ovnis. Donde pone ovni, léase corrupción, vivienda, DANA o incendios.
Sánchez descarga la culpa en el cambio climático porque es como boxear contra el viento. Un enemigo al que España, por sí sola, no puede vencer. Lo que sí podríamos, y no hacemos, es revisar la coordinación de nuestras administraciones, reflexionar sobre las actuales obligaciones y limitaciones para desbrozar el monte, las condiciones laborales de los brigadistas y sus medios, el castigo para los pirómanos… Hablemos de lo concreto y aborrezcamos entelequias y gerundios infinitos. Exijamos gestión y contengamos la ideología tramposa. Algo no funciona en España. No necesitamos antipolítica, sino mejor política. Si queremos conservar la colectividad, fiscalicemos a nuestros dirigentes con la determinación de quienes pelean por lo suyo. Es la lucha que nos espera en la frontera.