África

Ceuta

«Hemos llegado a quitarnos la ropa para abrigarles»

Un guardia civil relata a LA RAZÓN cómo es su día a día en la frontera de Ceuta

Un grupo de personas jalean consignas contra las medidas adoptadas en la frontera
Un grupo de personas jalean consignas contra las medidas adoptadas en la fronteralarazon

Lleva tres años trabajando, pero no en un destino cualquiera, él presta servicio en el perímetro y la costa fronteriza de Ceuta. Por tierra, pasan al día miles de personas, su tarea consiste en evitar que porten consigo objetos de contrabando. Por mar, la cuestión se complica, cada vez con más asiduidad se avistan grupos de inmigrantes subsaharianos intentando alcanzar el milagro, las costas españolas.

«Una vez que los localizamos esperamos a que lleguen a tierra, si vienen con dificultades avisamos de inmediato a la Cruz Roja» dice mientras nos relata el protoco a seguir en caso de llegadas masivas. La Cruz Roja les presta auxilio, les despoja de la ropa mojada y les ayuda a entrar en calor con mantas y bebidas calientes. Pero cuando las ambulancias se retrasan los inmigrantes solo cuentan con la tutela de la Guardia Civil, y en numerosas ocasiones son estos agentes los que les asisten. «Llegan calados, helados de frío, exhaustos... Algunos compañeros hemos llegado a quitarnos nuestra propia ropa para abrigarles, cualquier cosa ayuda, un jersey, una cazadora».

Los agentes no dudan, incluso, en lanzarse al agua para rescatar a los que no consiguen alcanzar la orilla, aunque en ocasiones sea demasiado tarde para ellos. En lo que va de año, más de 172 inmigrantes fueron rescatados con vida por la Guardia Civil.

El trabajo es duro, sí, pero también gratificante. «Les miras a los ojos y te sonríen. Han conseguido su objetivo, aunque no terminen de creerselo, muchas veces no alcanzan a entender la diferencia que existe entre Ceuta y la Península, pero saben que es España. Entonces te sonríen, te besan y te dan las gracias» señala el agente que ha preferido no dar su nombre.

Cada inmigrante subsahariano tiene su historia y más de un intento frustrado de entrada a sus espaldas. «En una ocasión interceptamos a un indocumentado que hablababa perfectamente castellano, nos sorprendió» recuerda, mientras se intuye una sonrisa en su cara. «De hecho nos asombró tanto que le preguntamos y nos contó su aventura. Había vivido en Tarragona, o en alguna provincia catalana, y durante años trabajó en la construcción. Después de un viaje a su país, para visitar a su familia, ya no le permitieron volver a España por la vía ordinaria. Entró en una de las avalanchas masivas que se produjeron en los últimos años, después ya no supimos nada más de él, es difícil desde nuestra posición mantener un contacto posterior con ellos» señala.

Nuestro trabajo es claro, nos dice «el objetivo es impedir que se vulnere la legalidad con la entrada a España por lugares y vías que no están permitidos» pero una vez que entran –burlando la seguridad y la ley– cambia el escenario, «les prestamos toda la ayuda humanitaria posible y les auxiliamos junto a la Cruz Roja». «Te puede más la misión humanitaria, muchos compañeros hemos estado destinados en países de África y conocemos su realidad».

Los agentes que lidian a diario con la creciente presión migrataria no se muestran impasibles ante esta cruda realidad. «El ver como entran, te duele. Podrían arreglar su situación en sus lugares de origen, en cambio, recorren medio país buscando una salida», una salida que en demasiadas ocasiones se trunca a escasos kilómetros de conquistarla.

En cuanto al aluvión de críticas recibidas por la actuación de la Guardia Civil en la tragedia migratoria del Tarajal, se muestra bastante pragmático: «hay que estar aquí –al menos un par de días– para ver lo que hacemos, prestamos un servicio que va más allá de lo que nos exigen».