Tomás Gómez
El juego del gallina
Tanto Sánchez como Puigdemont tienen miedo a una repetición electoral
En el «juego del gallina», dos conductores suicidas circulan a gran velocidad en sentido contrario por el mismo carril. Pierde el primero que se desvíe de la trayectoria que les conduce al impacto frontal.
La negociación del PSOE con el independentismo catalán se ha convertido en algo parecido. El protagonismo de Puigdemont ha subido el precio del acuerdo de investidura, que se puede resumir en ley de amnistía, referéndum y una saca de millones a costa de las arcas del Estado. Un botín completo.
Sánchez ha empezado a acusar el golpe de no haber contado la verdad antes del 23J, cuando proclamaba en los mítines que no habría amnistía para los condenados por el «procés». En esas circunstancias, intenta que la negociación de la consulta se posponga para después de la investidura.
Puigdemont, para pactar, necesita ofrecer a los suyos un compromiso de referéndum. La ley de amnistía le da la percha, pues significaría que la consulta fue legal. Además, una de las críticas de Junts a ERC ha sido el advenimiento de estos a cambio de los indultos.
Tanto Sánchez como Puigdemont tienen miedo a una repetición electoral. En la calle Ferraz disponen de datos que pronostican que Feijóo junto a Vox podrían alcanzar los 176 diputados.
A Puigdemont tampoco le va bien. Podría perder la posición de poder que le ha otorgado Sánchez en este proceso y también tendría difícil justificar ante los suyos que, después de seis meses dando vueltas al asunto, se quedarán sin amnistía y sin consulta.
La única duda es quien tiene más miedo a la colisión, esto es, al 14E. Pero, sin duda, el que tiene más temor es el que tiene más que perder y, en eso, Sánchez se lleva la palma, porque supondría su final político.
Veríamos desfilar a ministros y dirigentes regionales que hacen declaraciones siguiendo órdenes de Moncloa, revolverse con el líder caído para mantener un sillón.
Sánchez se ha adueñado de la archiconocida frase de Enrique IV de Francia de que «París bien vale una misa» y, por miedo a perder el poder, hará hasta dos misas.
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