El personaje

Pablo Iglesias: La venganza del «Lenin español»

El gran jefe morado está muy enojado con Pedro Sánchez, a quien considera el auténtico muñidor de la plataforma de Yolanda Díaz para dañar a Podemos, y de paso le advierte tenga cuidado con ella

Pablo Iglesias
Pablo IglesiasIlustraciónPlatón

En sectores de la izquierda a la izquierda del PSOE, en palabras del ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, subyacen dos análisis sobre la actitud de Unidas Podemos hacia Yolanda Díaz y su plataforma Sumar: uno, que el gran líder Pablo Iglesias ha decretado una guerra total contra su antigua amiga y sucesora protegida. Y otro, que todo es una calculada farsa hasta los resultados de las elecciones de mayo para luego iniciar un acercamiento de unidad que permita a podemitas como Ione Belarra e Irene Montero mantenerse en el poder.

«¿Dónde van a ir estas chicas fuera del gobierno?», se preguntan algunos ministros socialistas, incrédulos ante la posibilidad de que pierdan sus actuales prebendas. Por el contrario, otros miembros del gabinete opinan que la batalla va en serio y que Iglesias está enfurecido ante la conducta de Díaz. Sus declaraciones asegurando que ella «no es de nadie» y rechaza «tutelas» han molestado mucho al gran jefe morado quien, mediante un clamoroso dedazo, la designó como su heredera. En su entorno son muy críticos hacia la vicepresidenta y ministra de Trabajo, y así definen su conducta: «La hija ha traicionado al padre».

En medio de esta batalla por liderar la extrema izquierda, que algunos ven dudosa y a merced de lo que suceda el 28-M, Pablo Iglesias maneja los hilos del partido a través de sus dos «halconas», las ministras de Igualdad y Derechos Sociales. Irene Montero ha sido muy dura contra Díaz con su exigencia de una primarias abiertas a la ciudadanía, mientras Ione Belarra ha bajado algo el tono, defiende la voluntad de acuerdo y le pide a Pedro Sánchez que se concentre en gobernar. Un aparente doble juego en el que por un lado Iglesias manda el recado de su profundo malestar, y por otro exhibe el rostro bueno para una candidatura de unidad. «Esto es un paripé», opinan varios dirigentes del PSOE. Sin embargo, otros advierten que Iglesias no tiene un pelo de tonto y sí una estructura de partido con la que hacer daño a Yolanda Díaz. De momento, ha recibido el apoyo de sus amigos de Esquerra Republicana y Bildu, reacios a la plataforma de Sumar.

En su papel de activista tertuliano y telepredicador, Pablo Iglesias confiesa ya claramente que se arrepiente de haber designado a Yolanda Díaz como sucesora y diseña una candidatura podemita liderada por su pareja, Irene Montero. La operación queda en función de los resultados del partido morado en mayo, muy adversos según vaticinan las encuestas, aunque en el entorno de Iglesias recuerdan que Sumar no se presenta a estas elecciones y su examen político se producirá en las generales de diciembre. El gran jefe morado está muy enojado con Pedro Sánchez, a quien considera el auténtico muñidor de la plataforma de Yolanda para dañar a Podemos, y de paso le advierte tenga cuidado con ella: «Si traicionó a sus dos mentores, José Manuel Beirás y el propio Pablo, podría hacer lo mismo con Sánchez», dicen los fieles a Iglesias.

En la cúpula del partido, liderada por Belarra y Montero, no se ahorran críticas y ven a la ministra de Trabajo como «la señorita Pepis de Pedro Sánchez». Lo cierto es que ni en sus mejores tiempos como Delegado de Curso en la Facultad de Ciencias Políticas de Madrid, allá por el año 2001, podría haber soñado Pablo Iglesias Turrión llegar tan lejos. Primero estudió Derecho con algunos profesores del PCE como Enrique Curiel, pero las leyes no le gustaban y se pasó a Políticas, dónde se convirtió en un activista rebelde de movimientos antiglobalización y una plataforma de desobediencia civil en lucha. Allí conoció a uno de sus ideólogos y maestros, el profesor Heriberto Cairo Carou, un gallego nacido en Lugo, de raíces latinoamericanas, radical de extrema izquierda y con fuertes conexiones en Argentina, Venezuela y las dictaduras populistas del continente. Hijo de María Luisa Turrión Santamaría, abogada de Comisiones Obreras, y de Francisco Javier Iglesias Peláez, inspector de Trabajo, profesor de historia y militante del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), la vida de Pablo comenzaba a cambiar.

Hermético en su vida familiar, hay algo que nadie niega en su entorno: la influencia de su abuelo materno, un profesor exiliado en Suiza que daba clases de comunicación política y psicoanálisis en la Universidad de Ginebra, le enseñó francés, inglés con algo de alemán, y una cultura marxista de primer orden, que fue el primer catecismo de Iglesias. En la Facultad conoció a un grupo de jóvenes radicales, entre ellos Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa y Rafa Mayoral, y decidieron ofrecerse a las tertulias televisivas. Nadie sabe en realidad dónde arranca la conexión de Podemos con el Chavismo venezolano, pero sí que culminó en su entrada en la Fundación CEPS (Centro de Estudios Políticos y Sociales de la Izquierda), muy ligada al régimen chavista y regada con fondos de millonarios venezolanos en el exterior. El germen podemita estaba a punto.

Profesores y compañeros de la etapa universitaria coinciden en su personalidad: frío como el hielo, controlador al más puro estilo marxista, calculador como un profesor de álgebra y vengativo. «Es como un ave de rapiña hasta lograr su presa», dice un antiguo compañero de Facultad. Apasionado de la naturaleza, este amigo recuerda cómo en aquellos años universitarios les atraía la montaña, practicaban senderismo y pernoctaban en tiendas de campaña a la intemperie. «Le gustaba la ornitología», comenta esta fuente cercana a Pablo en aquellos días. Forjado en las tertulias televisivas, nadie podía imaginar su ascenso político hasta llegar a ser vicepresidente del gobierno de España, dónde demostró su nula gestión. «Un hombre con poca chicha pero mucho chicharro», afirma un experto sociólogo sobre Iglesias, más cómodo en el activismo que en las instituciones. Saltó del programa «La Tuerka» a ser el torniquete necesario para que Pedro Sánchez formara un gobierno de coalición social-comunista. Ahora, «el Lenin español, como le gusta definirse, lo quiere seguir siendo.