
La crónica
Sánchez: Del «¿os queda claro?» al «así es» para dar fe de su «no» a todo
Precisión suiza, los camareros sirvieron el segundo plato al inicio del turno de Ayuso

La historia de lo que no se vio el viernes en la reunión de la Conferencia de Presidentes es muy clarificadora del estado anímico del presidente del Gobierno y de su obsesión con las presiones que está recibiendo para que convoque ya elecciones generales.
Es la historia, además, de un fracaso buscado porque ni siquiera en Vivienda, el tema que, en teoría, más urgía al Gobierno sacarlo adelante, o al menos vestirlo bien para callar la boca a la izquierda a su izquierda, se ocuparon de convocar previamente la correspondiente reunión sectorial, más técnica, para limar los puntos de desacuerdo.
En la Conferencia de Presidentes de Santander, el líder socialista se marchó sin llegar a despedirse de los barones autonómicos, pero este pasado viernes sí lo hizo, movido, o esa es la impresión que dejó en algunos de ellos, por la necesidad de maquillar sus debilidades con la compulsiva referencia a que los españoles no serán llamados a las urnas hasta el 27.
«¿Os ha quedado claro?», les dijo Sánchez según fue despidiéndose uno a uno. También es cierto que no le gustó nada que en el guion de la Conferencia los dirigentes populares se amotinasen con la exigencia de la disolución de las Cámaras.
La cara le mudó cuando en sus primeras intervenciones tanto el presidente gallego, Alfonso Rueda, como el presidente de Andalucía, Juanma Moreno, reclamaron su dimisión y que convocase urnas.
Durante la Conferencia, uno de los momentos de más tensión fue cuando el presidente Rueda le preguntó si no iba a permitir que se votase ninguna de las propuestas defendidas por los presidentes autonómicos del PP, acordadas, por cierto, en un bloque de ocho como mecanismo de presión para resaltar la soledad de Sánchez en el marco territorial.
La respuesta del presidente fue un lacónico «así es», que envolvió en explicaciones técnicas sobre cómo el reglamento de la Conferencia permite al Gobierno vetar las votaciones de medidas concretas si no está de acuerdo con ellas.
Tampoco se sometieron a refrendo las del Gobierno, como las relativas a Vivienda. Lo lógico es que estas iniciativas, si hay voluntad real desde el Gobierno de turno de impulsarlas, se lleven antes a la conferencia sectorial para limar las diferencias y llegar a la multilateral con el pacto encauzado.
Por cierto, a la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, se le atragantó hasta el almuerzo en esta nueva rutina que ha impuesto el Gobierno de que no se haga un receso para comer.
Esto lleva a que los representantes de Madrid, Extremadura, Baleares y Castilla y León, más o menos siempre ellos, en función de los tiempos, tengan que acabar haciendo su intervención entre plato y plato.
Una incomodidad para ellos y una dificultad extra para que se atienda a lo que están diciendo, ya que el resto de presidentes está más pendiente del ir y venir de los camareros que de lo que están escuchando.
De hecho, los camareros entraron en la sala para servir el segundo plato con previsión suiza, justo cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid empezó a hablar.
Algunas comunidades, entre ellas Madrid, habían pedido en la reunión preparatoria hacer un breve receso para comer, pero el jefe del Ejecutivo debía tener prisa por terminar, ¡o alguno de los asistentes mucha hambre!
En esto de analizar el valor de lo que no se vio también tiene su significado la puesta en escena de la Conferencia.
El presidente del Gobierno se sentó en una mesa solo, separado de los presidentes autonómicos y de los ministros, que estaban situados a sus espaldas, como su guardia pretoriana. Parecía una suerte de trono que evitaba el contacto con los demás.
La corte de vicepresidentas y ministros que se desplazó hasta Barcelona no tuvo una sola intervención en toda la mañana, de hecho, no se relacionaron con los presidentes y consejeros, ni siquiera mientras los asistentes al Pleno estaban llegando a la sala.
La Conferencia de Presidentes se ha colado, por cierto, dentro de la estrategia de Moncloa de girar el debate público de manera que sus medios más próximos agiten la sensación de que hay una fosa séptica en la que de las cloacas de la etapa del PP salen los movimientos policiales y judiciales que quieren desestabilizar al Gobierno de Sánchez.
El problema es que sí hay fosa séptica, pero está ahora mismo bajo el mando de dos bandos, sobre los que Sánchez y sus peones con cartera de ministros no tienen capacidad de control.
El líder socialista está encajado entre las filtraciones que salen del entorno del empresario Víctor de Aldama y su abogado, y de la amenaza que representa el equipo que formaron el empresario Javier Pérez Dolset y la militante socialista Leire Díez. El reto de los fontaneros de Sánchez en activo es recuperar el control, pero los intereses de los bandos son opuestos.
Por cierto, el silencio del presidente del Gobierno desde que irrumpió el «caso fontanera» es porque en Moncloa tienen miedo de que lo que diga pueda activar a una de las dos partes, más de lo que ya lo está.
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