Negociaciones
Los socios de Sánchez enfrían la investidura para subir el precio
Illa rebaja el optimismo de Moncloa. La investidura no se prevé ya antes de la segunda semana de noviembre. El PSOE teme el boicot de sus aliados a la jura de la Princesa Leonor
Pedro Sánchez ya es candidato a la investidura por la «disponibilidad» que ayer mostró ante el Rey Felipe VI para conseguir los apoyos necesarios para sacar adelante la votación en el Congreso.
El presidente del Gobierno en funciones sigue sin pronunciar la palabra «amnistía», no lo hizo en su comparecencia posterior a la reunión con el jefe del Estado, en esta segunda ronda de contactos, ni tampoco lo hizo en privado, durante la conversación que mantuvo con el Monarca.
La negociación con Carles Puigdemont lleva abierta desde hace semanas y gira, por supuesto, sobre la amnistía, y está exigiendo al Gobierno buscar asesoramiento técnico y jurídico para delimitar bien los delitos independentistas que se borran y los beneficiarios del perdón. Y también para evitar que el Tribunal Supremo pueda corregir la interpretación que ellos quieren que se dé a esta polémica ley. El objetivo es evitar que les ocurra igual que con la malversación.
Moncloa y sus socios saben a qué engendro legal tienen que dar formar para conseguir el «sí» del expresidente Carles Puigdemont. Pero Sánchez no entró en detalles en la audiencia que mantuvo con el Rey.
Mientras, si uno escucha al entorno de Junts, habrá acuerdo y será para la segunda semana de noviembre; pero en el círculo del PNV, también con hilo directo con Puigdemont, se tientan más la ropa antes de dar por hecho el acuerdo.
En esto coinciden con el líder del PSC, Salvador Illa, que está pisando el freno al optimismo de Moncloa ante lo que se viene encima. No se niega el pacto, pero sí señala las dificultades que implica, y a las que Moncloa intenta poner sordina en Madrid para crear un clima de opinión favorable a la candidatura de Sánchez.
Este optimismo ya se ha confirmado bastante impostado una vez que ha pasado la investidura fallida de Alberto Núñez Feijóo. Entonces, como «calentamiento», todos los canales oficiales de Moncloa difundieron el mensaje de que la negociación estaba tan encarrilada que podría celebrarse el Pleno de investidura de Sánchez en este mes de octubre. Las tornas han cambiado y desde los mismos satélites se habla ya de una negociación larga, que necesitará su tiempo, y mucha paciencia.
Aunque el círculo de confianza de Sánchez se prepara ya preventivamente para tener lista la campaña de pedagogía del pacto firmado con Puigdemont. Asumen que tienen que estar preparados para el inicio de la reacción de la sociedad civil, que limitan a una «agitación de la derecha que no se resigna a no poder gobernar», según su argumentario. Pero si se cumple ese calendario, que alarga al menos hasta la segunda semana de noviembre la sesión de investidura, Sánchez se enfrenta ciertamente a una travesía en el desierto de un importante desgaste personal y para su partido.
Sus asesores confían en poder taparlo con el semestre español de Presidencia de la Unión Europea, en el que buscarán refugio para blanquear la negociación con Puigdemont, pero en las filas socialistas, fuera de ese círculo de máxima confianza de Sánchez, ven con mucho más escepticismo, y preocupación, el tiempo que se abre y las consecuencias para el partido de una investidura y de una legislatura sometida al chantaje constante del independentismo.
En el Partido Socialista también preocupa la gestión de la Jura de la Constitución por parte de la Princesa de Asturias, que se celebrará el próximo 31 de octubre en el Congreso. El plante y boicot de los socios se da por hecho, y Sánchez tendrá que colocarse del lado del bloque de la derecha, por más que lo demonice, si quiere preservar la institucionalidad a la que le obliga el cargo que representa.
Para Casa Real el acto de jura de la Constitución por parte de la Princesa de Asturias tiene un valor simbólico extraordinario, y dentro del PSOE temen no estar a la altura de las circunstancias por coincidir con el barro de la negociación con Puigdemont.
Las versiones sobre el estado de salud de esa negociación son variopintas, depende del interlocutor con quién se hable, así le dan menor o peor pronóstico, en una coincidencia bastante generalizada en que habrá pacto. Mientras, el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, aseguró ayer que se abre un proceso en el que todo es mentira porque el acuerdo «ya está hecho».
En todo caso, Sánchez no da pistas, ni siquiera a Felipe VI, de lo que sus negociadores están hablando con Puigdemont, a pesar de que, atendiendo a las líneas marcadas por el independentismo, las conversaciones giran sobre cómo poner en un papel una enmienda a la totalidad al discurso que pronunció Felipe VI el 3 de octubre de 2017, en respuesta al referéndum ilegal en Cataluña.
En esta negociación ya abierta formalmente entre Moncloa y sus socios, aunque los temas importantes se están discutiendo en una mesa paralela a la de las fotos de Pedro Sánchez con los portavoces de los grupos parlamentarios, el presidente del Gobierno en funciones tiene mucho menos margen de maniobra que cuando negoció su investidura con Pablo Iglesias. Está en una situación más precaria y la líder de Sumar, Yolanda Díaz, tiene que repartir entre todas las siglas que forman parten de la plataforma que ella encabeza, y que también exigen su trozo de la tarta si finalmente se llega a formar gobierno.
Además, las elecciones en el País Vasco alejan al PNV de estar en la misma ecuación que Sumar y Yolanda Díaz. El independentismo solo está obsesionado en dar pasos hacia la resolución de sus problemas personales y judiciales, y aprovechar la coyuntura para encarrilar una consulta, mientras que Yolanda Díaz necesita presentarse con una programa de izquierdas, todavía más de izquierdas, que el que defendió en la pasada Legislatura.
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