Opinión
A tortas por el feminismo
Lo que ha motivado al PSOE a tramitar por la vía de urgencia una reforma de la ley ha sido un cálculo electoral.
Las dos palancas para transformar la sociedad en sentido colectivista son el feminismo y el ecologismo. Son religiones políticas, dogmas intocables asentados sobre la nueva moral, que legitiman cualquier cambio legal, incluso violar el derecho de propiedad y la igualdad ante la ley. Esas dos palancas son propiedad de la izquierda, y en España se las disputan el PSOE y Podemos.
El Ministerio de Igualdad, en consecuencia, es un arma de transformación masiva. No lo son Trabajo, Fomento o Consumo, que no importan a la izquierda. Por eso el podemismo se atrinchera en dicho organismo y, citando a Ángela Rodríguez «Pam», están en plena «diarrea» legislativa. Ese ministerio sirve para adoctrinar y legislar, forjar conciencias y comportamientos, y ser punitivo socialmente con quien no encaje.
Sánchez tragó con que Podemos se apropiara del Ministerio sabiendo que iba a crear dificultades. Lo hizo desde el primer 8-M de la legislatura, el de la pandemia, cuando se celebró para contentar a Irene Montero y mostró el enfrentamiento con el feminismo del PSOE. Luego, el sanchismo dejó hacer a las podemitas con su propaganda arcoiris y su apoyo a los LGTBI porque estas cuestiones no tienen efecto electoral.
El problema ha llegado con la Ley de «solo sí es sí». El sanchismo hoy doliente, como Carmen Calvo o Pilar Llop, incluso Juan Carlos Campo, entonces ministro, ya señaló en su día que la ley de Irene Montero era un sindiós. Sabían que se iban a rebajar las penas de los delincuentes sexuales pero tragaron para mantener la coalición. Pensaron, como confesó una de las autoras de la ley, Patricia Faraldo, que podrían controlar a los medios y que la información sobre las excarcelaciones no sería noticia. La verdad es que sorprende más esta ingenuidad que la negligencia.
Este escándalo ha afectado directamente a uno de los pilares del PSOE: el feminismo. El goteo constante de beneficios a los que delinquieron contra las mujeres no combina con su retórica feminista. Esta vez los hechos son tan tozudos que no cabe demagogia alguna. El resultado es una sangría electoral. Se calcula que el PSOE podría perder hasta un millón de votos con el fiasco de la Ley del «solo sí es sí». Esto es más sangrante si se sabe que Sánchez tragó diciendo que sería una ley que imitaría todo el orbe, y ahora quiere rectificar ante la evidencia del mal resultado.
El presidente pensó que si se quedaba en un asunto doméstico aún podría controlarlo. Quizá presionando al Tribunal Supremo, o con un milagro laico. Pero lo que no aguanta es el ridículo mundial, el que su imagen de protector de las mujeres se trunque por una ley que excarcela a violadores y agresores sexuales. No olvidemos que el plan B de Sánchez es un pingüe puesto internacional en algún organismo que le permita seguir con su espléndida vida.
La ingeniería social se les ha ido de las manos en esta ocasión porque ni transforma ni da votos, que es lo que más duele. En todo esto, y es a lo que voy, las víctimas no importan un higo. Ni las mujeres en general. Lo que ha motivado al PSOE a tramitar por la vía de urgencia una reforma de la ley ha sido un cálculo electoral. Y lo que impulsó a Podemos a perpetrar la norma fue su obsesión con la transformación social, a costa, como siempre, de la realidad, de las personas, de la lógica jurídica y del Estado de Derecho.
El impacto de la Ley de solo «sí es sí» y la reacción del PSOE y Podemos han dejado desnuda a la izquierda. Pusieron a «la mujer» –como si solo hubiese una, despreciando la pluralidad– en un pedestal pseudoreligioso, intocable, inmaculado, que necesitaba de una protección paternalista al tiempo que se le decía que merecía todo y más. Pero solo era para ganar sus votos. Qué chasco.
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