Psicología

Mi hijo cuentas muchas mentiras y ya no sé qué hacer

La mayoría de las veces detrás de un niño que miente hay un conflicto que puede resolverse

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Generalmente los niños cuando mienten lo hacen porque detrás hay un conflicto que ellos no saben resolver por sí mismos. Es importante distinguir una mentira suelta que una actitud donde siempre se recurre a la mentira. Ahí hay que hablar con un experto.

“Tenemos un problema, nuestra hija es muy mentirosa”. Con esta frase comienza una entrevista con los padres de una niña de 14 años que, durante más de tres meses, les ha hecho creer que no había suspendido nada y al llegar las notas de la primera evaluación, estaba todo suspenso, explica Ainhoa Uribe Gutiérrez, Psicóloga infantil y Juvenil

y Directora de AITTA Psicología.

¿Es normal o habitual recibir este tipo de consultas en los gabinetes de psicología? Sí, son frecuentes las consultas en clínica por niños que claramente mienten o engañan -explica la psicóloga. “No para de mentir y cada vez va a más” me comenta otra madre cuyo hijo, diagnosticado de TDH no dice la verdad cuando le pregunta sobre los exámenes que tiene o los deberes que debe completar cada día. “Me dice que no soporta a la nueva pareja de su padre” me comenta una madre divorciada del padre de su hijo, mientras que el padre me confiesa “a mí me pregunta cuándo vamos a quedar a comer con ella”.

¿Por qué miente mi hijo?

Desde la perspectiva del adulto -explica la experta- solemos interpretar estas mentiras como si el niño tuviera la intención de dañar al otro o salir beneficiado en algún aspecto (librarse de hacer deberes, no recibir una reprimenda o un castigo por suspender ...) Sin embargo, si analizamos de cerca estas situaciones descubrimos que realmente hay mucho más que lo que percibimos a simple vista- sostiene.

Una situación de sobreprotección por parte de los padres desde el mismo momento del nacimiento (en este caso, un hijo prematuro), donde el niño encuentra problemas para quedar con sus amigos por la desconfianza en que deriva la actitud protectora de los progenitores. Una enfermedad grave e inesperada donde han tenido que operar casi a vida o muerte a uno de los padres que empuja a inventar una historia sobre las notas con el objetivo de no dar más disgustos en casa. Una situación de divorcio donde tras un periodo de reconciliaciones y distanciamientos aparece una nueva pareja y el niño se encuentra dividido en un conflicto de lealtades donde busca no disgustar a ninguna de las partes. En estas tres situaciones pueden surgir las mentiras, los engaños. Pero ¿realmente se pretendía engañar porque sí, se pretendía engañar por obtener un beneficio personal y egoísta?

Desde un punto de vista clínico, comenta la psicóloga, las mentiras en los niños las encontramos con mayor frecuencia a partir de 11 ó 12 años. Los niños más pequeños mienten también pero su capacidad de elaboración de una historia alternativa a la real es menor y con frecuencia resulta evidente para los adultos que lo que escuchamos no es cierto. En casos de niños pequeños, niños de diez años o menos, nos resulta más comprensible entender el motivo de sus mentiras y empatizar con la situación por la que están pasando nuestros hijos. Por eso probablemente a esa edad es menos frecuente que las mentiras lleguen a convertirse en un problema, explica la experta.

Cuando el niño crece y gana en capacidad de razonamiento- sostiene- las mentiras pueden volverse realmente elaboradas y aquí es donde empiezan las discrepancias y los desencuentros familiares. Tras muchos años de práctica profesional, tengo claro que los niños nunca mienten gratuitamente. Resulta fundamental ser capaces de identificar la causa que les lleva a utilizar lo que no puede ser entendido sino como un recurso más- a veces una defensa o una resistencia - para lograr un objetivo y, de este modo, ser capaces de ayudarles a evitar los engaños.

Existen tres grandes categorías de motivos que suelen llevar a un niño al engaño. La primera de ellas, la necesidad de mantener el equilibrio familiar, se observa mucho en familias con padres separados o divorciados donde los niños temen perder el amor de sus figuras de apego o no quieren ser una fuente adicional de dolor para sus padres. En estas situaciones, los niños comienzan a mentir u ocultar información sobre el uno de los progenitores que podría resultar dolorosa al otro o cuentan a cada uno justo aquello que esperan oír para resultar complacientes y asegurarse de que no van a ser abandonados.

Una segunda categoría es la relacionada con la urgencia de saciar alguna necesidad que no está siendo cubierta en el entorno familiar- argumenta. Cuando las necesidades relacionales, de ocio o de la índole que sean no se pueden cubrir, el niño ─debido a su instinto natural de buscar aquello que le hace falta─ utiliza las herramientas que tiene a mano para conseguirlo. Mentir es una herramienta más. No para hacer daño a los padres sino lógicamente para saciar una necesidad que resulta acuciante en ese momento.

Un último grupo de motivos es aquel relacionado con una baja tolerancia a la frustración unida especialmente a una baja autoestima. Asumir la responsabilidad de un suceso que puede llevar a un castigo es soportable siempre y cuando nuestra autoestima sea capaz de soportarlo y salir airosa de la reprimenda. Nuevamente el instinto de supervivencia se activa y, si no vamos a ser capaces de soportarlo, entonces nuestra mente busca responsables externos de lo sucedido. En este caso entrarían estos niños que siempre “echan balones fuera”...: no es que yo haya perdido el abrigo, es que mi compañero se confundió y lo colgó en otra percha y entonces yo al mirar no lo vi,... y la historia puede seguir con diez elementos más. Este grupo de niños son los que muchas veces son calificados por los padres como “orgullosos” o que nunca reconocen lo que hacen mal -explica la psicóloga.

En determinadas ocasiones no se trata tanto de mentiras como de fantasías. Recuerdo una niña que, al cambiar de colegio y llegar nueva contó a toda su clase que tenía varios hermanos más pequeños que ella. Era hija única y presentaba un sentimiento de soledad tan grande que su forma de protegerse de ello era imaginar que su familia era como a ella le gustaría- explica la experta. La fantasía es un recurso mental que ayuda a la creatividad, pero que hay que mantener dentro de unos límites dado el peligro que supone llegar a un punto en el que la persona no distinga entre aquello que realmente sucedió de aquello que imaginó.

¿Cómo podemos prevenir o evitar las mentiras?

Resulta importante en cualquier caso que como padres y madres adoptemos y practiquemos diversas actitudes para evitar que la mentira se instale como recurso habitual en nuestros hijos. La primera y más importante de todas: ser sinceros nosotros con ellos también. No contar historias tergiversadas solo por querer suavizar la realidad. Hay momentos en los que la realidad de los niños es dura y debemos trasmitirla con un lenguaje sencillo, adaptado a su capacidad de comprensión y sin necesidad de ahondar en determinados detalles pero resulta contraproducente inventar una historia alternativa a la real.

Otras actitudes recomendables a la hora de desincentivar el recurso a la mentira son:

- Saber escuchar: cuando nuestros hijos tienen algo importante que decir, dejar que hablen hasta el final, sin interrupciones. Dejar que den sus explicaciones y no juzgar aquello que nos cuentan, al menos, hasta que hayan terminado de hacerlo.

- No resultar agresivos, gruñones o excesivamente irritables. Cuanta más tendencia tengamos nosotros al enfado, más difícil les resultará a nuestros hijos ser sinceros con nosotros.

- Evitar responsabilizarles de lo sucedido por cómo SON y poner el acento en cómo se han COMPORTADO. “no eres malo, sino que esta vez te has comportado mal”

- No herir su autoestima con frases descalificatorias: “eres tonto”, “solo se te ocurre a ti”, “no tienes dos dedos de frente” y frases similares.

- Ayudarles a reconocer la parte de responsabilidad en lo sucedido que ellos puedan asumir: tal vez no perdiste el abrigo pero la próxima vez mira en todas las perchas antes de irte.

En definitiva, establecer una comunicación fluida, sin reproches constantes, donde nosotros mismos reconozcamos cuándo nos hemos equivocado y en qué hemos metido la pata así como ser sensibles a sus necesidades es la mejor forma de prevenir el uso de las mentiras.