Gente
Injusticias de esta vida perra
La súbita muerte de Álex Lequio nos tiene perplejos, asustados, confusos, sorprendidos. Desconsolados y desconcertados. Una injusticia
Aún no he reaccionado. La súbita muerte de Álex Lequio nos tiene perplejos, asustados, confusos, sorprendidos. Desconsolados y desconcertados. Una injusticia. No hago más que pensar en cómo estará Ana y en la desesperación de caro Dado. Siempre le llamó así por nuestra vieja relación, hoy casi inexistente, pero que nació al presentar Chanel, en Joy Eslava, el mítico, incombustible y ya histórico local de Pedro Trapote que primero fue teatro de Luis Escobar donde se reveló Nati Mistral en ‘Te espero en el Eslava’. Pitita Ridruejo los amadrinó contra la incomprensión. “Pero, ¿éste qué se ha pensado?”, decían celosos.
De caro Dado perdura en mí el cariño y los recuerdos de lo mucho compartido aquellos tiempos tan románticos de renovación y pelea contra la incomprensión social: no entendían ni soportaban que un italiano recién llegado, guapo y elegante, sí (y, además, civilmente malcasado con la interesante Antonia dell’Atte, persona bravísima pero sin pedigrí) conquistara a la “piu bella” del reino.
Ana era lo más en aquella España de los 90. Ninguna la superaba y el verano de Ibiza y Marbella, siempre por ese orden preferencial, no comenzaba hasta su arribada llena de maletas. Ibiza superó la competencia turística malagueña tan “gunilizada”. La isla aún no estaba situada bien. La princesa Smilja le dio un sitio en el mapa llevando hasta allí a personajes mundiales. El verano marbellí no se consideraba tal hasta que a mediados de agosto llegaban Anita y su séquito para embellecer las noches de Pachá o los animados saraos propagandísticos de Jesús Gil y Gil, un regidor muy criticado pero que dio estatus y universalidad a lo que hasta entonces no era más que una bella pero tranquila población costera. Él la catapultó al mundo y compitió con St. Tropez o Capri, dos nombres que marcaron época gracias a la influencia de Brigitte Bardot, máximo símbolo rubio teñido del glamour.
Recuerdo cómo la conocí en sus estivales estancias en Saint Tropez donde habitaba su ‘La Madrague’, una cálida casa chalé de estilo afrancesado, despejadas ventanas, y techos en pico, puertas en madera vista oscurecida y barnizada. Animaba los atardeceres del céntrico ‘Senequier’, donde conocí a Sylianne y José Luis de Villalonga. Brigitte iba desinhibida como llamativo “paquete” sobre una Vespa, tan de moda en el momento. El cuñadísimo marqués de Villaverde las representó aquí y le pusieron jocosos “el marqués de Villavespa”. Cachondeo. BB, la melena al viento y excitante símbolo real y sexual más de carne que hueso de lo que se suponía e imponía un estilo ciudadano moderno, rompedor y provocativo. Todas copiaban a BB. Su descaro, su camiseta desvaída, las guedejas semi rubias y los rojos labios. Y a su lado nada podía hacer la también cotizada y con mayor calidad artística, pero menos fuerza, Annie Girardot, que residía en Santa Maxímine, a 14 kilómetros de distancia.
Brigitte, juvenil, iconoclasta, innovadora y modernísima, era mucho más seguida y perseguida por imagen, desenfado, modus vivendi, propósitos, impacto y mini bikinis. Duró años. Creó estilo pero acabó aburguesada. Mejor no recordarlo. Con ella dio la vuelta al mundo como ahora la actualidad española se fija pasmada, doliente y afligida en Ana Obregón, nuestra desconsolada amiga. Aunque siempre se mostró fuerte y animosa, le costará superar esta pérdida. Mucho pasó por ser feliz, pero, ay, poco le ha durado. Injusticias de esta vida perra.
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