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La crónica de Mariñas: La Campos nos mira sobre tacones de 13 centímetros

María Teresa Campos
María Teresa CamposAlberto R. Roldán

Teresa ahí sigue, impertérrita y sorprendida de cuanto se dice, fabulan, inventan o largan sobre ella. No pierde ripio e incluso se molesta de vez en cuando. Nunca llega al enfado porque también es de la tropa. Conoce el percal y sabe valorar y distinguir. Vivir todavía en las afueras madrileñas, a unos treinta kilómetros, la sitúa en cómoda perspectiva, parece mentira que pueda tenerse otra mirada. De ahí que vaya prolongando instalarse en la capital con lo mucho que acumula, solo pienso en sus armarios con docenas de zapatos de marca donde abundan los taconazos de 13 centímetros. Le pirran las alturas. Sabe que debe hacerlo para tener todo más a mano. Incluso a la familia. Pero le cuesta dar el paso, ya sabe qué incómodas resultan las mudanzas. Yo, por ejemplo, y ha pasado tiempo, aún tengo sin abrir cajas de mi último traslado. Tengo alma de maleta, siempre de mano en mano y abierto a lo que me echen.

La Campos es un poco así siempre dentro de un orden, algo fundamental y metódico para ella, tan perfeccionista. Conoce la profesión desde que empezó como locutora, y logró ser primero una estrella y hoy un mito añorado y venerado. En el mano a mano profesional era una más sin marcar distancias ni diferencias. Simpática, próxima, emotiva y entrañable comunicó como no ha hecho ninguna otra. Logró lo que nadie.

De ahí el hueco y la huella dejadas por Teresa en verdad, ¡ay!, irrecuperables. Irrecuperable también es el caso del emblemático y representativo yate «Fortuna» casi otro emblema palmesano. Estuvo muy unido a Don Juan Carlos y a Doña Sofía. Fueron monarcas únicos , grandes «public relations», próximos, cálidos y comunicadores que se desvivían con nosotros cuando los veíamos codo con codo en el Palacio Real los entonces festejados 18 de julio. Ahora sale a subasta la Somni que nos recuerrda el primer bikini tan impactante y criticado de la Reina Sofía o su afición a navegar hasta la Cabrera. Piden 295.000 euros, precio que resultaría exagerado si no contásemos su historia y añorásemos los «royalties» que paseó. Supuso un símbolo que fue imprescindible en la Copa del Rey mallorquina. Repito, la nostalgia no es un error.