La vida entre rejas de Pantoja (II)
La vida entre rejas de Pantoja (II): comida a la carta y caprichos gourmet
La tonadillera comía a la carta. Su compañera de celda, que trabajaba en la cocina, cubría sus apetencias culinarias y los caprichos, gambones y caña de lomo, se los hacía llegar su familia a la cárcel. La tonadillera introducía comida preparada en los permisos y aprovechaba sus salidas para comprar en el economato y llenar la despensa de Cantora.
El reglamento penitenciario es especialmente estricto en lo que se refiere a la alimentación de los presos y a las normas que se deben seguir en prisión al respecto con el fin de garantizar la salud de sus internos. Bajo ningún concepto se permite “la entrada de alimentos perecederos por aquellos conductos que pudieran alterar sus características y comprometer la salud de los consumidores”. La única excepción a esta regla es si “la entrada de alimentos se produce bajo un adecuado control como el que ofrecen los Servicios de Demandaduría”. Esto es, la compra de productos de todo tipo a grandes almacenes, como El Corte Inglés, con los que las prisiones tienen acuerdos de suministro.
Según el mencionado reglamento, “en caso de necesidad, apreciada por la Dirección del centro, se podrá autorizar, previa solicitud del interno, la compra en el exterior a costa del recluso de algún producto autorizado no disponible en el economato. El procedimiento de estas adquisiciones se determinará por la Secretaría de Estado de Asuntos Penitenciarios”.
Para cualquier otra compra, los centros penitenciarios disponen de sus propios economatos, establecimientos penitenciarios, que venden a precio de coste productos de alimentación, tabaco y de higiene personal, entre otros, y en el que los presos utilizan las tarjetas en las que se les ingresa el peculio, el dinero del que pueden disponer en la cárcel y que se limita a 100 euros semanales. También disponen de cafetería, donde pueden tomar café, refrescos, bollería, etc. Fuera de lo que se puede comer en la cárcel, es la Dirección y la secretaria de Asuntos Penitenciarios, quien debe autorizar la compra de enseres de uso personal o algún capricho culinario.
Para evitar intoxicaciones alimentarias, y otro tipo de trapicheos, está absolutamente prohibido introducir comida, elaborada o no, en prisión. A los reclusos sólo les llegan cartas y en ocasiones, algunos libros o ropa, que les envían sus familiares y que deben ser autorizados por los funcionarios que someten a un escrupuloso escrutinio todo aquello que entra en las cárceles españolas.
Una medida que no se aplicaba a Isabel Pantoja que, según nuestras fuentes, tenía productos imposibles de comprar en Alcalá de Guadaira como gambones, caña de lomo o jamón pata negra. Pero, aunque desde la cárcel de Alcalá de Guadaira se negó que Isabel Pantoja tuviera en su “chabolo” (la celda en el argot penitenciario) estos alimentos gourmet o que dispusiera de un microondas, reclusas y funcionarios de prisiones, confirman a La Razón que sí. Además afirman que la tonadillera no compartía con nadie, ni siquiera con su compañera de celda, sus exclusivas viandas.
Los permisos de la cantante, un coladero para sus caprichos en materia de alimentación
Cuando preguntamos cómo podían ser introducidos estos alimentos, incumpliendo el reglamento, aseguran que “la estrecha relación que mantenía con la directora y el director de seguridad de la cárcel facilitaba la infracción. Con ella se hacía la vista gorda porque si no lo hacías sabías que tendrías problemas”. Nuestras fuentes relatan incluso que, en ocasiones, eran sus familiares los que se le hacían llegar productos y comida ya elaborada, y otras veces, cuando regresaba de permiso era ella misma la que traía en bolsas o en troleys, los alimentos. “Y no sólo traía comida a prisión sino que, en alguna ocasión, hizo la compra en el economato, porque se vende todo a precio de coste, para llevársela a Cantora. Esto no está prohibido pero resulta sorprendente que lo haga una persona a la que se le supone un elevado estatus económico.”
La compañera de celda de Isabel Pantoja, con la que compartió el tiempo que estuvo en prisión, era una guapa sevillana que acabó entre rejas por culpa de su adicción a las drogas. Madre de un hijo y habitual de las Tres Mil Viviendas, un barrio sevillano donde cohabitan drogadictos y traficantes, era una presa muy querida, rehabilitada, cero conflictiva y siempre dispuesta a ayudar a las demás. Fue, por su carácter y su integridad, la compañera elegida por la dirección de la prisión para compartir celda con Isabel Pantoja.
Llegaron a tener una relación bastante buena y ella se convirtió en el paño de lágrimas, su guía y su mejor apoyo en los primeros meses de Isabel en Alcalá de Guadaira. Además, al trabajar en la cocina, era la encargada de hacer la comida de la tonadillera que, rara vez comía lo mismo que el resto de reclusas. Según nos confiesan “Sólo en algunas ocasiones, cuando le gustaba el menú del día, comía lo mismo que las demás. Casi siempre le pedía a su compañera que le hiciera una pechuga de pollo a la plancha acompañada de alguna verdura. Y a pesar de los favores que ella le hacía, casi nunca le ofrecía la caña de lomo o la comida que tenía en el “chabolo” a su compañera. De hecho, en alguna ocasión que lo hizo, no aceptaba porque decía que lo hacía forzada y no con gusto.”
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